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PAUL DUKAS Y JOAQUÍN RODRIGO

Joaquim Zueras Navarro
Crítico musical



(Nº 27, JULIO, 2014)


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A VUELAPLUMA


Recordemos con breves trazos algunos datos sobre Paul Dukas (1865-1935). Compositor francés, en 1892 estrenó la obertura Polyucte y en 1897 su obra más famosa El aprendiz de brujo, sobre una balada de Goethe. Otras obras son la Sinfonía en do mayor (1896),  Sonata en mi menor (1902),  Variaciones sobre un tema de Rameau (1903) y la ópera Ariane et Barbe-Bleue (1907). Su actividad como profesor de composición del conservatorio de París tuvo una importancia decisiva para la música posterior.
        Se dedicó también a la crítica y a la literatura musical; sus escritos se han publicado con el título Écrits de Paul Dukas sur la musique (1948). Su música es impresionista, sin llegar al extremismo formal de Debussy. Federico Sopeña describe así a Dukas:

escéptico, ingenioso, burgués, culto, anciano... era la paz centelleante, la vida remansada y resumida en el mandato desde la ironía y la ternura.

        Rodrigo cuenta que fue después de escuchar El retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla cuando decidió que en París estaba su futuro y, por lo tanto, debía trasladarse a la capital francesa como antes hicieran Albeniz, Turina, Granados y el propio Falla. Allí llegó en el otoño de 1927, muy ilusionado. Tenía la intención de estudiar con Ravel, pero éste no daba clases. El musicólogo Collet le dio una carta de presentación para Dukas. Primero  fue a visitarle a su domicilio en Passy:

era una casa vieja con una escalera angosta, de caracol. Su piso tampoco tenía ningún lujo. Había un cuartito de trabajo y en él un viejo piano, unas esterillas, una chimenea que no calentaba demasiado, muchas partituras y un gran número de libros.

        Dukas pidió a Rodrigo que fuera a verle a la Escuela Normal de Música y que le llevara unas cuantas composiciones. Ante un gran piano de cola, rodeado por algunos compositores como Manuel Roland,  el mejicano Manuel Ponce y un grupo de alumnos, casi todos extranjeros, las interpretó con éxito y Dukas sentenció:

Si mi consejo le merece alguna confianza, no abandone la música, usted podrá hacer alguna cosa interesante... si quiere, podemos trabajar la orquesta.

Añade Rodrigo:

Pasé cinco años en esa escuela y Dukas me apoyó decididamente. Fue una etapa decisiva, aunque llegué a París con un buen bagaje: Cinco piezas infantiles, Preludio al gallo mañanero, Zarabanda lejana para guitarra... En aquellos años jóvenes tenía influencias de mi generación, Ravel, Debussy, primeras obras de Stravinski, últimas de Falla... aunque poco a poco me fui desligando de aquellas influencias impresionistas para ir formando mi propio mundo.

        En efecto, el Preludio al gallo mañanero para piano, compuesto en 1926, es una obra escrita en dos tonalidades a la vez, una para cada mano, en la que abundan las onomatopeyas y los choques de segundas mayores en una atmósfera incisiva y fulgurante; en cambio, por poner un ejemplo, A la sombra de la Torre Bermeja, pieza de 1944, una paráfrasis libre de la Torre Bermeja de Albéniz, es de lenguaje conservador y estética complaciente.
        Las clases de Dukas tenían lugar el martes y el jueves y duraban dos horas; la primera era para corregir los trabajos y la segunda era de análisis, leyendo  al piano obras sinfónicas, de cámara, óperas, etc. Siempre según Rodrigo “el juicio de Dukas era rápido, certero, original y de una gran comprensión”.  En cierta ocasión Rodrigo llevó al maestro su Bagatela, comentando que la había compuesto en un día. Dukas respondió “lástima de día perdido”. Así era Dukas, distante, muy parco en el elogio, mordaz sin caer en el sarcasmo y, sin embargo, con un fondo dulce y bondadoso. Había un alumno chino que vivía pobremente en el Barrio Latino, y pasaba tanta hambre que algunos decían que engullía papel para alimentarse. Cuando Dukas lo supo, llamó al alumno y le dio un billete de cien francos añadiendo: “pero, por favor, no se lo coma”.
        Con el tiempo Rodrigo y Dukas fueron estrechando su amistad; de ello da testimonio su correspondencia, por ejemplo, aquella carta en la que Dukas escribe:

Estoy encantado con los resultados que ha obtenido en París en tan pocos meses y me alegro de que haya encontrado en Francia  un director de orquesta. Su éxito se debe al enorme interés que a todos inspiran sus composiciones, mucho más que a mi intercesión que seguramente habría sido baldía e ineficaz sin el apoyo de unos valiosos trabajos como los suyos.

        En otras cartas Dukas sugiere a Rodrigo algunas mejoras en cuanto a orquestación.
        Como compositor Dukas sufrió el mal de la autocrítica que le llevó a quemar obras inéditas antes de morir. Cuando falleció, Rodrigo compuso la Sonata del adiós para piano:

Es una obra escrita sobre una especie de pedal, como un doblar de campanas que suena durante casi toda la obra. Sobre este ostinato se levantan dos breves temas. Fue mi pequeño y humilde homenaje al maestro.


Escrito por Joaquim Zueras
Desde España
Fecha de publicación: Julio de 2014
Artículo que vió la luz en la edición nº 27 de Sinfonía Virtual
www.sinfoniavirtual.com
ISSN 1886-9505



 

 

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