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Los nazis, el 440, la mistificación del 432
y otras hierbas...

Nacho Rodríguez
Director de Los Afectos Diversos
Profesor en la Escuela Superior de Canto de Madrid
Director especializado en Interpretación Histórica, Cantante y Continuista



(Nº 31, Verano, 2016)


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CRÍTICA


Resumen: Vivimos en la era de la información, pero también de la desinformación. Entre las frecuentes noticias erróneas o falsas que circulan por internet, y son aceptadas por muchos lectores sin contrastar, en los últimos años ha tomado presencia una que atribuye a Goebbels el estándar de afinación La = 440 Hz con oscuras intenciones, frente a un supuesto patrón anterior 432 Hz, al que se atribuyen además cualidades místicas amparadas en afirmaciones pseudocientíficas totalmente gratuitas. Se revisan aquí las razones presentadas en estos artículos, para desmentirlas enfrentándolas a la realidad histórica y científica.

Palabras clave: Afinación, Nazis, Bulo, Diapasón, 432 Hz, Goebbels, 440

Abstract: We live in the Information Era, but also the Misinformation one. Among the numberless wrong or false news running through the internet, and accepted by many readers without checking, there is one that has being growing lately, ascribing the settle of A = 440 Hz as concert pitch to a devious Goebbels decision, and attributing mystical qualities to a supposed previous 432 standard, arguing pseudo-scientific statements with no real base. This paper looks into that arguments, confronting them to the historical and scientific facts to show their falsity.

Keywords: Tuning, Nazis, Hoax, Concert Pitch, 432 Hz, Goebbels, 440

 

Que vivimos en la era de la información, es innegable. Que al mismo tiempo que contamos con miles de páginas interesantísimas al alcance de dos clics o una simple pregunta de voz a Dª. Siri o D. Google contamos también con, como poco, otras tantas con datos erróneos, tendenciosos, o directamente falaces, no lo es menos. Y que el mundo de las redes sociales es más propenso a dar visibilidad a las cosas llamativas o contracorriente que a las informaciones contrastadas y veraces, es un hecho.

            Hace ya unos años que circula por diferentes páginas de internet y por las redes sociales un bulo que relaciona la adopción de la afinación del La en su estándar actual a 440 Hz con los Nazis (con el maligno Goebbels como responsable de la decisión) e intenta convencer de las perversas cualidades de esta afinación y de su elección frente a las bondades que dicho escrito defiende para el La a 432 Hz, considerado de origen natural, universal, e incluso con propiedades sanatorias.

            La oscilación a través de las épocas y los lugares del patrón de referencia para la afinación (hoy en día generalmente expresado en función de los Herzios a que vibra el La central, esto es, del número de oscilaciones por segundo que produce dicha nota, pero también otras veces referido a la nota Do por debajo de dicho La) es un tema apasionante y ampliamente documentado. Aquí expondré brevemente algunas de las cuestiones básicas al respecto, y mostraré por qué no hay nada cierto en las afirmaciones de dichos artículos. Pero quien tenga curiosidad en leer más sobre este enfoque histórico, no debe perderse el libro History of Performing Pitch: The Story of A, de Bruce Haynes, una verdadera referencia en este tema.

            La primera y más evidente de las falacias de dichos escritos es atribuir a Goebbels la imposición mundial de la afinación del La a 400 Hz en 1930. Lo primero, porque como el sentido común ya nos avisa, la capacidad de Goebbels para imponer algo semejante a las orquestas, por ejemplo, americanas, es cuanto menos dudosa. Pero además está perfectamente documentado cómo fue el B.S.I. (British Standard Institute) en su Conferencia Internacional de mayo de 1939 (y no 1938, como muchas veces se ha escrito, debido a un error en el New Grove Dictionary que se ha ido repitiendo) el que propuso ese A=440, posteriormente reafirmado por la International Organization for Standarization en Noviembre de 1955, y de nuevo en enero de 1975 como el “ISO 16”.

