Enseñar deleitando… Ese es el único propósito de este pequeño texto, a partir de las relaciones entre la música y lo demoníaco. "Los violinistas de Azazel" es la historia de un viejo que soñaba con demonios, de un alumno que humillo a su amado maestro, de cómo unos señores de color, mosqueteros del Rey, blandían su violín tan certeramente como su espada y de cómo en la noche de San Juan las brujas y los demonios cantaban y bailaban las melodías que un ilustre noruego de nombre español tañía con diabólico frenesí. Todas ellas historias de músicos reales: violinistas como Paganini que, según la leyenda, contactaron con el demonio...
Más sabe el diablo por viejo que por diablo… Este antiguo proverbio español bien podría aplicarse a la estrecha relación que ha existido durante siglos entre el diablo y la música. Son numerosas las historias o leyendas que tienen al diablo como protagonista y varias las visiones que hacen que este personaje se haya colado a hurtadillas en la memoria del aficionado. A lo largo de la historia, desde el primer barroco hasta nuestros días, la figura de Belcebú ha inspirado los geniales trazos de más de un ingenuo compositor que comprendió que pactar con el maligno era la única forma de alcanzar la inmortalidad. Esta es una historia contada a través del tiempo, sin distinción de rango, credo, raza o condición, es una historia que boca a boca se ha transmitido generación tras generación provocando la admiración del incrédulo aficionado. ¿Que se oculta tras estas misteriosas apariciones? Esta es una buena pregunta, sin duda.
Históricamente, no hay ni una sola prueba de que esto ocurrió así más allá de unas cuantas lineas escritas de puño y letra que alguno de nuestros ilustres protagonistas garabateó, atestiguando tan extraordinarios acontecimientos. Tampoco hay una verdad lógica que nos demuestre la existencia de tan maléfico ser (ya quisieran algunos creer que esto es posible), pero aún así estas y otras muchas leyendas estan tan vivas que casi parecen reales. Atribuir la creación de una obra de arte a la intervención de un ser de otro mundo es tan viejo como los balcones de palo, que decía mi abuelo. Que aparecen las pirámides de Guiza, Keops, Kefrén y Micerino, pues seguro que detrás de su increíble construcción hay una civilización extraterrestre; que Leonardo Da Vinci traza su maravillosa última cena, pues erre que erre, seguro que hay una mano oscura y sobrenatural oculta tras los trazos de tan insigne obra, por no hablar del inmortal Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart, ¿cabe pensar en una pieza musical más inspirada por la mano de Dios que esta? De igual manera se puede llegar a pensar que el diablo está detrás de algunas de las composiciones musicales más importantes de la historia y que su malévola mente eligió por azar a unos cuantos insensatos que dieron a bien entregar su propia alma para alcanzar la tan anhelada inmortalidad.
Cierto o no, supongo que no deja de ser una fábula, la verdad es que gracias a estas leyendas las obras de cierto número de músicos han trascendido al inexorable paso del tiempo. Depende del lado del abismo en el que se encuentre uno atribuirá ciertas habilidades sobrehumanas a un ser u otro y decidirá de que parte está. Para nuestros protagonistas prefiero situarme en el lado donde los recuerdos son presa de la memoria y las ideas viajan a través de la estigia hacia el inframundo. Es inevitable pensar que el ser humano tiene sus propias limitaciones y que cuando estas son sobrepasadas por la inventiva y la inspiración tendemos a pensar que algo oculto se encuentra tras ellas. Echando un vistazo a la historia de la música de los últimos siglos nos encontramos con que esta serie de leyendas acontecen con demasiada asiduidad. La delgada línea que separa la realidad de la ficción muestra que la música y el diablo han ido de la mano en numerosas ocasiones agrandando la oscura leyenda del arte. Quizás no tiene demasiado sentido hablar de música y genio sin hablar de Azazel y su mezquina naturaleza.
