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Exposiciones y desapariciones. El órgano del desaparecido Palacio de Bellas Artes de Barcelona

Joaquim Zueras



(Nº 40, Invierno, 2021)


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A VUELAPLUMA


La situación de Barcelona durante el último tercio del siglo XIX fue de relativa tranquilidad tras los conflictos de la Revolución de 1868, la Segunda Guerra Carlista y la proclamación de la Primera República (1868), que originó toda clase de inseguridad en la ciudad: anarquismo, primeras reacciones violentas de los obreros, organización de la Nacional Sindicalista, etc.

No obstante, toda aquella efervescencia social y política no afectó el buen desarrollo económico de la urbe; el comercio, las manufacturas y la bolsa resistieron con firmeza. La ciudad se convirtió en el objetivo para todo aquel que fuera a la búsqueda de un trabajo. Barcelona estaba en el camino de convertirse en una gran ciudad, pero aún le faltaba solucionar ciertos problemas.

A pesar de su incipiente pujanza, había estado condenada a desarrollarse encorsetada dentro de los límites de las antiguas murallas, pero la realidad se hizo tan obvia y las presiones tan fuertes que en 1854 se decretó la demolición del perímetro fortificado. La reforma urgía, pero en la práctica avanzaba con gran lentitud. Todavía entre 1880 y 1890 muchos barceloneses morían a causa de enfermedades infecciosas padecidas por la falta de higiene derivada del hacinamiento en que vivían.

Barcelona, a pesar de ser una ciudad con muchas posibilidades, se encontraba sujeta a limitaciones penosas: la falta de agua, de instalaciones de servicios y viviendas... En 1882, apenas unas pocas calles disponían de alumbrado eléctrico; las restantes mantenían arcaicas farolas de gas.

Con todo, y pese a los contratiempos, Barcelona estaba preparándose para asumir la iniciativa de un hecho sin precedentes en España: la celebración de la Primera Exposición Universal. En plena Era Industrial, toda ciudad que se considerase moderna e industrialmente avanzada organizaba una exposición universal para mostrar al mundo lo más representativo de su producción industrial, artesanal y artística: Londres, la pionera, en 1851; París, Viena, Amberes, Liverpool..., incluso Filadelfia, en Norteamérica.

La idea de volcar a Barcelona al exterior partió de Eugenio Serrano de Casanova, antiguo militar carlista gallego afincado en la ciudad, buen conocedor de algunas de las exposiciones europeas, a través de sus viajes. El proyecto de la Exposición se concibió como una empresa privada, pretendiendo que fuera rentable, pero a la vista de cómo se iban sucediendo los acontecimientos en una fecha avanzada, la lentitud de las obras y las deficiencias estructurales que presentaban algunos de los pocos edificios levantados, el alcalde de Barcelona, Francesc de Paula Rius i Taulet (1833-1889), después de haber aportado una suma de 500.000 pesetas, que no mejoró la crisis, decidió tomar las riendas de la empresa para asegurar su continuidad, en abril de 1887.

El Estado no quiso prestar su apoyo a una propuesta de cooperación en un acontecimiento en que no confió, a pesar de su importancia. El reto era grande y el tiempo muy corto. En realidad, la voluntad de inaugurar en la fecha prevista en abril de 1888 era casi una utopía. En un primer momento, la opinión pública se opuso al proyecto por considerarlo descabellado y costosísimo; pero, poco tiempo después, comprobando el ritmo vertiginoso con que avanzaban los trabajos y la eficacia con que se solventaban los obstáculos, cambió de criterio y siguió con entusiasmo el desarrollo de los acontecimientos.

Algunos de los edificios que han sobrevivido hasta nuestros días se conservan en el interior del Parc de la Ciutadella, salvo el Arco de Triunfo, que señalaba la entrada principal del recinto ferial: el Invernadero, el único construido enteramente con la nueva tecnología de hierro y vidrio; el Umbráculo; el Pabellón de la Minería y del Carbón; la fuente de La Cascada, en la que participó Gaudí; el Café-Restaurante de la Exposición, en la actualidad Museo de Zoología; etc. Otros, ideados también como permanentes, fueron desapareciendo, como por ejemplo el Palacio de Bellas Artes (Palau de Belles Arts), de August Font i Carreras (1845-1924).

En cuanto a los resultados de la exposición, no hubo la afluencia de visitantes que se esperaba, ni tampoco los productos presentados por los diferentes países fueron del más alto nivel. Tampoco resultó tan rentable como se había deseado, puesto que hubo un déficit de 6 millones de pesetas, pero en conjunto fue un éxito porque significó una carta de presentación de Barcelona a Europa, como ciudad industrial con vocación cosmopolita.

