Hoy es el Día Internacional del Flamenco, instituido el 16 de noviembre por la Junta de Andalucía, que ha coincidido este año con el Día Internacional de la Filosofía de la UNESCO, celebrado el tercer jueves de noviembre. Esta coincidencia nos invita a reflexionar sobre la gira culminada este martes por “The Paco Lucía Proyect”, a quienes pudimos escuchar en el Teatro McCarter de Princeton, Nueva Jersey, en Estados Unidos. Hay muchas cosas que han merecido una reflexión filosófica en España, como la propia idea de España o los nacionalismos. Pero quizá se ha filosofado poco, o se ha filosofado mal, sobre el flamenco, siendo uno de los momentos más interesantes de nuestro país.
La generación del 98 no sólo se distinguió por sus virtudes literarias, sino también por un extremo derrotismo ante la pérdida de las últimas colonias españolas, hecho complejo que los poetas no estaban preparados para explicar, salvo apelando a razones de tipo psicológico y libresco, como el costumbrismo de la sociedad española o unas gruesas pinceladas sobre historia de España, que a menudo les llevaron a asumir los relatos propagandísticos de la leyenda negra. Autores como el madrileño Eugenio Noel (1885-1936) hicieron del flamenco un pilar de los supuestos males metafísicos de España, lo que unido a las dictaduras de Primo de Rivera y Franco y su defensa del folclore terminó por alimentar una imagen del flamenco, como ocurrió también con la zarzuela y con la propia idea de España, cuyas consecuencias ideológicas seguimos viviendo hoy.
Paco de Lucía ha sido el mayor ejemplo de lo errado de aquella ideología. Nadie podría atribuirle ninguno de los elementos de flamenquismo catalogados por Noel, bajo cuya pluma latía un desprecio de fondo, que aún hoy aflora de vez en cuando, contra ciertas regiones españolas. Algo parecido ocurrió con el jazz en Estados Unidos, y no es casualidad que el flamenco y el jazz se hayan encontrado a menudo en sintonía, mezclando sus estilos, participando en los mismos espacios y con públicos similares. Así ocurrió con las obras de Paco de Lucía y también ha ocurrido con “The Paco de Lucía Project”, que terminó su gira en el Teatro McCarter, situado junto al campus de la Universidad de Princeton. Justamente en esta universidad, con uno de los mayores presupuestos del mundo, es posible encontrar hoy compartiendo el Departamento de Música a un saxofonista de jazz como Rudresh Mahanthappa, junto a compositores de ópera o musicólogos. Uno se pregunta por qué las universidades y conservatorios de España no caminan en esa dirección respecto al flamenco.
La diversidad de palos, la calidad de los músicos y el éxito internacional del flamenco son un aval suficiente para hacerlo. Es imposible encontrar un guitarrista mejor que Paco de Lucía en nuestros conservatorios. Y en el concierto de ayer pudimos escuchar a músicos inigualables, como Antonio Serrano, que está convirtiendo la armónica en un instrumento de insospechadas posibilidades musicales, o Israel Suárez, cuya maestría al cajón es la envidia de tantos percusionistas. Al grupo se une el baile de Farruco, el bajo eléctrico del cubano Alain Pérez, la voz de David de Jacoba y la guitarra de Antonio Sánchez, que acompañó a Paco de Lucía durante tantos conciertos como segundo guitarrista. Todos ellos se han unido en este grupo para homenajear a su maestro, Paco de Lucía, con quien compartieron escenario en más de una ocasión.
Javier Limón ha sido el productor de este proyecto, a quien muchos conocerán por su producción de Lágrimas Negras, con Diego el Cigala y Bebo Valdés, o Cositas Buenas de Paco de Lucía. Antonio Serrano tomó el micrófono tras el primer tema del concierto para homenajear al guitarrista gaditano, fallecido en el año 2014, a quien el propio Farruco dedicó una canción al final de la noche, tras el bis, compuesta y cantada por él mismo a la guitarra. La unión de estilos y la improvisación prevaleció durante todo el concierto. Tras las palabras de Serrano, por ejemplo, Alain Pérez interpretó con el bajo eléctrico su canción “El ciego sin bastón”, con aires de bolero cubano, pero al mismo tiempo con la dulzura de una bossa nova y elementos de jazz, acompañado al cajón por Israel Suárez. Las improvisaciones de Antonio Serrano a la armónica fueron quizá lo mejor de la noche. El guitarrista le presentó en tono jovial como “el genio de la armónica del siglo XXI”. Sus improvisaciones, en ocasiones más cercanas al juego de escalas de un capricho de Paganini que al jazz o el flamenco, son una prueba de la calidad que han alcanzado estos conjuntos.
En cuanto al baile de Farruco, fue lo que más despertó la alegría del público, con ovaciones en cada zapateado de tacón al ritmo de veloces semifusas. Lo que la generación del 98 entendía como chulería se entiende hoy como firmeza y elegancia. La forma de pisar tierra de un bailaor como Farruco no casa con ideas de temeridad o bravuconería, sino con la decisión de vivir una vida intensa, a través de un baile de corte clásico y apasionado. El compadreo, la alegría o fraternidad de los músicos no es la de una banda callejera, sino la de unos excelentes músicos para quienes la música no es sólo una especialización, sino también un modo de vida, una forma de vivir que abraza a la vez las alegrías y tristezas, amando lo que se tiene, como sólo la música puede hacerlo.
Se oyó algún “¡Viva Sevilla!” entre los músicos y algún “¡Viva España!” entre el público hispano, replicado cerca de mi butaca con acento americano por una señora que rondaría los sesenta años, y que no dejó de balancearse hasta límites insospechados durante todo el concierto, acompañada por su marido, un señor perfectamente trajeado. El flamenco llega a todos los que estén dispuestos a dejarse llevar por la música y representa hoy, para quienes sepan acercarse a él sin prejuicios, una forma de vida que España debería abrazar, junto al jazz y otros tipos de música hispana, como la música cubana. Por supuesto, ni el jazz es la única forma de vida americana ni el flamenco es la única española, pero ambas han alcanzado cotas de calidad artística insólitas y merecen algo más que una metafísica auto-destructiva como aquella del 98.
Escrito por Daniel Martín Sáez
Desde España
Fecha de publicación: Invierno de 2018
Artículo que vió la luz en la edición nº 34 de Sinfonía Virtual
www.sinfoniavirtual.com
ISSN 1886-9505
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