A través de los sueños, por la senda de las conspiraciones palaciegas de capa y espada, metido en un famélico y elegante cuerpo de ilimitadas proporciones, rodeado de una halo místico en la noche de San Juan bajo la mágica luna de verano, la figura del diablo se ha encargado de decirnos que él tiene la llave de la inmortalidad y que todo aquel que quiera beber de sus mieles tendrá antes que pactar con su satánica majestad.
Esta la historia de un viejo que soñaba con demonios, de un alumno que humillo a su amado maestro, de cómo unos señores de color, mosqueteros del Rey, blandían su violín tan certeramente como su espada y de cómo en la noche de San Juan las brujas y los demonios cantaban y bailaban las melodías que un ilustre noruego de nombre español tañía con diabólico frenesí.
Tartini y Azazel dialogan sobre música
Puede que de todas las leyendas de la antigüedad que versan sobre el diablo –Azazel (1)- ya se refieran a sus apariciones, posesiones y demás actividades pseudo-creativas, sea la que atañe al virtuoso violinista italiano Giuseppe Tartini la que ha calado más hondo en el imaginario colectivo de la humanidad. Todos, aficionados y no aficionados a la música clásica retenemos en la retina la tremebunda imagen del viejo Tartini (2) postrado en su lecho observando como el diablo, violín en ristre, le dicta en sueños su famosa sonata “Il Trillo del diavolo”. Las fábulas, fábulas son y nunca sabemos cuánta verdad se esconde tras ellas, pero lo cierto es que la música a lo largo de los siglos ha estado rodeada de estas pequeñas y sempiternas leyendas que no han hecho otra cosa que agrandar su ya de por sí inmortal historia.
La del maestro Tartini se cuenta así: en el monasterio de San Francisco de Asís se encontró un escrito de Tartini, al parecer seria una carta dirigida al astrónomo francés Joseph-Jérome de Lalande durante el ilustrado siglo XVII en la que se leen las siguientes lineas:
Una notte (1713) sognai che avevo fatto un patto e che il diavolo era al mio servizio. Tutto mi riusciva secondo i miei desideri e le mie volontà erano sempre esaudite dal mio nuovo domestico. Immaginai di dargli il mio violino per vedere se fosse arrivato a suonarmi qualche bella aria, ma quale fu il mio stupore quando ascoltai una sonata così singolare e bella, eseguita con tanta superiorità e intelligenza che non potevo concepire nulla che le stesse al paragone. Provai tanta sorpresa, rapimento e piacere, che mi si mozzò il respiro. Fui svegliato da questa violenta sensazione e presi all'istante il mio violino, nella speranza di ritrovare una parte della musica che avevo appena ascoltato, ma invano. Il brano che composi è, in verità il migliore che abbia mai scritto, ma è talmente al di sotto di quello che m'aveva così emozionato che avrei spaccato in due il mio violino e abbandonato per sempre la musica se mi fosse stato possibile privarmi delle gioie che mi procurava.
Traducción: Una noche del año 1713 soñé que había hecho un pacto con el mismísimo Diablo y este estaba a mis órdenes. Todo me salía maravillosamente bien; todos mis deseos eran anticipados y satisfechos con creces por mi nuevo sirviente. Ocurrió que, en un momento dado, le di mi violín y lo desafié a que tocara para mí alguna pieza romántica. Mi asombro fue enorme cuando lo escuché tocar con gran bravura e inteligencia una sonata tan singular y romántica como nunca antes había oído. Tal fue mi maravilla, éxtasis y deleite que quedé sobrecogido y una violenta emoción me hizo despertar. Inmediatamente tomé mi violín deseando recordar al menos una parte de lo que recién había escuchado, pero fue en vano. La sonata que compuse entonces es, por lejos, la mejor que jamás he escrito y aún la llamo La sonata del Diablo, pero resultó tan inferior a lo que había oído en mi sueño que me hubiera gustado romper mi violín en pedazos y abandonar la música para siempre".
