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El cante de la hormiga

Gerhard Steingress
Universidad de Sevilla



(Nº 47, verano, 2024)


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ENSAYO

 


Resumen  

Basado en hechos reales, este relato recuerda a lo que José Cadalso dejó en el siglo XVIII en sus Cartas Marruecas. El motivo de esta comparación está no sólo en demostrar el trasfondo sociocultural persistente del flamenco a lo largo de su historia, sino también la función de la fiesta en el desarrollo de la música popular, analizada ya en mi artículo “El caos creativo: fiesta y música como objetos de deconstrucción y hermenéutica profunda. Una propuesta sociológica”  (Anduli. Revista de Ciencias Sociales, 6/2006)

Palabras clave: flamenco, fiesta.

Abstract

The story is based on real events and is reminiscent of what José Cadalso left in the 18th century in his Cartas Marruecas. The reason for this comparison is not only to demonstrate the persistent sociocultural background of flamenco throughout its history, but also the function of the festival in the development of popular music, already analyzed in my article “Creative chaos: party and music as objects of deconstruction and deep hermeneutics. A sociological proposal” (Anduli. Revista de Ciencias Sociales, 6/2006)

Keywords: flamenco, party.

Fecha de recepción: 11/01/2024
Fecha de aceptación: 13/01/2024

 

El Cante de la Hormiga

Hacia el final del siglo XVIII, José de Cadalso y Vázquez (1741-1782), un militar español, personaje polifacético y autor ilustrado de una serie de escritos marcados por el ascendente romanticismo, publicó sus Cartas Marruecas,un texto en el que reflexiona sobre el estado de la nación española de su tiempo. En una de estas cartas describe su aventura vivida en un cortijo en la Sierra de Cádiz a donde fue invitado por algunos señoritos locales a asistir a una fiesta gitana. Su perspicaz descripción de los acontecimientos acerca al lector a unas costumbres que revelan mucho del carácter popular de las clases bajas y su estrecha relación con el señoritismo de la época. No obstante, como hombre ilustrado y defensor de la cultura ilustrada, no dudó en marcar su distancia con lo que vio para concluir que hubiera sido mejor para esta gente invertir su energía desbordante en proyectos más productivos y razonables.

Aproximadamente dos siglos más tarde, el 5 de marzo de 1988, el autor que firma el presente relato también aprovechó una invitación de carácter semejante, aunque por parte de personajes humildes como él mismo, a una fiesta flamenca, que tuvo lugar en un alejado cortijo en la Sierra Norte de Sevilla, en los alrededores del pueblo sevillano de Guadalcanal, el hasta el año 1241 llamado lugar de wad al-qanal (“el valle del canal”). Pero todavía resonaron los ecos de aquellos tiempos pasados. Más tarde, el humilde participante del acontecimiento plasmó sus observaciones, recuerdos y conclusiones de la fiesta en el siguiente documento, y cualquier lector puede darse cuenta de que desde los tiempos de Cadalso hasta hoy día el pueblo no ha perdido su sentido del humor y pasión a la hora de celebrar una fiesta al son de las guitarras, unas voces roncas y las palmas de un coro feminino entusiasmado. Flamenco invictus.

“La Hormiga”, así se llamaba el humilde cortijo serrano donde, a lo largo de un fin de semana, tuvo lugar esta fiesta flamenca que tenía mucha pinta de lo que Cadalso presentó en su famoso relato. Mejor dicho, donde se celebró, pues tenía todos los ingredientes de una ceremonia entre iniciados, aunque, debido a las circunstancias concretas y el carácter de los participantes, no se trataba de una que se suele asociar con tan altisonante palabra. Fue más bien una fiesta de aquellos misteriosos fellah-mangu, flamencos huídos, de sus más o menos respetables vidas cotidianas y organizada por ellos y para ellos, es decir, de hombres y mujeres, ya no tan jóvenes, pero ágiles y maduros, experimentados en este arte andaluz, que podríamos caracterizar con una palabra: rara avises, mejor dicho, “pájaros raros”.