            Aunque en realidad el tema es más complejo, puesto que nunca el estándar 440 ha sido verdaderamente respetado. La mayoría de las orquestas afinan a 442, cuando no 443, 444, 445… El gusto por el sonido “más brillante” que se produce al llevar las cuerdas de los violines a un punto más alto de tensión marca el diapasón elegido por cada orquesta, y siempre por encima del 440 oficial. Y del mismo modo, los instrumentos de viento profesionales modernos se fabrican ya contando con este Concert Pitch (afinación de concierto, o más bien diapasón de concierto) elevado, de manera que sonarían más mates, cuando no directamente descompensados en afinación entre unas y otras notas, si se intenta mantener el 440 como referencia.

            Aunque no todo el mundo está de acuerdo con esta tendencia, ni mucho menos. Hay quien considera excesivamente punzante el sonido que se acaba creando cuando el diapasón va ascendiendo de esta manera. Y sobre todo, los cantantes de ópera, que sufren tremendamente en ciertos papeles anteriores al s. XX, ya de por sí extremadamente exigentes en su vocalidad, y concebidos por sus compositores para una afinación más baja que 440, y para los que es agotador el exceso de tensión en una simple subida de 2 o 3 Herzios (que a veces se van convirtiendo aún en más debido a la subida de temperatura en la sala a lo largo del concierto). Podría parecer un incremento insignificante, pero cuando pensamos que muchos roles de ópera son una verdadera proeza gimnástica que lleva al extremo la resistencia y capacidad vocal del cantante, podemos entender que una subida de 440 a 443 Hz en el pitch equivale casi a pedir a un plusmarquista olímpico de los 100m lisos que mejore su marca en 2 décimas de segundo. Cuando jugamos con los límites de la capacidad física, pequeñas diferencias pueden llegar a ser obstáculos casi insalvables. Sin olvidar que un mayor esfuerzo desvía la atención hacia el obstáculo técnico, restando la capacidad de trabajar por la belleza musical, que es a fin de cuentas el principal objetivo.

            De hecho, han sido muchas la ocasiones a lo largo de la historia en que los cantantes o los compositores que escribían música vocal han promovido iniciativas para volver a bajar la afinación en momentos en que esta se hallaba excesivamente alta (sí, muchas veces la afinación ha estado en 440 o por encima antes de 1939, volveremos sobre ello más adelante). Uno de los casos más famosos fue precisamente, como en las páginas citadas mencionan (y es uno de los pocos datos reales presentes, aunque las razones están manipuladas), la iniciativa de Verdi, que reclamó la bajada del diapasón (variable en las diferentes orquestas, pero en muchos casos ya por encima de 440, e incluso llegando al 452) a el La = 432 que él consideraba óptimo vocalmente para la música que había escrito. No por razones metafísicas (aunque el hecho de escoger exactamente 432, y no 433 o 431 es por la belleza del número, y su divisibilidad, que hace más fáciles los cálculos con él), sino sencillamente por la ideal situación de los pases de la voz entre registros en los cantantes (que Verdi conocía tan bien) en su música. Es ya clásico un documento que circula en youtube en el que el barítono Piero Cappuccilli muestra la diferencia que le supone en un rol verdiano esa subida de afinación frente al pitch Verdiano.*

* https://www.youtube.com/watch?v=EWc03MZUaDM

            En 1859 una comisión del gobierno francés imponía por ley el La=435 (que será por ello conocido como afinación francesa durante mucho tiempo) como compromiso entre algunas de las afinaciones habituales, desde el muy extremo para los cantantes La=450, al excesivamente mate para los instrumentos La=422. Ante la exigencia de los primeros, esta afinación francesa fue adoptada en el período en muchos teatros de ópera de otras zonas de Europa, si bien no fue ni mucho menos generalizada su acogida (pensemos en lo que supondría tener que cambiar todos los instrumentos de viento en cada orquesta, y reajustar los de cuerda, que es el inconveniente que siempre ha condicionado la realidad de la adopción de este tipo de propuestas), con lo que siguió conviviendo con otras opciones más agudas.