(Invitamos a escuchar la obra en la siguiente dirección:
http://www.youtube.com/watch?v=uTO0uImGs5Y)
Leyenda o no, se puede pensar que esta sobrecogedora representación onírica acaecida al viejo Tartini es un ejemplo más que evidente de lo que conocemos como manifestación o posesión diabólica, que por parte del Ángel caído han sufrido algunos músicos a lo largo de la historia. Sea como fuere, leyenda o no, hay que decir que en la misma época de Tartini hubo otro compositor y virtuoso violinista italiano sobre el que pesa otra oscura fábula que por razones muy diversas –destino o casualidad- también está relacionada con la del maestro italiano y puede que con su fiel y querido amigo Azazel, quien sabe. Este violinista fue Francesco María Veracini.
Cuenta la leyenda que cuando Tartini escuchó al joven Veracini quedó tan impresionado, y al mismo tiempo tan decepcionado con su propia técnica, que abandonó la ciudad de Venecia, huyendo a la pequeña localidad de Ancona donde se encerró a practicar sin descanso alguno. ¿Leyenda? Veracini nació en Florencia el 1 de febrero de 1690. Perteneciente a una gran estirpe de músicos, su abuelo fue uno de los mejores violinistas de Florencia. Famoso por sus sonatas para violín, Veracini viajó a Londres, donde sus sinfonías (interpretadas en los entreactos de las óperas representadas en el Queen’s Theatre de Westminster) tuvieron un enorme éxito.
Veracini falleció en Florencia el 31 de octubre de 1768 y no sabemos si a las puertas de sus sueños llamo la pequeña y temible mano de Azazel. Puede que esta sea otra historia que aún está por contar.
(Recomendamos esta obra como "aperitivo":
http://www.youtube.com/watch?v=rIvkTOGF6MI)
El mosquetero, su violín y un espadachín pendenciero.
Azazel se viste de negro
Los mosqueteros de la guardia (Mousquetaires de la garde), también llamados mosqueteros negros –en parte, aunque no sólo, por su indumentaria- o mosqueteros grises, fueron una compañía militar de combate perteneciente a la Monarquía real francesa durante la dinastía de "los Luises". La leyenda, forjada por la afilada pluma de Alejandro Dumas, nos ha permitido idealizar durante siglos la romántica imagen de estos ilustres espadachines que ganaron su fama a golpe de duelo, nobleza y certeras estocadas. En honor a la verdad hay que decir que el nombre de mosquetero (mousquetaire) proviene de la utilización que estos soldados hacían de los "mosquetes", armas que formaron parte de la indumentaria típica de las compañías militares de infantería. Pensar en un mosquetero de la época, que además de espadachín fuera compositor y violinista, y que para más inri tuviera la piel tan oscura como la del carbón, puede parecer más un chiste que una realidad histórica, pero más allá de suposiciones baladíes y conjeturas propias de la febril imaginación de algunos, la verdad es que estos personajes existieron y dieron mucho que hablar en la Francia de Luis XVI. Es difícil imaginar que unos hombres dedicados al noble arte de la guerra pudieran estar versados en actividades menos prosaicas y mucho más intelectuales, pero sea como fuere la realidad del asunto es que hubo al menos dos violinistas –negros- tan diestros en el arte de la espada y la equitación como en el de la música. Mientras que en la Francia de la segunda mitad del siglo XVIII dos compositores, Jean Philippe Rameau y Jean Joseph Mondonville dominaban la escena musical parisina, dos músicos de color intentaban con genio y destreza hacerse un hueco en la siempre exigente, elitista y perfumada sociedad francesa de la época. Estos dos violinistas del clasicismo francés abrieron el camino para que otros músicos de color pudieran años más tarde componer y estrenar sus obras sin demasiadas dificultades, y así podemos llegar a músicos como Joseph White o Samuel Coleridge-Taylor.
