El día 4 de abril pasado murió un gran escritor: me refiero a Marcel Moreau (Boussu, 16 de abril de 1933 -4 de abril de 2020). Un artista heterodoxo, poco dado a las ceremonias del éxito y las sutilezas sociales y auténtico en el más profundo sentido del término. Ciertamente aquí en España no es muy conocido. Tal vez esta humilde nota sirva para acercarnos a este creador que tanto quiso a nuestro país, con el que mantuvo un estrecho contacto tanto personal como espiritual.
Marcel Moreau en la Chartreuse d´Avignon observa la partitura basada en sus textos
Marcel fue un escritor visceral, un amante del lenguaje directo, de las pasiones humanas y del valor sonoro de cada palabra, de su musicalidad. Su extensa obra, más de sesenta libros, muestra el rol que puede tener el arte en la vida de las personas: reflejar nuestras ilusiones y miedos; comunicar las pasiones a través de un medio que se domina y, sobre todo, considerar el lenguaje como un catalizador de la evolución positiva de las personas.
No puedo negar el privilegio que me produjo haberlo conocido hace varios años. Fue gracias a Pilar Valero e Yves Robbe, dos estupendos pianistas y amigos, como me encontré con él. En el 2001, conocí a Pilar Valero en París. Junto al clarinetista Eduard Terol estrenaron allí mi obra Sukiya para clarinete y piano, auspiciada por los encuentros de música europea que organizaba el excelente compositor alicantino Javier Darias. A este concierto asistió Marcel. El caso es que como Pilar e Yves conformaban un magnífico dúo de piano a cuatro manos me encargaron una partitura para ellos. Creo que fue Pilar quien por primera vez me habló de Marcel y de la idea de dedicarle un trabajo musical. De este modo surgió Kamalalam II (ed. Boileau), que pudo estrenarse en Boussu, Bélgica, localidad natal de Marcel. Desde entonces esta obra se ha tocado en Alemania, Italia, Francia, Bélgica, España... Posteriormente, también la ha interpretado en varias ocasiones el Dúo Enclave de Dos integrado por María Jesús Duran y Johanna Raymont.
Tras el estreno, Marcel se mostró muy amable y me transmitió lo mucho que le había gustado la obra. Le dije que sería magnífico poder escribir algo basado en alguno de sus escritos y él se mostró encantado con la idea. Tiempo después, ya en el 2009, y gracias a la intervención de Yves Robbe, el castillo/auditorio de la Orangerie du Château de Seneffe me propuso escribir una cantata basada en sus textos. El reto era difícil ya que Marcel había escrito preferentemente prosa y la mayoría de sus escritos se acercaban más a la filosofía que a la lírica. Sin embargo, fue aceptado.
El caso es que la complejidad del proyecto (coro belga, conjunto instrumental español que trasladarse a Bélgica, solistas residentes en Estados Unidos, mi dirección musical y, por tanto, el traslado a Bruselas durante días) hizo que se aplazase durante dos años y que finalmente no se llevara a cabo. Fue una lástima, aunque quién sabe si esta hermosa empresa podría aún retomarse. Más adelante sostuve alguna correspondencia con Marcel y la gran oportunidad de trabajar juntos vino nuevamente de la mano de Yves Robbe. Gracias a sus gestiones, el gobierno francés nos dio una beca a Marcel y a mí para que trabajásemos en un proyecto literario-musical. Durante un mes estuvimos alojados en diferentes apartamentos de la preciosa Chartreuse de Villeneuve-les-Avignon, donde pudimos sostener animadas conversaciones respecto a la vida y al arte.
Posteriormente, ya en el 2015, se celebró en Molina de Segura (Murcia) un evento organizado por Pilar Valero en el que intervinieron magníficos artistas. Estela Barrientos como cantante y yo como pianista y compositor intervenimos interpretando canciones populares de García Lorca y mías basadas en nuestro folclore. Y a toda esta música y danza se unió la poesía de la alicantina Francisca Aguirre (1930-2019), Premio Nacional de Poesía), y del propio Marcel. Estuvimos tres días en Murcia y allí pude disfrutar nuevamente de la amistad de mis colegas y de Marcel.
