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La música religiosa de Enrique Granados

Joaquim Zueras



(Nº 40, Invierno, 2021)


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La merecida fama de Enrique Granados (1867-1916) como compositor de obras para piano, ha eclipsado otros géneros, y quizás sea su faceta como autor de obras religiosas la que más ha sufrido este hecho. En este terreno no se mostró prolífico, pero sí inspirado. Granados era un hombre profundamente creyente, como atestiguan algunos datos biográficos y fragmentos de su correspondencia. Por ejemplo, en una carta de 1896 a su mujer, preocupada por la salud de su hija, escribe:

Tengo una esperanza muy grande. Ayer, martes, entré por intuición en el templo. Presentaba un aspecto hermosísimo y triste. Había en un altar un Cristo iluminado por un cirio solo. Me he arrodillado presintiendo algo, sin saber lo que era... Me ha parecido que me oía. Al llegar a casa me he encontrado con tu carta, pero como he visto a Dios hace un momento, tengo mucha confianza en que la Nenin irá bien.

En 1896, Granados estaba en Madrid dándose a conocer a través de conciertos y preparando oposiciones al Conservatorio. Mantenía un estrecho contacto con Felip Pedrell, que en aquel momento, siguiendo los patrones cecilianistas, trataba de devolver a la música religiosa española la dignidad que tuvo antaño, alejándola de las teatralidades italianizantes en las que permanecía anclada. Además de un buen dinamizador, Pedrell poseía una aguda perspicacia. Es probable que pensara que lo mejor para Granados, alejado de su familia y siempre un tanto melancólico, fuera proveerle de actividades. Le propuso participar en un concurso en el que se pedía la composición de una Salve, con un tratamiento de las voces severo, sin repetir u omitir el texto indiscriminadamente, y en que el órgano sostuviera las voces con discreción.

Granados compuso una Salve Regina bellísima, a la manera antigua, pero sin ocultar del todo la filiación romántica de su autor, y alternada con tres breves interludios de órgano que toman como modelo la música de Cabezón y de Cabanilles. Como anécdota, un tribunal demasiado rígido en sus concepciones puristas declaró el premio desierto.

Granados estrenó el primer cuaderno de Goyescas el 11 de marzo de 1911 en el Palau de la Música de Barcelona. No suele mencionarse que, en el mismo concierto, interpretó Azulejos de Albéniz, obra póstuma que Granados concluyó, y el Cant de les estrelles, escrito para el Orfeó Català, que se ha recuperado recientemente gracias a la perseverancia del pianista estadounidense Douglas Riva. Fue una noche exitosa para Granados, largamente aplaudido, por lo que me pregunto si cabe obviar las dos últimas obras en favor de la primera.

El poema Cant de les estrelles es una composición ambiciosa para piano, órgano y tres coros que sobrepasa los quince minutos de duración. Un denso discurso en crescendo del piano nos introduce en una atmósfera flotante, interrumpida por una intervención del órgano de carácter meditativo; ambos instrumentos se entrelazan con vehemencia hasta que aparecen las voces de los coros, creando un clima de contemplativa ensoñación. En el tratamiento coral algunos han percibido influencias de Wagner, mientras que otros apuntan a Debussy. Inspirado en un poema del alemán Heinrich Heine, se ha especulado mucho sobre la autoría del texto: si se trata de una traducción catalana de Apeles Mestres, si el mismo Apeles Mestres fue el autor, incluso si el texto se le ocurrió a Granados...

También podríamos replantearnos si es una obra religiosa, tal vez panteísta, o simplemente un canto al Universo. En cualquier caso, el texto posee un tono solemne y enigmático que se asemeja al estilo de las plegarias de Jean Racine: ¡

Oh Inmensidad eterna del espacio!... La eterna serenidad, que augusta planea en el cielo, hunde nuestra piedad hacia vuestro estéril anhelo. ¡Ah, eterna serenidad del cielo...!

En febrero de 1914 Granados sintió la necesidad de retirarse unos días en el Monasterio de Montserrat. En estos casos, la comunidad benedictina acostumbra a solicitar a los compositores alguna obra con la que ampliar el repertorio de la escolanía. Granados colaboró gustoso y el resultado es la delicada plegaria a la Virgen de Montserrat, L´herba de l´amor, a voces blancas y órgano, en estilo gregoriano. La letra, de F. Pelay Briz, sigue los patrones de los escritores catalanes de la Renaixença. Expresa el deseo de poder ser un ave, para volar a Montserrat y alzarse desde allí al Cielo para honrar a la Virgen.

Al principio de su carrera, Granados contó con el mecenazgo del próspero comerciante Eduardo Conde, fundador de los Almacenes El Siglo. Cuando murió su esposa, Doña Cecilia, Granados compuso para su funeral la Escena Religiosa. Escrita para violín, piano y órgano, desolada al principio, luego elegíaca, es de un lirismo conmovedor.

No sabemos cómo Granados adquirió tal dominio en la composición de música religiosa. De niño, cuando la familia vivía en Barcelona, sus padres lo inscribieron en la Escolanía de la Merced y allí pudo empaparse de un buen número de piezas sacras. El trato con Pedrell y sus conocimientos al respecto debieron de ser decisivos. Lo cierto es que nos encontramos frente a cuatro obras en las que predomina el buen gusto, de un músico ecléctico que tan pronto compone alla palestrina, como en estilo gregoriano o tardorromántico, sin que falten atisbos impresionistas. De no haber fallecido a los 49 años quizás nos hubiera dejado algunas muestras más.

Estas cuatro obras han sido publicadas hace poco por la Editorial Boileau. En cuanto a las grabaciones, la Salve Regina puede localizarse en el CD “O Crux” (Guild GMCD 7243) y en el CD "Song of the Stars" (Naxos 8.570533), siendo preferible la interpretación del disco de Guild. L´herba de l´amor se encuentra en el CD "O Crux". El Cant de les estrelles y la Escena religiosa en el CD “Song of the stars”.

 


Escrito por Joaquim Zueras
Desde España
Fecha de publicación: Invierno de 2021
Artículo que vió la luz en la edición nº 40 de Sinfonía Virtual
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ISSN 1886-9505



 

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