Mosquetero del rey Luis XVI, Chevalier de Meude Mompas fue un virtuoso violinista negro, caballero y espadachín cuya obra compitió en elegancia y profundidad con la de otro ilustre mosquetero y músico de origen francés llamado Joseph Boulogne, Chevalier de Saint-Georges. La obra musical de Mompas –más arraigada en el clasicismo– es más emocional y atractiva que la de su contemporáneo Chevalier de Saint-Georges. Mompas compuso varios conciertos para violín que fueron muy populares en su época; además, escribió dos libros sobre teoría musical muy populares antes de exiliarse a Berlín como consecuencia del inicio de la Revolución Francesa. Su obra, olvidada durante años, está articulada en derredor del violín como único protagonista, produciendo obras de gran belleza que se caracterizan por sus delicadas y profundas melodías, frases que surgen de la sencillez con la que Mompas describía sus cambiantes estados de ánimo. Sin duda, sus composiciones se revisten de un extraño virtuosismo que las hace parecer de otro mundo, tan sofisticadas y perfectas que dudo que solo las manos de este orfebre de la música pudieran crearlas sin ayuda alguna.
Unido a su compatriota Joseph Boulogne, Chevalier de Saint George, por el color de la piel y el virtuosismo que irradiaban sus prodigiosos dedos, la obras de estos dos violinistas allanaron el camino para que otros músicos de color pudieran dar rienda suelta a su creatividad componiendo y estrenando sus obras en una época dominada por los prejuicios y la extravagancias de una aburguesada sociedad que no veía con buenos ojos la existencia de estos músicos de color. Popularmente conocido como "el Mozart negro"(3), Joseph Boulogne Chevalier de Saint-Georges fue un extraordinario compositor y violinista de origen afro-francés al que la historia una vez más le ha dado la espalda deliberadamente durante doscientos años. Estudió en Santo Domingo con el violinista negro Joseph Platón, antes de arribar a París en el año 1752. Parece ser que una vez instalado en Francia estudió composición y armonía con el maestro francés Gossec —formó parte de su orquesta de la que pronto sería nombrado director— y fue instruido por Lolli en el arte del violín.
Fue uno de los primeros músicos europeos de la época clásica que se sabe tenía ascendencia africana. La vida de Joseph Boulogne parece ser una de las más románticas y pintorescas de todo el siglo XVIII. Socialmente fue una de las figuras musicales más importantes y controvertidas de la primera mitad del mencionado siglo, no sólo por su interesante producción musical sino también por ser uno de los espadachines más diestros y certeros de toda Europa.
Nació el día de Navidad del año 1739 en una isla francesa del Caribe. Después de pasar su infancia en la localidad caribeña de Guadalupe Boulogne fue rápidamente adoptado por la elitista aristocracia de París, que quedó impresionada por el inconmensurable talento del joven músico africano. Destacaba sobremanera en el arte del baile, la esgrima y la seducción, y muy especialmente como violinista y compositor. Boulogne estuvo siempre ligado a la realeza y a la aristocracia, formando parte de las numerosas orquestas privadas que durante esta época la mayoría de los acaudalados aristócratas poseían para su divertimento personal. Gracias a su habilidad y pericia como intérprete, fue seleccionado para dirigir la Ópera Real de Luis XVI, pero nunca llegó a ocupar dicho puesto debido a la inoportuna intervención de tres de las más famosas divas de la escena operística parisina. Estas prima donnas, junto con otros intelectuales franceses de la época, como el escritor Voltaire, alegaron que trabajar bajo las órdenes de un director de orquesta negro perjudicaría sus prometedoras carreras musicales, por lo que solicitaron al monarca que desistiera de tal nombramiento. Frustrado por su carrera musical, Joseph Boulogne intentó buscar su camino a través de la esgrima (en honor a la verdad deberíamos hablar de la práctica de duelos capciosos) pero una serie de desafortunados incidentes le hicieron replantearse sus fraudulentas actividades. Expulsado del ejército con deshonor al final de su vida (había sido nombrado coronel del ejército francés) murió arruinado y olvidado en la ciudad que antaño lo consagró como el músico más importante e influyente de la escena musical Parisina de mediados del siglo XVIII.