            A finales del siglo XIX, en Inglaterra, vuelve a plantearse el intento de unificar el diapasón sobre la afinación francesa, aunque en ese momento se le aplica una corrección: el estándar francés estaba pensado para 59ºF (15º C), temperatura que no es la que se produce normalmente en una sala de conciertos, así pues, aplicando el factor de corrección correspondiente para los vientos, y tomando como objetivo los 68ºF (20ºC), se obtiene el número 438’915 que se redondea a 439 Hz. Con el tiempo, por comodidad de cálculo, al ser 439 un número primo, se cambia al más redondo 440 en la conferencia de 1939, ya mencionada, que acabará convirtiéndose, como ya se ha dicho, en el estándar oficial.

            Así que como vemos, el proceso de aceptación del La=440Hz ha sido largo y complejo, y no una decisión aislada de una persona. Pero podríamos preguntarnos incluso: ¿cuál es la razón para querer establecer un diapasón común?

            Por un lado, el gusto a partir de la revolución industrial por las estandarizaciones (la razón para el nacimiento de instituciones como la ya citada B.S.I.), para permitir una fabricación más mecanizada. Cierto es que los constructores más importantes de instrumentos de cuerda (frotada o punzada) siguen trabajando de manera artesanal (las maderas son materiales vivos, y completamente diferentes de una muestra a otra, con lo que la intuición y conocimiento empírico del luthier es básica para lograr un resultado brillante), pero aún para ellos resulta importante tener unos estándares de afinación a los que ajustarse para que su instrumento pueda ser tocado con igual belleza y comodidad en Londres, Berlín o Nueva York. Y no digamos nada de esta ventaja de la estandarización para instrumentos que sí se construyen de manera industrial o semiindustrial, como hace tiempo que ocurre con los de viento madera o más aún los metales.

            Por otra parte, si bien los músicos de siglos pasados también viajaban (y más de lo que en muchos casos imaginamos), no cabe duda que la movilidad de los músicos es cada vez mayor, y el carácter internacional de muchas figuras (cantantes e instrumentistas) hace que tengan que cantar o tocar con pocos días de diferencia en lugares distantes. Si el pitch no fuera lo suficientemente cercano en todos estos sitios, el resultado no podría ser bueno.

            Pero hay otro factor que se suele olvidar, y que fue especialmente decisivo para el intento de estandarización de esa conferencia de 1939: el creciente mercado discográfico, y el también en rápida expansión mercado de las emisiones radiofónicas. Es muy molesto para el oyente oír seguidas dos piezas afinadas con 10 Hz de diferencia, por ejemplo. Así pues, una aproximación lo suficientemente ajustada para evitar ese choque sonoro se volvía una necesidad fundamental para los nuevos agentes de difusión que estaban apareciendo asociados a la música clásica, y cuya importancia, vista desde nuestros días, podemos confirmar que no fue en ningún sentido sobrevalorada.

            De hecho, esto enlaza directamente con la siguiente de las cuestiones. ¿Ha sido alguna vez el mistificado La=432Hz, como se da a entender en los escritos que estamos revisando, un estándar anterior, o algo próximo a ello?

            Cualquier persona cercana o aficionada al movimiento historicista, que trata de aproximar la manera de tocar en épocas anteriores al modo en que se hacía en las mismas, al uso de instrumentos réplicas de los utilizados en cada período, y a las afinaciones y temperamentos correspondientes, tiene al menos una idea de la diversidad inagotable de pitchs utilizados hasta el siglo XIX. En primer lugar, como no, por el propio carácter de la época preindustrial, donde en cada país, en cada región, o en cada población, el patrón de medida era diferente, lo que daba lugar a realizaciones diferentes de unos mismos planos o instrucciones, a tamaños diferentes en los instrumentos, y, consecuentemente, diferentes alturas de afinación.

            Pero lo cierto es que no había tampoco un interés real en unificar, por no decir que se valoraba especialmente la diversidad. En cada lugar (y esto a veces podía referirse también a la iglesia de enfrente, o al palacio de los otros señores importantes en la misma población) había un gusto propio por el sonido, la brillantez, etc. Y de hecho, incluso en un mismo sitio podía preferirse uno u otro color según el carácter de la ocasión o la pieza, y se consideraba totalmente lógico y lícito adaptar la afinación al momento y sus circunstancias.