No obstante, la fiesta había comenzado ya algo antes, concretamente el viernes por la mañana, sobre el mediodía, cuando dos madrugadores, uno de ellos fue el que firma, se trasladaron en sus respectivos coches desde Sanlúcar de Barrameda a un lugar en la carretera entre Chipiona y Rota, donde, entre las hierbas frescas del arcén de la entonces todavía miserable carretera de Munive y los cobertizos de plástico de los invernaderos de flores, que entonces empezaron a invadir el espacio entre la costa y los primeros viñedos en las colinas blancas – reservadas para las preciosas uvas de palomino que darían el sabroso caldo del vino de manzanilla– en cuyo márgen se escondieron las sencillas casas construidas y habitadas por la saga de los Agujetas. Para los representantes de los rara avises, aquel lugar era conocido como “territorio comanche” debido a su carácter de hogar para una tribu de errantes reunidos ocasionalmente con motivo de sus rituales orgiásticos.

Todavía prevalecieron sus caras indudablemente dormidas, movimientos lánguidos en una situación aún no muy decidida acerca de si iban a aceptar la promesa hecha unos días antes por un foráneo, aunque no del todo desconocido, de montar una fiesta flamenca en dicho cortijo en los montes cerca de aquel pueblo perdido. Fue, al fin, un compadre quien se declaró dispuesto a recibirnos en los alto de una colina de pradera verde, regada por la lluvia caída de los días anteriores.

La tribu de los madrugadores se acercó lentamente al bar cercano para despejar la cabeza con un café y llenar la barriga con algo de tostada con aceite y ajo. A continuación la caravana inició su rumbo hacia Rota para recoger otros del mismo tipo y tras unas horas de ir y venir, ya entrada la tarde, se emprendió camino a Sevilla, más exactamente a las Tres Mil Viviendas, el emblemático “territorio comanche” de otra tribu famosa, la de los Amador. Una vez llegado a las afueras de la capital andaluza y abandonada la penosa carretera de Su Eminencia, la caravana se acercó a su destino entre fogatas que alumbraban el lugar cerca de un camino lleno de charcos producidos por la lluvia primaveral de la noche anterior. Al lado del resplandor de las llamas de las imprescindibles fogatas tribales se vieron las sombras oscuras de algunas figuras aisladas, sentadas o de pie, calentándose alrededor de las hogueras en frente de las altas torres de viviendas que forman este barrio emblemático desde el desahucio de los gitanos de Triana bajo el régimen del enano dictador. En el terreno entre estas edificaciones de aspecto triste, sucias y desoladas, había una construcción baja que se parecía a una especie de edificio asambleario, pero que en realidad se trataba del bar de la zona. Una vez bajados de mi coche, un entonces todavía llamativo todoterreno Mitsubishi, modelo “Pajero”, nos acercábamos al bar para ser bienvenidos por Raimundo y su pandilla que nos esperaban allí, o que –mejor dicho– se encontraban allí por casualidad. Debido a la falta de otra alternativa lúdica, no extrañaba que los bares fueran centros de comunicación y encuentros, donde se manejaban los asuntos de la vida, tanto los convenientes como los menos convenientes. Pronto me di cuenta del impacto que produjo nuestra intrusión en el territorio: desde las arcadas de los edificios lindantes se había acercado un grupo no definido de chavales, también raros, con sus cassettes a tope en las manos, mirando de una manera aún más rara al llamativo coche que llevaba este dudoso nombre puesto y además con matrícula extranjera: cazadores y su presa. La situación no era nada agradable, ni para mí, ni para mis acompañantes, buenos conocedores de este tipo de ambiente y situación. Menos mal que Raimundo se dio cuenta de tal situación, como rápidamente me percaté, e hizo uso de su autoridad que indudablemente tenía entre los miembros de su tribu, para avisar una sola vez y de manera contundente de que el dueño del coche tan sospechoso era amigo suyo. Con esto, la situación dejó de ser indefinida y tensa. No obstante, el protocolo de bienvenida todavía no se había agotado: nosotros, es decir, los de los coches con Raimundo y su pandilla, rodeados de chavales y chavalas jóvenes, de aspecto algo descuidado pero curiosos, habíamos llamado la atención también de la superior autoridad del terreno: del gitano viejo, del patriarca. Este se acercó lentamente, con su bastón, signo de su posición social, y rodeado de unos individuos que, según parece, le habían alarmado de nuestra presencia. Otra vez fue Raimundo quien se dio cuenta de los hechos y respetuosamente dirigió sus pasos hacia aquel gitano viejo para aclarar la situación, con el efecto de que nos ofreció su mano, gesto con el que se nos concedió el visado necesario para moverse entre su gente. Una vez terminados los procedimientos burocráticos y jerárquicos, Raimundo y nosotros entrábamos en una de las torres y subiendo las estrechas escaleras en busca de uno de sus hermanos, a Rafaelillo. Éste, lo recuerdo muy bien, que ya eran las seis o las siete de la tarde, acabó de levantarse de la cama, de la siesta o lo que sea. En fin, tardamos un ratito más y tras una pequeña excursión en coche por el laberinto del terreno comanche para conseguir unas cositas de las que es mejor no hablar, continuábamos nuestro viaje de acercamiento a aquel cortijo todavía bastante lejos.