(Aquí pueden escuchar una de sus composiciones:
http://www.youtube.com/watch?v=O2ajAOln0NA)
Azazel y los amigos irreconciliables
Hace falta mucha dedicación, tiempo y esfuerzo para forjar una amistad inquebrantable y tan solo unos cuantos segundos de ilimitada estupidez humana para romperla. Esto es lo que les sucedió a los dos violinistas más importantes y representativos del siglo XIX, el italiano Niccolò Paganini y el polaco Karol Józef Lipinski. Hablar de la alargada, famélica, altiva, melenuda y jironada personalidad del genio genovés puede parecer una obviedad a tenor de lo sucedido durante los últimos doscientos años, pero para ahondar en sus diabólicas facultades interpretativas es necesario aportar algún dato que atestigüe que su naturaleza fue corrompida por nuestro diminuto amigo en aras de la inmortalidad. Cuentan –leyenda o no- que en su lecho de muerte el sacerdote que lo atendía en sus últimos momentos de vida le preguntó qué contenía el estuche donde se supone que Paganini guardaba su querido Stradivarius, a lo que Paganini, con cierto desdén, le contestó levantándose de la cama: “¡El diablo! ¡Esto es lo que contiene, el demonio mismo!”, y cogiendo el violín entre sus interminables manos se puso a tocarlo hasta que lo lanzó contra la pared expirando su último aliento, al tiempo que el violín fue destruido en mil pedazos. Verdad o no, resulta que este episodio de la vida de Niccolò viene como anillo al dedo para mostrar la estrecha relación que existió entre Paganini y el mismísimo diablo. Las leyendas se forjan en segundos…
Pues bien, más allá de los alargados dedos del virtuoso violinista italiano encontramos la extraña figura del que sin duda fue su gran rival, el polaco Karol Lipinski. Hoy por hoy no tenemos constancia de algún hecho que relacione las desmedidas facultades musicales de Lipinski con la presencia de nuestro ilustre amigo, pero escuchando su portentosa obra podemos imaginar que su alma viajo camino del hades en la barcaza de Caronte. Sin duda su música no es de este mundo.
Que el violinista italiano Niccolò Paganini pudo tener algún rival que pusiera en tela de juicio sus desmedidas y diabólicas facultades interpretativas era hasta este momento algo del todo impensable. Pues bien, existió un joven y prodigioso violinista de origen polaco llamado Karol Lipinski (1790-1861) que puso en apuros al genial Paganini en numerosas ocasiones. Los dos se conocieron en la ciudad de Milán, donde interpretaban con exito sus respectivas obras. Tocar al lado de Paganini propició que el joven músico polaco afianzara su reputación como uno de los más grandes violinistas de la primera mitad del siglo XIX.
Durante esta época el joven Lipinski perfeccionó su técnica con Mazzurana, que había sido alumno de Giuseppe Tartini. Karol viajó por el viejo continente rodeándose de los grandes compositores del momento. Conoció a Louis Spohr —en Berlín—, a Chopin y a Schumann (a este último durante el transcurso de un largo viaje que se espació entre los años 1835 y 1836). Cuentan que Schumann quedó tan impresionado con la depurada técnica de Lipinski que no dudó en dedicarle su fantástico Carnaval, Op. 9. Pasado el tiempo, las desavenencias entre Paganini y Lipinski fueron en aumento llegando a perder la que hasta entonces había sido una sólida y duradera amistad.
Los testigos de la época afirman que cuando se le preguntaba a Paganini por la existencia del violinista más grande de cuantos había conocido, este contestaba: “Yo no sé quién es el más grande, pero desde luego Lipinski es el segundo más grande”.