En mi caso, por última vez, ya que el pasado 4 de abril de este año 2020, debido a la trágica epidemia de coronavirus que nos afecta, falleció en el barrio de Bobigny de París en el centro residencial para ancianos donde pasó sus últimos momentos. Lo cierto es que su salud estaba ya muy debilitada por el Alzheimer que padecía.
Marcel Moreau en la plaza de la Catedral de Murcia (al fondo) en el año 2015
La huella de Marcel Moreau en la literatura francesa de la segunda mitad del siglo XX es enorme, a pesar de su fama de escritor independiente e iconoclasta. Su vida intensa, de humildes orígenes en la región belga del Borinage, su aprecio por los obreros y por la gente sencilla a la que conoció en sus primeros años, parece la continuación de la actitud que en el siglo XIX había mostrado su compatriota el pintor y escultor C. Meunier (1831-1905). Marcel supo convertir en seres extraordinarios aquellos que trabajan duro, aquellos que como el mismo denominó eran “los verdaderos aristócratas”.
Otra de sus pasiones fue la de viajar, conocer diferentes culturas y puntos de vista enriquecedores que le aportaran motivos inspiradores. En España, por ejemplo, estuvo por primera vez en 1959.
También es destacable en sus escritos la valoración de la mujer y lo femenino en la vida y la naturaleza así como su fascinación por el sonido de las palabras y su representación gráfica. Sus famosos borradores eran casi cuadros. Tuve la suerte de que me regalara alguno de ellos.
Marcel Moreau muestra sus famosos borradores
Su primer libro, Quintes (1962), fue saludado por Simone de Beauvoir y Alain Jouffroy como una revelación. Fue editado por la prestigiosa Gallimard, comenzando así una prolongada y fructífera aventura creativa. Más tarde sería íntimo amigo de Anaïs Nin, quien, por cierto, le admiraba profundamente. Con ella realizó un viaje a New York en 1973. La escritora escribió el prefacio de su libro Le pensee Mongole, una diatriba contra los ídolos de la modernidad, contra el excesivo racionalismo y a favor de la intuición y el instinto. Marcel publicó algunas de las cartas que se escribieron.
No evocaré más su trayectoria vital, intensa y polivalente, ni sus importantes reconocimientos y galardones obtenidos, ni tampoco su intensa creación literaria o su esencial aportación a la prensa (Le Soir, Le Figaró, Le Parisien). Para eso hay fuentes mucho más completas y autorizadas que la mía. Pero sí quiero remarcar que de Marcel nos queda una prosa rica, excepcional y un profundo pensamiento humanista influido por Nietzsche y Dostoievski. En definitiva, preocupado principalmente por la esencia del ser.
Como antes dije, amaba con pasión la música. Tal vez en sus conversaciones con Anaïs Nin (de origen cubano-español y cuyo verdadero nombre fue Ángela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin-Culmell) surgieran como chispas, alusiones al flamenco (Anaïs Nin trabajó en la Habana como bailarina siendo jovencita) o a las composiciones de su padre Joaquín Nin-Culmell. Quién puede saberlo. El caso es que en sus obras existen continuas referencias sonoras salpicadas por aquí y por allá.
Para comprender su obra y su pensamiento recomiendo ver el evocador documental de la televisión francesa, La rage d´ecrire (“La rabia por escribir”) filmado a lo nouvelle-vague en 1963 por Jean Antoine, precisamente a raíz de la publicación de Quintes, su primera novela, de fuerte impacto en el panorama literario del momento. Asimismo, Stefan Thibeau dirigió en 2018 el interesante film Marcel Moreau: Se dépasser pour s’atteindre (“Marcel Moreau: Yendo más allá de ti mismo para llegar a ti mismo”). Ambos se pueden encontrar fácilmente en Youtube.
Como no podía ser de otro modo, más importante para conocerlo a fondo es acercarse a su propia obra, entre las que podríamos recomendar títulos como Quintes, Julie ou la disolución, La pensé mongole, Le Bord de Mort, Kamalam, Incandescencia, Amours à en mourir, Chants de la tombée des jours, Feminaire, La Violoncelliste-donc! Definitivos testamentos de un tiempo pasado.
Descanse en paz.
Marcel con los intervinientes en su Homenaje (Molina de Segura, 2015)