Llegábamos bien entrada la noche, un viernes, sobre las once. El pueblo ya estaba muy tranquilo, aparte del comité de recepción apenas había gente en las calles y en la pequeña plaza, que albergaba una preciosa fuente, o, mejor dicho, una macrofuente con varios caños que echaban agua en abundancia. Los amigos del amigo precursor del encuentro, de nombre José Manuel, nos saludaron como debe ser con unos gestos estoicos y, tras el necesario debate estratégico y táctico de cómo organizarnos, nos dirigieron hacia el misterioso cortijo llamado “La Hormiga” ¡Habíamos llegado al lugar de los futuros hechos! Menos mal, hubo acceso para los coches y pronto estuvimos ante una casucha de las que sirven a los pastores para dejar sus herramientas y cosas en la temporada fría, para calentarse el cuerpo delante de una chimenea abierta que suele ocupar buena parte de la habitación principal. Esta tenía unos 20 metros cuadrados y había otra más pequeña que albergaba una cama y una mesita. Eso era todo. Tampoco había agua, ni luz, como es bien comprensible en el caso de este tipo de construcción. Estabamos, de verdad, en otro “territorio comanche”.


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Imagen 1: Raimundo Amador, Chan, Luis Agujetas y Rafaelillo Amador


Los que habíamos llegado, es decir, la vanguardia de los “okupas” del lugar, estábamos obligados a preparar todo para el festín que comenzaría el día siguiente. A pesar de que los anfitriones ya habían traído algunos manjares básicos, hubo que ir por más bebidas y, por supuesto, por cantidades suficientes de pan, chorizo, queso y aceitunas. También faltaba encender la chimenea y traer la leña necesaria, pues hacía frío y no era fácil calentar la habitación relativamente grande que servía para algunos de los huéspedes para pasar la noche durmiendo en sus sacos o cubiertos por alguna manta. Por supuesto, todavía no era tiempo de fiesta, aunque la comida y el vino así como el ambiente en el interior de la casa, la cual se veía iluminada por la candela, sedujeron a Luis Agujetas a arrancarse, si recuerdo bien, por siguiriya, acompañándose por la guitarra que había traido el que firma este relato, antes de caer todos dormidos.