En el Palacio de Bellas Artes se exponían esculturas de Benlliure y pinturas de Modest Urgell, entre otros. Este palacio tenía una gran sala en donde se inauguró la Exposición el 20 de mayo de 1888, con más de dos mil invitados y la presencia de la regente María Cristina y su hijo Alfonso XIII, que tenía poco más de dos años. Para esta sala, el reputado organero vasco Aquilino Amezua (1847-1912) construyó un órgano pionero en España, plagado de innovaciones técnicas y sonoras; en él volcó todo su saber, ingenio y entusiasmo.

El órgano constaba de cinco teclados manuales y pedal; el cuerpo central del mismo estaba situado a treinta metros de otros dos cuerpos colocados en las paredes laterales de la sala. Dieron recitales organistas famosos como Gigout, Widor, Guilmant y Saint-Saëns.

El compositor y organista Eugène Gigout, después de haber actuado declaró:

Es ciertamente de los órganos de sistema eléctrico (el primero construido en España) el más completo y el mejor concebido de los que existen en Europa... no solamente se ha puesto esmero en la parte mecánica del instrumento, sino también en la parte de la armonía, llamando mucho la atención los registros que producen efectos sorprendentes de gran sonoridad y agradable conjunto.

El Palacio de Bellas Artes fue derruido en 1942 para construir los Juzgados Municipales. En 1938 una bomba de la aviación italiana había afectado tremendamente la sala central del edificio. Pero muchos comentaron que dada la falta de hierro durante la postguerra, el alcalde Miquel Mateu Plà, conocido por el apodo de “Mateu del ferro” por sus negocios familiares con este metal, observó que en el edificio había mucho y lo convirtió en lucrativa chatarra. Poco antes, el órgano fue trasladado por Antonio Alberdi a unas dependencias municipales situados en la Plaça del Fossar de les Moreres.

No es ningún secreto que el comportamiento de la firma constructora de órganos Alberdi en algunas ocasiones podría calificarse de turbio. Durante la Guerra Civil, varios milicianos pidieron a Alberdi presupuesto para desmontar órganos con el fin de fabricar munición con el metal. El religioso Carles Casadesús, organista ya fallecido, contaba con detalle que presenció la versión inversa, es decir, el organero compraba los tubos a los milicianos después de indicarles a qué Iglesia debían acudir. ¿Mintió el religioso? ¿Colaboró Alberdi con los milicianos por temor?

Acabada la guerra, Antonio Alberdi argumentó en alguna ocasión que había procedido así para salvar lo que pudo, pero lo cierto es que al final de la contienda el estado de la mayor parte de los órganos en Cataluña era ruinoso, de tal suerte que, ironías de la vida, recibió numerosos encargos. Pero volvamos al tema que nos ocupa. El sr. París, moderador del foro de la Associació Catalana de l´Orgue, se pregunta:

Cuando se derribó el Palacio de Bellas Artes en 1943, Alberdi transportó el instrumento a unas dependencias que había en el Fossar de les Moreres (una plaza de la ciudad)... Mientras el órgano estaba almacenado, desapareció el 50% de su material y se sabe que registros enteros de este órgano están actualmente en diversos órganos de Alberdi y Organería Española S.A. El otro 50% permaneció en este lugar hasta que ¿en 1988? El Ayuntamiento de Barcelona derribó estas dependencias. ¿Qué sucedió con ese 50% restante?

La ciudad de los prodigios: ¡Hale-hop! y palacios y órganos desaparecen como por ensalmo.

 

Bibliografía:

  • “L´Exposició Universal de Barcelona de 1888”. Josep Mª Garrut. Ajuntament de Barcelona.
  • “La Barcelona desapareguda”. Josep M. Huertas. Angle Editorial.
  • “1888: La ciudad de los prodigios”. Muntsa Lamúa. Web Liceus.
  • “L´orgue a Catalunya”. Josep Maria Escalona. Generalitat de Catalunya.
  • “La organería en el País Vasco y Navarra”. Esteban Elizondo. Universidad del País Vasco.
  • Foro de la web “Associació Catalana de l´Orgue”.
  • “El órgano eléctrico de Aquilino Amezua para la Exposición Universal de 1888”. Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona.

 


Escrito por Joaquim Zueras
Desde España
Fecha de publicación: Invierno de 2021
Artículo que vió la luz en la edición nº 40 de Sinfonía Virtual
www.sinfoniavirtual.com
ISSN 1886-9505



 

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