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Tamiz de Alejandro Hurtado

Norberto Torres Cortés
Universidad de Cádiz



(Nº 46, invierno, 2024)

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DISCOGRAFÍA


Alejandro Hurtado, Tamiz, autoedición, 2022.

El flamenco tiene forma sin lugar a dudas de ave fénix que renace permanentemente de sus cenizas. Diez años después del fallecimiento de Paco de Lucía la variedad de opciones actuales por la que transita la guitarra flamenca resultaba inimaginable cuando falleció el algecireño universal un 25 de febrero 2014 en México, en la Playa del Carmen.

Una de las mayores sorpresas de esta capacidad renovadora quizás sea la emergencia de guitarristas con el perfil de Alejandro Hurtado (San Vicente del Raspeig, Alicante 1994).

Sin referencias previas, lo escuché sorprendido en 2018 acompañando a Mayte Martín en el 44 Festival “Castillo del cante” de Ojén, un bonito pueblo blanco de la sierra malagueña, a 8 kilómetros de Marbella. Llamaba entonces la atención la pulcritud, buen gusto y conocimiento de este joven tocaor no andaluz, que parecía ser la prolongación en el toque de acompañamiento, de la voz exquisita y erudita de la cantaora catalana.  Plasmaría incluso esta sorpresa en la reseña de este veterano festival de la provincia de Málaga . Escuchar y ver a Mayte Martín acompañada por Alejandro Hurtado causaba impresión, la de escuchar a la pareja Antonio Chacón/ Ramón Montoya reencarnada en pleno siglo XXI.

Este respeto, curiosidad y afán por volver a poner en valor el legado musical de los forjadores del toque flamenco, tanto en su versión de concierto, como en la de acompañamiento, quedaron confirmados con su reciente primer CD, Alejandro Hurtado interpreta a Ramón Montoya y Manolo de Huelva. Maestros del Arte Clásico Flamenco (Estudio Hanare, 2022) que reseñamos en esta revista .

Ahora acaba de sacar lo que, según sus propios comentarios en entrevista concedida a Pablo San Nicasio en su imprescindible web Chalaura, fue realmente el primer material que almacenó, para luego retomarlo durante la pandemia y darle forma definitiva con el nombre de Tamiz.

Esta nueva grabación corrobora que estamos quizás ante un caso singular de la guitarra española, el de un concertista y tocaor con cualidades extraordinarias. En este caso, la capacidad de reunir en una sola persona dos conceptos dialécticamente referidos como antagónicos e incompatibles por la historiografía de este instrumento, los de guitarra clásica y guitarra flamenca. Circula una cita célebre de Andrés Segovia que define su concepto de la guitarra: “La guitarra, para mí“, es como una colina con dos vertientes: la clásica y la popular. Las dos coexisten, independientemente, sin mirarse la una a la otra. La popular podríamos llamarla dionisíaca, y la clásica, apolínea. (…). La guitarra sirve plenamente a estos dos espíritus, pero en vertientes por entero separadas”.

Definición que luego matizaría con otras miras su discípulo, el australiano John Williams, comentando que “La guitarra ha sido siempre un instrumento popular y en esto consiste su principal fuerza. Puede servir de puente entre la tradición popular y la clásica, y viceversa, pero debe de aprender de ambas a hacer bien las cosas”. Tender puentes entre la guitarra flamenca y la guitarra clásica, informándose y documentándose históricamente, tomando para ello el periodo fecundo de finales del siglo XIX y principios del XX, en el que ambos géneros se retroalimentaban sin complejos y con naturalidad, constituye la vía fascinante de exploración que Alejandro Hurtado parece haber iniciado, tanto a nivel discográfico, como en la variedad de sus directos. Reconciliar de alguna manera a Paco de Lucía o Manolo Sanlúcar, con Andrés Segovia o Narciso Yepes.  La escucha de Tamiz ratifica el sutil proceso de filtración de lo flamenco y de lo clásico en  su proceso creativo.

En primer lugar, respetar las formas, para que pertenezcan al ámbito del flamenco. Procurar que el flamenco suene a flamenco puede parecer una perogrullada. Sin embargo, no resulta tan claro hoy, dado el número y (des)orden de propuestas y variedades bajo este término. Al tomar estética y formalmente el repertorio histórico de guitarra flamenca de concierto a solo, el de los albores de Julián Arcas hasta el primer periodo de los renovadores, liderado por Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar o Serranito, pasando por Cuenca, Borrull, Montoya, Niño Ricardo, Sabicas, Mario Escudero, Esteban de Sanlúcar, Manuel Cano, etc., tocar solo en concierto, como en los recitales de guitarra clásica, ya presupone una forma de componer y de interpretar el repertorio que se quiere transmitir. En este sentido, Alejandro Hurtado huye del concepto de grupo flamenco, para tocarlo todo solo con su guitarra, acaso con el ropaje rítmico discreto y elegante de unas palmas y nudillos en las formas rítmicas, alegrías, fandangos de Huelva, seguiriyas y bulerías. 