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Imagen 2: Luis Agujetas

Todo cambió al día siguiente. Por un lado había que seguir con los preparativos, por otro había que saludar de manera conveniente a los demás “pájaros” - de ambos sexos, de diferentes edades y procedencias, de conocidos y desconocidos – que empezaron a llegar de manera irregular a partir del mediodía. No hace falta precisar que los presentes ya habían entrado en un estado especial de ánimo, degustando de esto y lo otro, de lo legal y lo menos legal, a lo largo del camino bien provisto de bares y mesones. Una vez llegado al territorio de La Hormiga que ya se había vestido de fiesta, se trataba de continuar abriendo botellas, afilando cuchillos para cortar el pan de pueblo, el queso manchego bien curado, el chorizo colorao, el morcón y algún que otro jamón encontrado. Tampoco faltaba liar los cigarillos de toda clase y calentar el ambiente con discursos encendidos sobre esto y lo otro. Aparte de este arranque festivo y culinario hubo otras menos seductoras tareas a cumplir, como por ejemplo limpiar la mesa, barrer el suelo, ordenar las sillas para el posterior baile de candil y buscarse un rinconcito para dejar las pertinencias personales. Un grupo reducido de los participantes de la fiesta se retiró para descuartizar los borregos sacrificados el día anterior por los amigos locales. A continuación se trataba de despiezarlos con habilidad y dejar los trozos en diversas fuentes de barro cocido según su destino culinario: caldereta para guisar y costillas para asar, con el fin de ser “jamados” o “devorados” con gusto por la ilustre asamblea. Todo regado con cervezas y vinos –tintos o blancos–, según el gusto y la disponibilidad. Pronto la mesa central y otros lugares adecuados de la casa se convirtieron en el escenario con un inconfundible sabor a comilona. Entretanto, otro jefe de los pájaros cantantes había llegado con su propia pequeña tribu plagada de sus churumbeles. Se trataba de un típico representante de la fusión músical y social de aquellos tiempos, un compadre de Raimundo, Rafaelillo y Luis. Era, en cierto modo, el padre artístico de los dos Amador, y bien conocido hasta hoy día bajo el nombre artístico de Kiko Veneno. La fiesta estaba a punto de arrancar, el ambiente parecía una olla a presión lúdica.

Cuando el sol se acercó al horizonte y las sombras empezaron a abrazar los valles, cuando se notó ya cierta frescura en el aire, los pájaros –uno tras otro– empezaron a buscar refugio en la casita donde los esperaba una buena candela alimentada con gruesos troncos de encina y de olivo.  Se afinaron las guitarras, tanto las acústicas como las eléctricas, empezaba a sonar la música y se escucharon los primeros “ay”, “arza”, “quillo” y semejantes piropos para animar los incipientes jaleos. Los músicos tomaban postura y todos entraban en un estado de calentamiento emocional. El ambiente desprendía calor y armonía, ilumindado solo por las llamas del fuego y algunas tímidas velas colocadas en las cuatro paredes de la habitación.

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Imagen 3: Luis Agujetas

De pronto surgió un problema: no había corriente eléctrica para alimentar el pequeño amplificador que Raimundo llevaba en el bolsillo de su pantalón. Había traído, entre otros instrumentos, su entonces imprescindible guitarra eléctrica para homenajear a sus más venerados maestros: Jimmy Hendrix y B.B. King. Menos mal que hubo solución, además, una bastante sencilla: sólo había que acercar el todoterreno a la puerta de la casa y colocar un cable de doble filo en su batería potente para establecer –con cuidado, por supuesto– la red eléctrica necesaria que acabó en el bolsillo de Raimundo donde despertó el amplificador escondido. A partir de ese momento se convirtiría en fuente de alimentación de un placer colectivo en aumento. Sonaban los primeros acordes de B.B. King, seguía Jimmy Hendrix e intervenía la voz chillante de Rafaelillo saltando en sus zapatillas de color rosa sobre el pequeño terreno que la agitada audiencia le ofrecía. Dominaba un estado mayor de expresividad en todos los sentidos. Raimundo, con su usual sonrisa grande de oreja a oreja, los ojos “bailando” se vio coreado por un grupo de mujeres, al más puro estilo calé, que contrastaron el diálogo electrificado con el de su hermano menor. Todavía discreto, pero de ninguna manera desapercibido, Kiko se asomó al dúo coreado para intervenir de vez en cuando, mientras que Luis observaba el escenario fumando uno de sus entonces imprescindibles Ducados. Llegó el júbilo del resto de los rara avises que, con sus copas en las manos, se movían rítmicamente al son de las guitarras que cortaron el aire densamente humeado con sus cuchillos sonoros.