            Por no hablar de cuestiones más prosaicas: en las iglesias, era el órgano (por su complejidad) el que servía de patrón de afinación, y en función del cual se construían los demás instrumentos de la capilla que tocaba con él, y que eran propios de la iglesia, y no de los músicos que los tocaban, habitualmente. Y la variedad de órganos y de afinaciones que podemos encontrar en los siglos XVI y XVII, por ejemplo (perfectamente calculable cuando se conservan los tubos originales) es asombrosa. Nos han llegado a nuestros días instrumentos afinados entre 380 y 520 Hz. Esto supone 5’4 semitonos, es decir ¡más de una cuarta, casi la mitad de la escala! Las razones, desde el gusto concreto de los compradores, a cosas tan simples como la disponibilidad económica. Si no había presupuesto suficiente para los materiales (o el organero quería dejarse un margen más amplio de beneficio) se podía construir el instrumento con tubos un poco más cortos, con lo que el pitch asciende. O, debido a las continuas y necesarias afinaciones del instrumento, que se realizan abriendo o cerrando ligeramente el final libre del tubo, se acababa dañando el material, y resultaba mucho más barato cortar esa zona dañada de la tubería, que reemplazarla por otra nueva. De nuevo una subida de la afinación era el resultado obtenido, por razones puramente crematísticas, no musicales, pero que se veían como totalmente aceptables.

            ¿De dónde procede, pues, el uso moderno del La=415 para la música barroca que se interpreta con criterios históricos, y no es acaso 432 la frecuencia escogida para el La en la época de Mozart en los sesudos y estudiosos intérpretes historicistas de hoy en día? ¿No ha sido por tanto 432 un estándar en esa época de glorificación del saber humano que fue la ilustración? ¿Nos están mintiendo?
Las referencias de afinaciones anteriores a 1711 (invento del diapasón de horquilla moderno, que permite al fin fijar una altura de manera inequívoca) son de lo más complejo. Al igual que decíamos de los órganos, los otros instrumentos que más información nos facilitan de la altura de la afinación son las flautas, cornetas (el instrumento antiguo de madera, no el concepto moderno de corneta) y algunos otros instrumentos de viento semejantes. Y la variedad no es menor. Pero algunos testimonios de instrumentos de cuerda son incluso más divertidos y llamativos.

            En España, en el siglo XVI, el famoso vihuelista Luis Milán, da sus instrucciones de cómo afinar su instrumento: “ténsese la prima hasta justo antes de que se rompa”. Y esta cuerda da la referencia para afinar las demás. Cuerdas realizadas de manera artesanal a partir de un material tan variable como es la tripa de cordero. Luego ¿qué altura es esa? La que la cuerda concreta, y las condiciones de humedad y temperatura del día indicaban. A cambio, nos asegurábamos que el instrumento sonaría adecuado, con la brillantez que el juego de cuerdas de ese día permitiera, y sin forzarlas tanto que fueran a partirse en medio de la interpretación. Y eso era todo lo que importaba. Ejemplos similares podemos encontrar en infinidad de otros instrumentos o escritos.

            Bueno, pero hemos dicho que en 1711 se inventa el diapasón, ¿no? ¿Hay por tanto un estándar al fin? Pues más o menos… no. Conservamos dos diapasones que fueron propiedad de Händel, por ejemplo, uno a 422 y el otro a 408’5 Hz. La diferencia entre ambos es aproximadamente un tercio de tono. Y esto en un mismo compositor, para uso en diferentes ocasiones (según parece, por ejemplo, el más bajo era el que prefería para las representaciones de sus óperas). Y la variedad que podemos encontrar en ese tiempo en instrumentos y diapasones conservados, es más amplia aún. ¿Por qué tomar 415 como estándar moderno para las interpretaciones historicistas del período entonces?