Tamiz y sus diez toques

Las alegrías Tamiz que abren el disco, en Re Mayor, con el sonido recurrente del bordón de la sexta en Re, con su construcción que alterna clásicos paseíllos de rasgueados entre secciones de falsetas, no solo nos remiten al origen de una forma flamenca construida sobre el acompañamiento del baile, sino también al desarrollo de las técnicas flamencas de picados, alzapúas y airosos arpegios que ello propició. Por este motivo, el aire con brío de su interpretación nos remite a lecturas próximas como “La ardila”, de Tomatito, o “la Barrosa”, de Paco de Lucía: alegres y desenfadas jotas gaditanas, en el que lo bolero se hace flamenco a través del ritmo.

Siempre con el profundo bordón en Re, para contrastarlo con el registro agudo de la guitarra, propone una lectura muy clásica de la farruca “A mi madre”, no solamente por el uso de la tonalidad menor y sus tres acordes clásicos, sin modulaciones, sino por el carácter pastueño y sentimental de una composición que evocará aquel aire de melancolía de la emigración española a las Américas, allá en las primera décadas del siglo XX, con elocuentes silencios como expresión de añoradas ausencias.

Clásico también en la forma fandango titulada “Muelle del tinto”, con soniquete onubense alternando coplas y falsetas, como mandan los cánones, sorprende luego en la introducción de la granaina “Cuatro caminos”, mezclando en buen maridaje la guitarra clásica contemporánea, con trazos de guitarra flamenca, para pasar a la inconfundible referencia a Manolo Sanlúcar y a su trémolo lírico de notas variables, con detalles de Serranito en los bajos, citando luego a Borrull y Sabicas con otro detalle, el de rematar con un picado cromático.

La forma que quizás refleja mejor el neoclasicismo de la propuesta de Alejandro Hurtado sea el zapateado “Petrer”, un brillante y luminoso traje con oropeles para recordarnos a sus predecesores, Esteban de Sanlúcar, Mario Escudero, Sabicas. Pero sobre todo a dos cumbres del zapateado de concierto para guitarra a solo, “Percusión flamenca” de Paco de Lucía, y “Caireles” de Manolo Sanlúcar.

Clásico y, añadiremos que tradicional también, su toque en la soleá “Calleja del indiano”, alternando paseillos de rasgueados y secciones de falsetas en el toque “por arriba”, con su clásica armonía ligada al cante, para desplegar su virtuosismo. Evocando “Plaza alta” de Paco de Lucía, quien inauguró el recurso para precipitar el final a modo de coda, no faltará la aceleración del tempo al final, y rematar con contundentes alzapúas.

La pieza más cercana a la estética moderna de la guitarra es, según nuestra apreciación, la seguiriya “La liviana”, con el uso ostinato de una base rítmica rápida para entrecortar y articular un fraseo desgarrado, al estilo de la seguiriya “LuZía”, o de la bulería por soleá “Antonia”, ambas del Paco de Lucía más reciente. Además, con una scordatura diferente al toque por medio, con el bordón recurrente de un grave Do#, a modo de cuerda modal.

Como en la granaína, y con el mismo afán de búsqueda de un renovado sonido clásico-flamenco, volverá a integrar referentes clásicos del toque de Levante, ahora el de la taranta titulada “Música para un día gris”, con un discurso cercano a la estética impresionista de la guitarra clásica contemporánea.

Después de crear sugerentes y ambiguas atmósferas entre lo clásico y lo flamenco, Alejandro Hurtado tiene la habilidad de intercalar referentes flamencos más clásicos, como los de sus bulerías “Al sonar la tarde”. Otro traje para reunir en una misma pieza trazos de diversas procedencias, recordando a los tocaores jerezanos, a Manolo Sanlúcar, a Paco de Lucía, a Tomatito, citando incluso la melodía de El Vito, y modular, como no, a la tonalidad menor para glosar clásicas coplas, en una especie de recreación moderna del toque al golpe de Manolo de Huelva, con llamativos detalles, como la inserción de armónicos a compás.

El disco termina con una especie de bonus a modo de coda, presentando una faceta sorprendente del perfil ecléctico y versátil de Alejandro Hurtado. Una agradable composición contemporánea, que nos recuerda inicialmente la minera “Villa Rosa” de Rafael Riqueni (Flamenco, 1987). Titulada “Efímero” y compuesta durante la pandemia, quizás una manera de despejarse y de despedirse del virus, con un “hemos terminado, buenas noches”, para volver a la normalidad al día siguiente.

Tamiz, o el neoclasicismo del toque flamenco de concierto.

 


 

Escrito por Norberto Torres Cortés
Desde España
Fecha de publicación: invierno de 2024
Artículo que vió la luz en la edición nº 46 de Sinfonía Virtual
www.sinfoniavirtual.com
ISSN 1886-9505




 

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