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Imagen 4: Luis Agujetas, Rafaelillo Amador y Kiko Veneno.

No cabía duda, la fiesta estaba en plena marcha. Se habían agotado las primeras botellas de Rioja y se veían vaciadas las primeras cajas de cerveza. Una enorme bota de manzanilla traída por alguien desde la lejana villa gaditana de Sanlúcar de Barrameda pasó de un lado al otro, dejando chorros de placer an las bocas sedientas del personal entusiasmado. El aroma de la caldereta humeante, bien colocada en la candela viva, empezó a invadir la habitación y estimular el apetito de los presentes. Algunos de ellos salían de vez en cuando para traer más leña o bebida fresca, para echar un vistazo a la pandilla de churumbeles que jugaban en el prado delante de la casa, o simplemente para fumar su canuto o cigarillo con calma. También hubo quienes contemplaron la luna que había empezado su viaje en el horizonte, y la noche prometía ser clara, pero fría.

En el interior del cortijo ya se había arrancado Luis, acompañándose con la guitarra flamenca de uno de los pájaros, secundado por la asamblea convertida en mas rítmica. Pasaban los primeros platos de caldereta y trozos de pan de pueblo. Había que cortar más queso y chorizo: la música y sus efectos produjeron hambre y sed, más el calor y el ruido, los movimientos y la fascinación que daba el evento, aumentaron el apetito. El coro de la “sección femenina” estaba al borde del trance e intentaba tomar el mando de la fiesta con sus coplas jaleadas, picantes y provocadoras. Raimundo, no había duda, ya se comportaba como un verdadero patriarca, imponiendo cierto orden musical al caos creativo, utilizando las cuerdas de su bajini reforzada eléctricamente para marcar el rumbo de la fiesta. Kiko ya sudaba, y su voz había llegado a ser algo más ronca, aunque no llegando a la de Luis que, según parecía, sacaba los tonos de un pozo oscuro. Se cantaba todo, se mezclaba todo, no había norma ni regla. Parecido a que en el siglo XIX el recién constituido movimiento obrero, apoyándose en las ideas de la Ilustración, declaró patéticamente la libertad de las ideas como base de su acción política, en La Hormiga se defendió la libertad de la música. Estaban allí muchos de los monstruos del rock, como por ejemplo, y para recordar, de B.B. King o Jimmy Hendrix, pero también estaba Paco de Lucía y Camarón de la Isla, ¡cómo que no!. El delirio musical hizo que Rafaelillo estuviera a punto de enfadarse con su hermano dominante –cosa muy normal entre monstruos–, y Kiko vacilaba de una esquina de la habitación a otra en busca de algún manjar. El discreto observador del acontecimiento, el que entregó su guitarra a Luis y firma este relato lúdico, había sacado discretamente su grabadora para captar, si no las imágenes, por lo menos algunas secuencias sonoras que atravesaron las nubes de humo de tabaco que borró la vista desde los músicos hasta la puerta donde se colocó para no asfixiarse. Todo era movimiento, ritmo envuelto en oleadas de sudor humano y colonia barata, el aroma de la caldereta y del pan crujiente que acompañaba algunos trozos de chacina. Todo el mundo hacía algo o dejaba de hacer una cosa para dedicarse a otra. Los niños entraban y salían, llevándose su cacho de pan con algo hacia fuera, donde formaban otra tibu, la suya.

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Imagen 5: Luis Agujetas, Rafaelillo Amador y José Manuel.