            La razón es muy sencilla. En un curso con el constructor de claves Von Nagel, en el que yo me encontraba haciendo de traductor, comentaba él cómo en el tiempo en que estaban empezando a construirse claves e instrumentos basados en los originales por primera vez de una manera concienzuda, allá por los años 70 del siglo pasado, observaron que la mayoría de las referencias conservadas solía situarse por debajo del 440 moderno, aunque en cantidad variable. Y las pruebas empíricas mostraban que una afinación más baja conseguía mejores resultados musicales en estos instrumentos realizados al modo antiguo. Pero el concepto moderno, y la necesidad de tener instrumentos que pudieran funcionar junto con los de otros constructores, intérpretes o países (la incipiente globalización ya imponía estos criterios) invitaba a buscar un acuerdo en ese sentido. Y la opción por el 415 en concreto proviene de los constructores de teclados (órganos, claves, etc.) del momento. Si tomamos el La oficial a 440 y, en temperamento igual, calculamos un semitono menos, obtenemos 415’3 Hz, redondeado a 415 por comodidad. Al mismo tiempo, está casi equidistante entre los dos diapasones de Händel, por ejemplo, con lo que no resulta descabellado. Esto permitía hacer un instrumento fácilmente transpositor, es decir, que pudiera ser utilizado indistintamente al 440 actual, con orquestas modernas, o a la afinación más baja ideal para estos instrumentos realizados al estilo antiguo. Un simple mecanismo que permite deslizar el teclado una tecla hacia la izquierda nos cambia entre ambos pitch. Así pues, el 415 que hoy en día se toma casi como dogma por alguna gente para la música antigua, fue un compromiso adoptado por cuestiones puramente prácticas. Si no fuera por ello, podríamos estar usando cualquier otra afinación en su entorno, como ocurría a principios del XVIII.

            Yendo más lejos, mientras se sigue investigando en repertorios e instrumentos, se puede apreciar como los franceses tenían predilección por un diapasón aún más bajo, que ocasionaba un sonido más denso y flexible en las cuerdas. Y que estaba frecuentemente por debajo de 400 Hz. Así pues, aplicando de nuevo el mismo criterio de comodidad en la transposición de teclados, obtenemos 391’99, que se redondea en el 392 Hz habitual hoy en día para el repertorio barroco francés. Y cuando se ve que los italianos preferían un diapasón más alto que 415, se vuelve al 440 moderno para ese repertorio. E incluso, al ver en el siglo anterior muchos instrumentos que apuntan a una afinación un poco superior, se aplica la misma corrección en la dirección contraria, y obtenemos 466’1, habitualmente redondeado a 466 o 465 Hz. Este es el origen, por tanto, de la estandarización moderna en sólo 4 de las muy diversas afinaciones que podíamos encontrar en el barroco.

            ¿Y en el clasicismo? Una época que gustaba de los conceptos universales parece muy propia para la búsqueda de un estándar.

            Pues bien, si leemos el testimonio que deja Barthold Kuijken, uno de los pioneros en la interpretación historicista, intérprete de flauta travesera en concreto, en su libro Notation is not the music de 2013, nos describe cómo buscan una afinación que pueda funcionar para una primera grabación de La Creación de Haydn con instrumentos originales. En su búsqueda, encuentra, por ejemplo, una flauta de uno de los principales constructores del período con diversos cuerpos intermedios originales, para adaptarla a diferentes alturas, concretamente 427, 433, 437 y 442 Hz, testimonio de la variación aún existente, de márgenes más reducidos que en períodos anteriores (un semitono en total), pero aún así, claramente diversa. Conjuntando este testimonio con los demás instrumentos que tenían a disposición, toman para esa grabación como referencia el La=430 Hz, que, tras resultar en una grabación bastante satisfactoria para el grupo de músicos que participaron en ella, se acaba por tomar como referencia habitual en futuras grabaciones y en la construcción de instrumentos réplica de los del período. Una vez más, un compromiso moderno ante la diversidad original.

            En todo caso, y una vez aclarado que nunca ha existido un estándar 432, y que el oficial actual a 440 Hz proviene de un largo y errático recorrido histórico, y en ningún caso de una decisión maligna de los Nazis… ¿no puede ser igualmente cierta la afirmación de que 432 Hz es la afinación “correcta”, presente en la naturaleza, y con efectos sanadores? ¿Y esas imágenes que suelen acompañar a los artículos mencionados?

            Veamos las afirmaciones que se presentan para defender la universalidad o carácter innato del 432, y estudiémoslas.