(Recomendación para escuchar a Lipinski:
http://www.youtube.com/watch?v=OTEJuSTFnXw)
A diferencia de lo ocurrido con Paganini, la obra y la vida de este extraordinario violinista polaco cayó en el olvido. Quizás el astuto Azazel tenga sus propias predilecciones musicales otorgando mayor protagonismo a unos que a otros, quizás no haya llegado el tiempo para el advenimiento de todos los demás; quien sabe lo que su diabólica mente piensa. Tal vez solo hace falta tiempo para que la semilla que el pequeño Azazel insufló en el interior de este maravilloso violinista polaco germine como el sarmiento que crece en los mágicos campos del tiempo.
Azazel y Bull danzan bajo la luna de San Juan
La noche del 23 de junio es la noche de las leyendas, los mitos y los rituales mágicos que año tras año se suceden en culturas muy diferentes. Antiguas creencias paganas llaman a esta noche la noche de las brujas, una vigilia donde antaño las culturas primitivas efectuaban diversos rituales y conjuros mágicos destinados a defenderse de los ataques de los demonios, el mal de ojo y el mal de amores. Con la única idea de protegerse de dichos ataques los comparecientes arrojaban a la hoguera pequeños objetos, pergaminos, amuletos o prendas mientras recitaban conjuros y deseos de prosperidad para los habitantes de las aldeas. Es muy probable que estos pequeños aquelarres estuvieran amenizados con la música que los intermediarios interpretaban de un modo orgiástico. Instrumentos primitivos que de forma tribal se interpretaban para regocijo de los presentes, y por qué no, del maligno y sus huestes de brujas. Se sabe que en algunas regiones, los lugareños, llevados por el frenesí, bailaban desnudos alrededor de las hogueras mientras cantaban e interpretaban canciones populares. Es muy probable que nuestro siguiente protagonista, el violinista noruego Ole Bull, estuviera embebido de esta mística presencia durante la composición de sus obras, sobre todo de la que compuso para la “Verbena de San Juan: Spanish Fantasy for violín and Orchestra”, sin duda una pieza de aires y tonadas españolas donde la mano de Azazel está más que presente. Sus dedos son demasiado alargados.
Considerado la primera celebridad internacional de Noruega, Ole Bull fue un extraordinario violinista nacido el 5 de febrero de 1810, en la localidad de Bergen. Cuentan que en su cortejo fúnebre, la procesión que llevaba sus restos mortales fue la más espectacular de la historia moderna de Noruega. El barco que transportaba sus restos fue guiado por al menos quince embarcaciones a vapor y cientos de pequeñas naves (algunas fuentes cifran que fueron miles). Su padre siempre quiso que dedicara su vida al ministerio religioso, pero Ole prefirió la vida musical a la religiosa y contemplativa. Cuando contaba con tan solo 5 o 6 años de edad podía ejecutar cualquier pieza que su madre cantara sin apenas dificultad. Pronto pasó a formar parte de la Orquesta del Teatro de Bergen, y con enorme destreza se erigió en el primer violín solista de la Orquesta Filarmónica de la misma localidad. Por mediación de su padre, fue enviado a la Universidad de Christiana para iniciar sus estudios religiosos, pero fracasó en los exámenes de ingreso, lo cual demostró que aquella no era su vocación.
Después de una temporada en Alemania, donde no consiguió terminar sus estudios de derecho, Ole viajó a París, donde amasó una considerable fortuna como concertista de violín. En el verano de 1858, Bull conoció a Edvard Grieg, que por entonces sólo era un adolescente de 15 años. Siendo Bull amigo de la familia de Grieg, pronto detectó el enorme talento que el joven músico atesoraba. Intentó persuadir a los padres de este para que lo enviaran al Conservatorio de Leipzig, en Alemania, a fin de que perfeccionara y desarrollara su talento. Rendida Europa a sus pies, Bull se granjeaba el respeto y la admiración de los más afamados compositores e intérpretes del momento. Robert Schumann escribió una vez sobre Ole Bull que estaba “entre los más grandes” y que su nivel interpretativo y técnico podía compararse al del legendario Niccolò Paganini por la velocidad y la claridad de su ejecución. Bull también fue amigo personal de Franz Liszt, con quien compartió el escenario en numerosas ocasiones.
