En 1885, bajo el título Harmonie et mélodie, Saint-Saëns reúne en varios volúmenes diversos artículos de sus crónicas en L´Estafette. La obra no pasa desapercibida, sobre todo por la hostilidad del compositor francés hacia Wagner, ataques que reanudará al saber las tentativas de poner en escena Lohengrin en París. En enero de 1886, Saint-Saëns, en el transcurso de un concierto en la Sociedad Filarmónica de Berlín, fue acogido con gritos, insultos y silbidos a causa de su actitud hacia Wagner. Porque si hubo un Saint-Saëns con muchas obras de una calidad incuestionable, de una enorme erudición, de una curiosidad natural por todo, también hubo su otra faceta de hombre desengañado no sólo por los contratiempos en su vida privada, sino también porque su mente clara y lúcida no le permitió comprender la evolución de un arte al que había dedicado su vida y, así pues, veía que su estrella declinaba frente a otros maestros a quienes ni comprendió ni apreció. Resentido por la desagradable experiencia alemana, recurrió, como tenía por costumbre, a emprender uno de esos viajes que tan pronto servían para observar un eclipse como para contemplar un animal extraño, además de inspirarse con alguna melodía atrapada al azar, y que fueron una constante durante toda su vida; cierto que otros viajes eran giras en donde cosechó merecidos éxitos, como el estreno de la Tercera Sinfonía en la Sociedad Filarmónica de Londres el 19 de mayo del mismo año.
En 1886, durante su estancia en Viena concibió una singular fantasía zoológica: El carnaval de los animales. Hay quien sostiene que la idea le rondaba en la cabeza desde tiempo atrás; el compositor quería llevar a cabo una obra que tuviera gracia y, al mismo tiempo, instruyera a sus alumnos de piano. Otros en cambio aseguran que fue simplemente un cuidadoso ejercicio de ironía, a veces tierno y poético y otras rozando el sarcasmo. En cualquier caso, el conjunto tiene algo de esotérico que lo hace atrayente por lo que tiene de misterioso. Y, aunque pueda parecer una obra ligera y despreocupada, está calculada con una precisión impecable. Como señala Gilles Thieblot en un comentario al respecto, este bestiario se integra en una tradición muy francesa que, de Janequin a Poulenc, pasando por Rameau, Couperin, Daquin, Chabrier o Ravel utiliza onomatopeyas de animales en escena, con efectos evocadores o caricaturescos, pero pienso que Saint-Saëns con una sagacidad instrumental encomiable, las eleva a un grado máximo de verismo. Esta partitura, dedicada al violoncelista Leduc, fue estrenada el 9 de marzo de 1886. Una segunda ejecución privada fue en casa de Pauline Viardot, en presencia de Liszt, quien quedó admirado por tan peculiar orquestación (dos pianos, dos violines, viola, violoncelo, contrabajo, flauta, clarinete, celesta y xilófono). Después, el circunspecto Saint-Saëns quiso que la obra permaneciera inédita y prohibida toda ejecución, a excepción del célebre Cisne. El compositor murió en 1921 y El carnaval de los animales fue publicado en 1922. Gabriel Pierné se encargó de su divulgación por vez primera el 25 de febrero del mismo año.
Han pasado años y todavía no me he recuperado de la siguiente anécdota. Un alumno me pidió que le prestara un CD de El carnaval de los animales. Me lo devolvió a la semana siguiente.
-¿Te ha gustado?
- No.
-¿Has leído los comentarios de la carpetilla?
-Tampoco.
-¿Y no te has preguntado, por ejemplo, por qué en un momento dado suenan unos ejercicios de escalas al piano ejecutadas con poca pericia?
-¿Qué significa poca pericia?
-Que tocan mal.
-Pues a mí todo me ha parecido bien.
-!!!
Pierde el tiempo quien escuche El Carnaval sin sumergirse antes en alguna información sobre lo que va a oír, de lo contrario, casi todo le parecerá un absurdo. La obra se abre con la Marcha real del león, mientras éstos desfilan orgullosos con sus desafiantes rugidos, efecto que el compositor logra mediante escalas cromáticas en octavas en los graves del piano y el empleo continuado del pedal. Gallinas y gallos, con sus insistentes cacareos, recuerda La poule de Rameau. Los Asnos salvajes parecen precipitarse arriba y abajo del teclado (presto furioso) por lo que es probable que Saint-Saëns tuviera en mente su utilización pedagógica. A continuación, las Tortugas bailan lentamente el famoso cancan de Orphée aux Enferns, de Offenbach. Un Elefante (el contrabajo) intenta con algo más de donaire danzar al son del Ballet des Sylphes, de Berlioz, aunque hay quien ha creído ver al paquidermo sobre una cuerda floja. Después de una breve aparición de Canguros saltando caprichosamente, sigue el Aquarium del que Robert Cowan escribe:
es una de las piezas más bellas de la obra. Bajo las figuraciones expuestas por los pianos –ocho fusas que se reparten entre seis semicorcheas en cada tiempo- se va urdiendo con suma gracia una delicada línea melódica de elegante tema, desarrollado por la cuerda. Es una poética evocación de la calmosa vida en el agua
Este fragmento sublime desaparece con la prosaica intervención de los Personajes de largas orejas. El cuclillo en el fondo del bosque, delata su presencia con dos notas confiadas al clarinete; es un bosque sombrío y misterioso, que recuerda al de Pulgarcito de Mi madre la oca, de Ravel. La Pajarera también parece un ejercicio, por la rapidez con que deben actuar las flautas para que la música refleje con acierto la descripción de las aves revoloteando. Saint- Saëns no duda en incluir a los Pianistas en esta exposición zoológica; son aquellos alumnos que no estudian y que ejecutan las escalas sin rigor, porque no las han ejercitado antes. Habrán notado que después de varios intentos fallidos, aparecen cuatro notas incisivas en la cuerda; me gusta imaginar que muestran el enfado del profesor ante los alumnos negligentes.
Tanto a Rossini como a Saint-Saëns les gustaba definirse a sí mismos como retrógados y en ello se recreaban, desafiantes, en una época de profundos cambios. En Fósiles, junto a citas de canciones infantiles algo anticuadas como J´ai du bon tabac y Ah, vous diri-je Maman, además de Partant pour la Syrie, añade un corto fragmento de Una voce poco fa, de El barbero de Sevilla, de Rossini y se parodia él mismo con su Danse Macabre. La más memorable página de la obra es El cisne, que por la pureza de su línea melódica, de una esbeltez triste y meditativa, forma parte del repertorio de todos los violoncelistas. Alcanzó desde el principio tanta popularidad, que asombra ver la cantidad de transcripciones que se han publicado, algunas tan extrañas como la de dos mandolinas y piano. Y llegamos al Final, en el que desfilan todos los retratos musicales anteriores al compás de una atropellada marcha, demasiado veloz para unos, demasiado cómoda para otros. Y se van, mientras que al oyente le queda un tenue sentimiento de soledad, porque, sin advertirlo, se ha encariñado con los personajes, por más extravagantes que parezcan.
Escrito por Joaquim Zueras
Desde España
Fecha de publicación: Julio de 2013
Artículo que vió la luz en la revista nº 25 de Sinfonía Virtual.
ISSN 1886-9505
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