            Por un lado, se afirma que 432 es un número mucho más natural. Se dice que es un número de la serie de Fibonacci. Afirmación muy bonita, aparentemente técnica e indiscutible. Pero ¿qué es un número de Fibonacci? Es sin más una serie que el matemático de tal nombre definió, y que consiste en una sucesión de números en la cual cada miembro de la misma es la suma de los dos anteriores. Es decir 1,1,2,3,5,8,13,21,34,55,89,144,233,377,610,987,1597… (1+1=2, 1+2=3, 2+3=5, 3+5=8, etc.). ¿Cuál es el interés de esta serie, o mejor dicho sucesión? Una simple búsqueda en internet nos dejará ver imágenes en que se relaciona fácilmente a ésta con gráficos geométricos como espirales y otras formas orgánicas presentes en la naturaleza. Se trata de una aproximación sencilla de hacer, pero bastante adecuada a este tipo de figuras. Entonces tal vez tenga razón la afirmación, salvo qué… ¡un momento! ¡432 no está en la serie, salta de 377 a 610!

            En efecto, esa afirmación es directamente falsa. Aunque por otro lado, nuestra medida de frecuencias en Herzios es totalmente arbitraria, no es más que un número que asignamos a priori. Podríamos medir la velocidad de osiclación como vibraciones por minuto, en vez de por segundo, o por cualquier otra unidad que pudiéramos imaginar, y obtener números diferentes para una misma medida. Nuestro cuerpo, o cualquiera de sus partes o moléculas no están en absoluto interesadas en cuál es el número que asignamos a un parámetro o la belleza de este, con lo cual en todo caso tampoco sería importante la cifra aunque no hubiera sido falsa la afirmación. Pero además lo es, lo cual nos da una idea de la fiabilidad de estos artículos.

            Bueno, pero tal vez la otra propiedad que se le asocia, la relación con la proporción áurea (o el número phi, también llamada) sí sea real. Y no se puede negar que la proporción áurea está presente en la naturaleza en cantidad de elementos (como otras muchas proporciones, por otro lado).

            En efecto... si así fuera. Pero nos encontramos de nuevo con una inexactitud, o más bien una afirmación totalmente gratuita. La proporción áurea, como su propio nombre indica, es eso, una proporción. Es decir, una relación entre dos dimensiones, o dos números. Se define como la proporción entre dos magnitudes a y b, que cumplen que a está en la misma proporción con b, que b con el total. Osea a / b = b / (a+b). Para los no aficionados a las matemáticas, baste con saber eso: es una relación entre dos magnitudes. Aparece en bastantes ocasiones en la naturaleza, por ejemplo en ciertas hojas que guardan esta proporción áurea entre su longitud y su anchura, o en ciertos cristales que mantienen también esta relación entre su ancho y su largo, y produce normalmente una sensación equilibrada a la vista. De hecho, en muchas obras artísticas la intuición del creador lleva a dotar de proporciones próximas a la áurea las relaciones entre distancias de sus elementos. Hay algo, en efecto, estético y orgánico en ella. Sin embargo, afirmar que 432 está relacionado con la proporción áurea, es absurdo, pues es una sola magnitud. Puede guardar la proporción áurea al compararla con otra, pero dicho sólo respecto a ella, es una afirmación sin sentido. Es como decir 432 es mayor, sin un contexto. ¿Mayor que qué? Si no hay ese segundo punto de relación, la frase es simplemente incomprensible.

            Así pues, tampoco esto sirve para atribuir ninguna virtud especial al número 432. Ah, pero... ¿y los gráficos que muestran lo bonita que es la vibración del agua con un sonido a 432 Hz, en comparación con uno a 440 Hz? ¿No demuestra esto nada?

            Pues tampoco, desgraciadamente. Resulta que el patrón de vibración inducido por una frecuencia sonora en una gota o un recipiente de agua varía según la temperatura, la cantidad y, sobre todo, de la pureza de este agua. Puesto que el agua casi nunca existe en perfecta pureza en la naturaleza, siempre lleva disueltas sales que cambian su densidad y su tensión superficial, junto con la temperatura, que también lo hace. Y nuestro cuerpo se halla a diferentes temperaturas según el momento y la zona del cuerpo, y su agua con diferentes concentraciones de substancias diluidas, con lo que varía totalmente de punto a punto cómo habría de ser esa “resonancia”.