La luna había alcanzado su cénit cuando la “sección femenina” pasó a bailar, abriendo brechas entre los pájaros que habitaban el cuchitril. Hubo que salir para tomarse un descanso tras tan agobiante suceso. Los pájaros se esparcieron por el campo oscuro, bajando y subiendo la cuesta, haciendo sus necesidades de manera natural y discreta. Se había desconectado el cable de la batería del todoterreno para poner su motor en marcha y, acompañado por una pandilla de guapas, el conductor, que relata todo esto, iba en busca de unos troncos de madera al pie de la cuesta para garantizar el suministro de la candela a punto de apagarse. Bajando, con cuidado, la pendiente de la colina, sobre el césped húmedo y algo deslizante, encontró un tronco gordo pero demasiado largo para meterlo en el coche, así que había que arrastrar gran parte de la presa atada con una soga y emprender el viaje cuesta arriba. Gracias a la tracción reducida del todoterreno y con mucho cuidado y jaleos de la pandilla que asistió la maniobra a cierta distancia, bailando, chillando y animándose con chistes verdes. En fin, el tronco acabó devorado por las llamas como igualmente había pasado en el caso de sus antecesores. Todo esto, por supuesto, acompañado por la música del equipo instalado en el coche, es decir, por Camarón.

No recuerdo cuándo terminó la fiesta. Seguramente no terminó del tirón. Lo que ocurrió es que una parte de los pájaros fue al pueblo cercano de Guadalcanal para invadir la única discoteca, muy primitiva y sobre todo oscura, establecida en una nave decorada de manera cursi y con la música pachangera puesta muy alta. Debido a la hora avanzada apenas había otra gente allí, la mayoría de los mozos y las mozas locales ya habían despejado el terreno de la frivolidad limitada. Los invasores de ambos sexos, pues tomaron la supuesta discoteca y tras la cerveza, el vino y algún whiskey llegaron los cubatas, los suaves y los fuertes, pero todos peligrosos. Con ello llegó el cansancio, y cuando cantaban los gallos, los pájaros empezaron a volver a su nido: algunos a la casita, otros a lugares que los amigos locales habían preparado en el pueblo, o dormían en sus coches o quién sabe dónde. Hubo sueño y hubo cama, pero la fiesta, estimado lector, siguió en pie mantenida por un pequeño grupo de insaciables e indomables.

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Imagen 6: Rafaelillo Amador

Al día siguiente, sobre las once, el ambiente volvió a establecerse en el campo verde y fresco, bajo el cielo despejado y un sol bondadoso. A principio eran unos pocos quienes realimentaron la candela, quitaron las botellas vacías y los restos de comida, los platos y los cubiertos sucios. Después, disfrutando del sol de la mañana, sentados delante de la casa se tomó el café que alguien había preparado entretanto. Todo iba muy lento, pero sin cesar. La resaca impuso su ritmo, pero hubo resistencia y pronto reaparecieron algunas nuevas botellas llenas, algunos canutos y, menos mal, las guitarras. Claro, sobraba comida, sobraba bebida y también quedó de lo otro. Cuando las mujeres se dejaron ver de nuevo, el ambiente ya había retomado su rumbo lúdico y los cantos, acompañados por los acordes venenos de Kiko, despejaron las últimas dudas si la fiesta acaso hubiera terminado y hubo que inflar el balón de nuevo. Así llegó la hora del almuerzo, todo estaba igual de animado que la tarde y noche anterior. Se sirvieron más caldereta y costillas asadas, aunque ahora ya recalentado todo, ¡qué importaba! Junto con unas copas de manzanilla, la de la garrafa, el “culo” para decirlo de manera más precisa, todo parecía una maravilla. Con el pan de pueblo, algo seco ya, pero comestible, y unas buenas caladas en medio del trío flamenco formado por Raimundo, Rafaelillo y Luis, cuya voz ronca arrancó de nuevo y con fuerza, el nuevo día, un domingo, fue haciéndose cada vez más agradable. Reaparecieron los churumbeles y el coro femenino entonó nuevas ofrendas sonoras, pidiendo algo de café y tomando el sol tumbado en algún hueco.

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Imagen 7: El coro femenino repostando

La noche había dejado sus huellas en las caras, pero las ganas se resistían y empujaban los cuerpos a reconstituirse sin piedad. El cante, el rasgueo de las guitarras y las palmas subieron al cielo como el ave fénix de las cenizas, y con los ánimos recobrados, la asamblea de pájaros aflamencados retomaba una y otra vez su rumbo hacia el delirio.

