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Mar verde de David de Arahal

Norberto Torres Cortés
Universidad de Cádiz



(Nº 46, invierno, 2024)

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DISCOGRAFÍA


David de Arahal, Mar verde, Rocket Music, Barcelona, 2021.

Una de las recurrentes afirmaciones que circulan entre los aficionados pregona que el flamenco es geografía. La guitarra en su expresión barbera es flamenca, luego la guitarra flamenca es geografía. ¿Pero qué geografía?

El propio nombre artístico de David Rodríguez Romero (Arahal (Sevilla), 2000), recurriendo a la tradición rural del flamenco en adoptar como seña de identidad y bautizo profesional el lugar de nacimiento, lo sitúa desde sus primeros pasos en un espacio geográfico, y en una forma de andar por el mundo flamenco: la campiña sevillana. Con su elección toponímica, David, el de Arahal, señala un relieve y un color en la cartografía flamenca, el mar verde de los olivos y sus veredas.

Y sin escuchar aún el sonido de su metáfora, el diseño verde, blanco y verde de su libreto, indirectamente nos remite a un espacio simbólico, el de Andalucía, de su bandera, y a uno de los principales troveros y pregoneros de sus bondades, Carlos Cano con su primera grabación (Gong, 1976).

La Andalucía sevillana de David del Arahal, la del interior, la de sus jornaleros, del mar verde de sus latifundios, en contraste con esta otra Andalucía del exterior y con otro horizonte, el de la costa, con su mar verde y azul entre dos aguas, y sus barcos veleros. Los barquitos de David son otros, con otra tesitura, la de la masa del pan blanco mojado en aceite virgen extra, como tanto le gustaba a Manuel, el de Sanlúcar.

El valor simbólico pues de la continuidad del idealismo andaluz en las nuevas generaciones de sus artistas, en este caso en el toque flamenco, que refrendan y apoyan los profesionales que colaboran en su primer opus: su paisano José Manuel Gamboa en el texto, Domi Serralbo en la producción, Antonio Canales, Miguel Poveda, Israel Fernández, Paquito González, Sandra Carrasco, David “el Galli”, Marco Carpio, “el Pirulo”, Dani Bonilla, Jorge Pérez “el cubano” y Faiçal Kourrich.

Grabado en el estudio moronense de Domi Serralbo y editado por el sello independiente barcelonés Rocket Music, suena inconfundiblemente a un terruño y su expresión guitarrística, el de una campiña de pueblos sevillanos, donde el flamenco forma parte de sus rituales rurales. Morón, Marchena, Puebla de Cazalla, Utrera, Lebrija, etc., con tocaores tan emblemáticos como Diego del Gastor, Paco del Gastor, Melchor de Marchena, Enrique de Melchor, Pedro Peña, Pedro Bacán, etc. Aunque refleje también sus escuchas y asimilaciones de armonías y detalles de concertistas como Manolo Sanlúcar, Rafael Riqueni, Vicente Amigo, Pepe Habichuela, Paco de Lucía, Tomatito, etc., su disco presenta una narrativa de conjunto que nos cuenta una sencilla y primorosa visión del toque flamenco, desde el respeto a sus raíces y a sus maestros.

En primer lugar, el temple de su interpretación. David del Arahal toca despacio, sin prisas. Parece haber tomado buena nota de este precepto de la maestría tradicional del flamenco, que desde el principio aconseja que hay que estudiar despacio. En este sentido, nos recuerda el mismo temple relajado que el de su paisano Rafael Riqueni, cuando grabó su primer LP “Juegos de niños” (Nuevos Medios, 1986), o el de Vicente Amigo en su primer opus “De mi corazón al aire” (CBS, 1991). Además, no usa del fraseo a contratiempo, tan presente en la guitarra flamenca hoy. Está siempre en tierra, cada acento en su sitio, lo que unido a la expresión pastueña de su toque, convierte el ritmo en parámetro relajante, en agradable balanceo. Seguridad de un horizonte firme, el del mar verde de los olivos y sus veredas bien trazadas.

Luego, sus armonías, donde prevalece la cadencia andaluza, siempre previsible, que embellece en las repeticiones con una segunda guitarra más aguda consonante. Búsqueda y concepto de lo bello que nos recuerda en este sentido los primeros Lps de Manolo Sanlúcar.

Y sus melodías, sencillas y tarareables, con estribillos casi a modo de nanas, de canciones infantiles, nunca agresivas. 

Y todo interpretado con un uso no exasperado de las técnicas flamencas. David del Arahal parece huir del virtuosismo y del efecto impactante de sus juegos artificiales. Ni sus picados, ni su pulgar, ni sus arpegios, ni sus rasgueados le sirven para descargar repentinas y asombrosas energías, sino que los integra como otro elemento coherente de la templanza de su narrativa.

El joven David del Arahal parece tener lo que los flamencos llaman “alma pura”, de expresión bondadosa, sin picardía, ni travesuras, transparente, idealizada, al servicio del flamenco y del legado de su mayores. Como escribe en el libreto, “vivo profundamente enamorado del flamenco y de la obra de los maestros. Y ese amor va de la mano de toda mi admiración, respeto, entrega y compromiso con el arte”. Elegirá por consiguiente, a través de formas clásicas, plasmar este primer resultado del bello y sencillo ejercicio de su concepción pulcra y bonita del toque flamenco:  malagueña y abandolao, bulería por soleá, fandangos de Huelva, seguiriya, petenera, farruca, bulería, rondeña, soleá, añadiendo lo que titula “intro” y “trémolo” a modo de breves preludios.     

Llevando nuestra apreciación al terreno más amplio de las producciones actuales de guitarra flamenca, concluiremos constatando que este concepto estético no agresivo de lo bello, de búsqueda de cierta sencillez expresiva, con mínimos recursos, tanto en la forma, como en el fondo y en la producción, está cada vez más presente. Por este motivo, el discurso de David del Arahal en este su primer opus, arraigado en un espacio bien definido, el de la cultura de la campiña sevillana, viene a sumarse a este nuevo concepto del toque flamenco, austero y anti-virtuoso, de búsqueda hacia dentro, sin artificios, ni pretensiones espectaculares.


 

Escrito por Norberto Torres Cortés
Desde España
Fecha de publicación: invierno de 2024
Artículo que vió la luz en la edición nº 46 de Sinfonía Virtual
www.sinfoniavirtual.com
ISSN 1886-9505




 

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