            Para reducir al absurdo: con escoger una gota de agua con la densidad adecuada, el tamaño adecuado, y la temperatura correcta, cualquier vibración podría provocar cualquiera de esos patrones  fotografiados. El poder de lo visual hace creer rápidamente lo que en realidad no es sino otra falacia.

            Hay quien afirma también que 432 lo que hace vibrar son las moléculas de agua presentes en nuestro cuerpo. Ahá, entonces, si hablamos a nivel molecular, no hay problema con las disoluciones de sales, ¿no?

            Pues tampoco. Para hacer “resonar” una molécula necesitamos irnos no a una onda de presión transmitida por el aire, sino a una onda electromagnética transmitida por el espacio radioeléctrico. En el caso del agua, una microonda. Sí, justo, como el electrodoméstico de la cocina. De hecho así es como funciona éste: emite una microonda que interactúa con las moléculas de agua, haciéndolas vibrar y por tanto calentarse (el calor es precisamente eso, la intensidad de la vibración de las moléculas de un cuerpo). ¿Pero no dicen normalmente las mismas personas que las microondas son terriblemente nocivas? Lo sean o no, que es intrascendente para esta discusión, en todo caso, lo que está claro, es que no tienen nada, absolutamente nada que ver con el sonido (y además la frecuencia de las ondas de los microondas está en torno a los 2’4 GHz, es decir, unas 5000 veces más rápida que 432 Hz).

            Está bien, ¿y si las demostraciones son falsas, pero han acertado por casualidad y sigue siendo beneficiosa por alguna otra razón desconocida o no medible científicamente la frecuencia 432 Hz?

            Sobre esto no podemos afirmar nada, por no haber estudios serios al respecto, pero incluso dando por sentado lo beneficioso de esa frecuencia, sería muy de dudar que esa afinación supusiera ninguna ventaja, pues, si lo pensamos un momento, estamos hablando de la frecuencia del La central, sea a 440 o a 432 Hz (o 442, 446…) pero ¿y las demás notas? ¿O acaso cuando escuchamos una pieza musical oímos un continuo La sonando ininterrumpidamente? No puedo afirmar que no haya alguna pieza que lo haga. Hay piezas que experimentan con todo tipo de cuestiones, tal vez alguna juegue con ello, al estilo de In C de Riley, aunque incluso ésta incluye más notas que ese Do protagonista, pero en todo caso lo normal en una obra musical es que encontremos una continua variedad de notas, y por tanto de alturas y frecuencias. Y si no fuera así, probablemente nos enfrentaríamos a una pieza que atacaría nuestros nervios o nos fatigaría psicológicamente. Mal asunto entonces.

            Así que, como vemos, la influencia que podría realmente tener la altura de afinación, en ningún caso llegaría a tener trascendencia en la escucha de una pieza musical. Y este simple y último razonamiento es suficiente, de manera imprevista, para echar por tierra toda la importancia mística que le estuviéramos dando previamente al pobre y modesto La central, una nota perdida en el océano de cualquier composición musical que inesperadamente se ha convertido en todo el centro de un debate encendido…

            Así pues, no se dejen engañar. Ni los Nazis tienen nada que ver con la afinación de las orquestas actuales, ni estas afinan siquiera igual entre sí, ni había una afinación anterior “mejor” ni única, ni la altura a la que se afine tiene más importancia que la belleza o no con la que se adapte a un determinado instrumento o voz, que funcionará mejor a una altura o a otra según su construcción, según la música que se interprete (y cómo la hubiera concebido su autor) y al buen hacer y gusto del intérprete. Y es esta una de las razones por las que el movimiento historicista en su momento decide abandonar el diapasón 440, aunque, como vemos, para tomar otras decisiones que no dejan de ser convenciones necesarias, pero nunca verdades absolutas.

            Todo es relativo. Y la afinación aún más.

10 de Agosto de 2016

 


Escrito por Nacho Rodríguez
Desde España
Fecha de publicación: Verano de 2016
Artículo que vió la luz en la edición nº 31 de Sinfonía Virtual
www.sinfoniavirtual.com
ISSN 1886-9505



 

 

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