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Imagen 8: Rafaelillo Amador


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Imagen 9: Raimundo Amador

Cuando el sol había pasado ya algo más del cénit, la situación empezaba a cambiar. Poco a poco, no había duda, cada uno fue alcanzado por los lazos de la vida que le acechaba el día siguiente. Una vez despejado el lugar de los acontecimientos frenéticos, bien barrido el suelo y recogido la basura de todo tipo, la ilustre compañia empezó a preparar sus coches y la necesaria vuelta a la vida cotidiana.

Tras haber emprendido el doloroso viaje hacia el Sur, donde esperaba la gran ciudad sin piedad, a la salida de la sierra, la caravana paró de manera milagrosa como dirigida por una mano invisible, pero con buena razón. Aparcados los coches, los viajeros cansados se reunieron una sola vez en una de las ventas de Constantina para encender el último cigarillo, beber el último trago o el deseado café cortado, y una última vez se levantaron las voces para dejar testigo sonoro a los demás que no hay nada mejor que la vida salvaje en un cortijo apartado de la Sierra Norte.

El humilde observador y narrador, recordando el instructivo informe que José Cadalso nos dejó sobre la fiesta a la que a finales del siglo XVIII asistió accidentalmente en la sierra de Cádiz, y  probablemente algo más cansado que los demás, se puso pensativo y admitió que, quizás, esta generación de todavía jóvenes pero muy maduros no se hayan equivocado en su forma de vivir, aunque, siguió pensando, quizás hubiera sido mejor utilizar esta energía dedicándose a tareas más sanas y productivas como la familia, los vecinos, el mantenimiento de su jardín o ganar dinero para los plazos que los bancos esperaban puntualmente… Pero, la lógica de la banca y de la vida cotidiana, concluyó, nada tienen que ver con la de estos pájaros y su ardor festivo. Por esta razón, el incansable observador y pensador se rindió a lo inevitable.

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Imagen 10: El cante de la Hormiga. Reunión de cabales. De rojo, con chaleco, el humilde autor del relato.

 

 

Grabaciones disponibles en Youtube

Edición y restauración sonora a partir de grabaciones de cintas magnéticas realizada por Guillermo Castro.

01 Seguiriyas - Luis Agujetas
https://youtu.be/-pOkv0JXuOs?si=ShSoIy1mbzcLR1EG

02 Raimundo y Rafaelillo Amador, Kiko Veneno 1
https://youtu.be/rWbqqNFmoaM?si=AOiNwTWjITg13MM3

03 Raimundo y Rafaelillo Amador, Kiko Veneno 2
https://youtu.be/B1je57NJwlQ?si=7tjuEoMSOR2-hLSI

04 Coro mujeres
https://youtu.be/I3ZIxyPWc9k?si=fFLRKoBqyN8avZNB     

05 Tangos - Luis Agujetas
https://youtu.be/VlNHjHgkWlY?si=OCy8pDVYvvgwxepV

06 Tangos - Luis Agujetas 02
https://youtu.be/lXoxRRvuvA0?si=EPk-FqOjXGrv6jZ4

07 Seguiriyas - Luis Agujetas
https://youtu.be/7WKIeQfgtDw?si=b-zn15o5F8PCuGrC

08 Raimundo y Rafaelillo Amador 01
https://youtu.be/CqkwLXoghZo?si=uDxXk1OCqUf9GcWa  

09 Raimundo y Rafaelillo Amador 02
https://youtu.be/GsqBBUy4brE?si=NmTSEA78AJV28cXf

10 Raimundo y Rafaelillo Amador 03 - Tangos
https://youtu.be/joibaroQ9ek?si=0c2qrjkn7PoQoXp2


Escrito por Gerhard Steingress
Desde España
Fecha de publicación: Verano de 2024
Artículo que vió la luz en la edición nº 47 de Sinfonía Virtual
www.sinfoniavirtual.com
ISSN 1886-9505



 

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