Entre la producción camerística de Franz Schubert (1797-1828) se encuentran siete cuartetos de cuerda de primera juventud con frecuencia inacabados, cuatro más compuestos entre 1814 y 1816 y, finalmente, los últimos cuatro, motivo de este breve comentario. Schubert tuvo como modelo de escritura cuarterística a Haydn, Mozart y los primeros de Beethoven. Al principio, sus cuartetos cumplían una función doméstica. Franz a la viola, sus hermanos Ignaz y Ferdinan al violín y su padre al violonchelo ejecutaban estas obras. De este modo, todos se convencieron de las aptitudes creativas del joven compositor. Los cuartetos intermedios fueron dados a conocer en las schubertiadas, reuniones de artistas de todos los ámbitos que formaban un círculo brillante y animado dedicado a la música y a la lectura. Seguramente influido por el giro estilístico del genio de Bonn, cuya música tanto apreciaba, en los cuatro últimos cuartetos Schubert se libera de la influencia clasicista para pronunciarse en un lenguaje personal de asombroso dramatismo. Es por ello que los últimos cuartetos merecen una atención particular.
Algunnos biógrafos de la escuela romántica han situado la composición del Cuarteto Nº 12 en do menor, D. 703 a finales de 1816 o comienzos de 1917, haciéndolo coincidir con la boda de Teresa Grob, acaso el único amor de Schubert, con otra persona sin dificultades económicas. Esto explicaría el carácter melancólico y resignado de la obra. Hoy sabemos que fue escrita en 1820, un año en el que Schubert se inclinaba hacia la creación escénica, realizando el encargo de poner música a El arpa mágica de Hofmann. Consta de un solo movimiento, un allegro asai que dura unos diez minutos. Schubert escribió a continuación los primeros compases de un andante que nunca terminó. Pese a su corta duración, es obvio el salto evolutivo respecto a los cuartetos anteriores. El músicólogo Walter Rehberg dejó escrito: “¡Una maravilla de obra por su belleza, su encanto romántico y las iniciativas frondosas!”, con sutiles fluctuaciones entre fragmentos de elevado lirismo, en contraste con otros sombríos e inquietantes.
Los dos cuartetos siguientes fueron concebidos en 1824, un año después de haber rechazado el cargo de organista de la Corte que le ofrecía el conde de Diertrichstein. Habla a sus amigos sobre “su enfermedad” nunca en términos diáfanos, lo cual ha favorecido toda una literatura sobre este asunto. Es evidente que Schubert era incapaz de reorientar su vida económicamente y de sacrificar parte de su independencia en aras de una existencia más cómoda. De temperamento soñador, era negligente en cuanto a considerar una cotidianidad más segura, que a él se le antojaba grisalla. Se deduce de sus biografías una actitud de negación frente al compromiso, de querer perpetuarse en una bohemia complaciente, en un carpe diem poco responsable. Poco después, atenazado por situaciones apremiantes, quiso optar por algún empleo y no tuvo suerte, ofreció sus piezas a editores de los que sólo obtuvo calderilla... y, viéndose tan desamparado, se hundió en una profunda depresión. Al mismo tiempo sobrevivía mal alimentado, abusaba en ocasiones del alcohol e incluso se ha apuntado el padecimiento de una enfermedad venérea. El primer movimiento del Cuarteto Nº 13 en do menor, D. 804 “Rosamunda” refleja este estado febril y vehemente en los que alterna luz y oscuridad; condensa los temas, se apasiona con los crescendos, reelabora las ideas sin artificiosidad y logra de cada instrumento un magnífico papel individual. En el andante se sirve de su música para Rosamunda, pero ni en la ópera ni en las Variaciones en si mayor del Impromtus para piano esta melodía está tan acariciada y desarrollada como aquí. El menuetto no da tregua a la tristeza y el allegro moderato, pese a que contiene rasgos cercanos a la música popular, la alegría no asoma más que de forma distante y con alguna brusca interrupción.
Tras pasar dos meses de verano en Zelesz, se sentía cada vez más abatido, “el ser más desgraciado y miserable de la tierra”. En el Cuarteto Nº14 en re menor, D. 810 “La muerte y la doncella” empleó temas de su lied homónimo sobre un siniestro texto de Mathias Claudius. El andante, conmovedor en su expresividad, contrasta con los otros tres movimientos rápidos: agitados, atormentados, llenos de crispación e insistentes en sus macabros motivos, sobre todo en el último movimiento. Apenas se detecta la languidez de sus cuartetos anteriores, sino el enojo de un ser cansado frente a la muerte inclemente. Hay una gran inventiva puesta en esta obra, el fluir magnífico, el dramatismo audaz y la pasión desbocada pese a su densa profundidad.
En abril de 1826 Schubert escribió una carta solicitando un puesto como maestro de capilla en la corte del emperador Francisco I, pero no lo obtuvo. En junio compuso el Cuarteto Nº. 15 en sol mayor, D. 887, a los 29 años, dos años antes de su fallecimiento, probablemente a causa de un tifus. Su extensión y desarrollo armónico reflejan un nuevo avance en su concepción cuarterística. La sensación que el oyente obtiene tras una escucha atenta y meditada es que, al revés de los cuartetos precedentes, éste contiene una música pura, totalmente ajena a la realidad circundante, más allá de conflictos anímicos. Los audaces cambios de colorido armónico, el tratamiento independiente de las voces, los encadenamientos inesperados y los efectos sonoros por medio de trémolos en los dos primeros movimientos dan idea de su excepcionalidad. En cuanto al andante, de nuevo cito a Walter Rehberg:
por su inspiración es sublime y roza los límites entre el libre florecer en lo supraterreno y el sentirse fatalmente ligado al propio mundo espectral. Esta parte que se presenta como un amplio lied, está colmada del estado de ánimo del Viaje invernal.
El scherzo es de una vivacidad y transparencia mendelssohniana. El allegro final, con una tarantela como motu perpetuo, resulta ambiguo en su forma y modalidad. Según Walter Riezer, alumno de Schubert:
es el más inspirado, atrevido y perfecto de los movimientos pertenecientes al compositor vienés”
aunque aún hoy sigue siendo un movimiento poco aprehensible, lo que prueba que, incluso ahora, Schubert se adelantó a nuestro lenguaje.