La música de Bull crecía de forma paralela al incipiente nacionalismo que defendía la soberanía del Estado noruego, separado de Suecia. Bull fue un nacionalista declarado, y esta fue una de las razones por las que incluía en sus piezas de concierto variaciones sobre temas nacionales, extraídos del folclore noruego. Bull fue también miembro fundador de uno de los primeros teatros donde el idioma oficial era el noruego y no el danés.
Ole Bull fue el gran ídolo de su tiempo y un reconocido nacionalista que acabó siendo el estandarte de la lucha por la soberanía de Noruega. Era el rey del violín, dicen que tenía la capacidad de seducir con su arte tanto a las mujeres como a los hombres. Ole Bull murió el 17 de agosto de 1880.
(Aquí pueden escuchar su "Verbena de San Juan":
http://www.youtube.com/watch?v=ZneDXswOdkE)
Estas y otras muchas leyendas de la antigüedad forman parte de la gran historia de la música clásica, que durante siglos han colmado las exigencias y expectativas del fiel aficionado. Es cierto que muchas otras se han quedado en el tintero, por razones obvias, pero también lo es que antaño esas fábulas que tienen al violín como protagonista procuraron gloria a unos pocos cuyas vidas darían para escribir lo que podría haber sido una extraordinaria enciclopedia de lo oculto y la música. Realizando un pequeño ejercicio de arqueología domestica –mi memoria es muy selectiva- puedo recordar unas cuantas gestas que por originalidad, calidad y ese halo místico que suele rodear la vida y la obra de los genios, podrían haber sido recogidas en este pequeño documento. El nombre de Doménico Dall´Oglio, Josef Mysliveček, el divino bohemio Pierre Rode, Charles-Auguste de Bériot, Jesús de Monasterio o nuestro admirado Sarasate son solo unos cuantos ejemplos del enorme talento que todavía está por descubrir.
No sabría decir si la vida de estos músicos fue seducida por la maléfica personalidad de nuestro diminuto amigo, pero escuchando sus maravillosas creaciones es fácil suponer que su alargada e imponente figura estuvo presente en la creación de tan insignes composiciones. Azazel y la música son indisolubles, eso es algo que nadie puede ocultar, como tampoco lo es el hecho de que ambos estan condenados a vagar juntos eternamente. Las historias que aquí recojo son la prueba evidente de esta divina relación.
NOTAS
(1) Acuño aquí el nombre que recoge el escritor Isaac Asimov en su novela Azazel -demonio o ser de otro planeta-para otorgar a este personaje de dos centímetros de alto el carácter jocoso que pienso deben recibir las historias que aquí os muestro. Más allá de consideraciones fantasmagóricas o demoniacas me gusta pensar que las apariciones o posesiones que aquí se refieren son fruto de este carácter divertido que sin duda tiene la música.
(2) Oleo sobre lienzo realizado por James Marshall (1838-1902) y titulado, Tartini's Traum (1868)
(3) Utilizo este término para referirme a la excelencia que otros músicos recibieron durante la época que les tocó vivir. Así encontramos a otros genios que recibieron el cariñoso apelativo de Los otros Mozart, que los colocaba en la misma dimensión que al genio Salzburgués. Hubo, por tanto, un Mozart inglés llamado Samuel Wesley; o uno negro, mujeriego y pendenciero llamado Joseph Boulogne, el Mozart negro, incluso las tierras del norte de Europa tuvieron su propio Mozart, Joseph Martin Kraus, el Mozart sueco, por citar solo unos cuantos.
Escrito por Antonio Pardo Larrosa
Desde España
Fecha de publicación: Enero de 2014
Artículo que vió la luz en la edición nº 26 de Sinfonía Virtual
ISSN 1886-9505
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