El nuevo disco del clarinetista José María Santandreu, grabado entre Valencia, Barcelona y La Haya, es un completo acierto desde su presentación –una elegante y sencilla carátula negra, acompañada por un libreto donde los propios compositores presentan sus obras al lector–, hasta la elección de los temas, su ordenación y su interpretación.
Como ya ocurría con su disco anterior, Clarinet for you (dedicado a obras contemporáneas para clarinete solo), en esta nueva grabación de Santandreu se incluyen obras de compositores españoles y extranjeros de reconocido prestigio, algunos de ellos muy jóvenes, empezando por Javier Pérez Garrido (1985) y Víctor Vallés Fornet (1984), ambos españoles y menores de treinta años de edad, y otros, como Carlos D. Perales Cejudo (1979), el inglés Simon Milton (1977) o Ángel Arranz Moreno (1976), que no alcanzan los cuarenta.
El resto, exceptuando al afamado Andrés Lewin-Richter (1937), todavía pueden considerarse in medias res: Miguel Ángel Calvo Cervera (1972), la argentina Marisol Gentile (1972), Alberto J. Sanz García (1970), Enrique Jesús Aragón (1970) y Vicente Sanchis Tárrega, están sin duda en lo más prometedor de su carrera, y el inglés Jonathan FeBland (1960) tampoco se queda muy atrás.
Este simple repaso, para cualquiera que conozca la difícil situación de la música contemporánea, la elevada calidad de sus compositores e intérpretes y el momento de precariedad que viven los jóvenes músicos españoles, bastaría para calificar la valentía y el acierto de este disco, patrocinado por Phonos Fundación, especialmente si tenemos en cuenta el asombroso hecho de que ninguna de las obras recogidas en este CD había sido grabada anteriormente, ni dentro ni fuera de España, y que cuatro de ellas (“Baal”, “Clarinetic”, “AeruAurea” y “NYX”) han sido compuestas expresamente para este nuevo disco de José María Santandreu.
El lector quedará encantado por la compleja factura compositiva de las obras en juego, por su indudable vivacidad y riqueza tímbrica, plagada de matices dinámicos, agógicos y de textura, todo ello genialmente logrado a partir de un abanico de medios aparentemente reducido: todas son obras para clarinete acompañadas por música electroacústica, o bien para clarinete solo, donde la voz y la percusión también juegan un papel destacable.
José María Santandreu demuestra de nuevo un conocimiento preciso del clarinete y un respetuoso acercamiento a las obras de los compositores a quienes interpreta. Como ya habíamos observado en su primer disco, además de la destreza técnica de sus interpretaciones y la calidad con que aborda los diversos matices del clarinete, nos sorprenden sus inteligentes elecciones respecto a cada uno de los parámetros del sonido, donde se desprende una pausada reflexión sobre el resultado que desea obtener, y una cuidada selección para preservar la unidad del disco sin acotar su diversidad.
Las obras suman un total de doce (en quince pistas, según los movimientos de cada obra), y son las siguientes:
- “Baal” de Alberto J. Sanz García, en tres movimientos: “Baal, el hijo de Él” (pista 1), “Infierno” (pista 2) y “Orgía” (pista 3).
- “Tango” de Javier Pérez Garrido (pista 4). *
- “Signals” de Andrés Lewin-Richter (pista 5).
- “Clarinetic” de Miguel Ángel Calvo Cervera (pista 6). *
- “Piezas diminutas” de Marisol Gentile, en dos movimientos: “Preludio” (pista 7) y “Yasmania”. (pista 8) *
- “AeruAurea” de Víctor Vallés Fornet. (pista 9)
- “Dypitch” de Simon Milton. (pista 10) *
- “Trance” de Jonathan FeBland. (pista 11)
- “NYX” de Enrique Jesús Aragón. (pista 12) **
- “Danzón” de Carlos D. Perales Cejudo. (pista 13)
- “dK <sin>” de Ángel Arranz Moreno. (pista 14) *
- “Poema de amor de Pablo Neruda” de Vicente Sanchis Tárrega (con voz de Chomi Osuna). (pista 15)
Todas ellas son una delicia y están perfectamente ordenadas, asegurando una excelente riqueza y variedad, que facilita la escucha ordenada de principio a fin: las obras para clarinete y contextura electroacústica, se combinan con obras para clarinete solo, pasando de la densidad a la delicadeza, del tenebrismo del espacio infinito, a la intimidad de la voz silenciosa y oscura, casi de forma intermitente entre cada obra y la siguiente. Las piezas señaladas en esta reseña con un asterisco son para clarinete solo; el resto, incluye música electroacústica; la excepción es “NYX” compuesta para clarinete solo con delay de 2’40’’, produciendo una especie de canon, como si tocasen dos clarinetes (uno recordará, quizá, la música hipnótica de los organa de Notre Dame, del siglo XIII).
Quizá sería útil prevenir al lector en este sentido: no estamos ante obras “atonales”, como suele decirse (utilizando una noción, por lo demás, errónea), como si ese vocablo pudiera definir más que unas pocas obras del siglo XX, ni tampoco ante armonías “ruidosas” o “disonantes”, sino ante una preciosa música que ha explorado, y cada vez conoce mejor, los diversos recovecos y aspectos del sonido, sin poner uno por encima del resto. En este caso, el oyente no podría acudir, mientras escucha, al parámetro consonancia/disonancia, pues éste no guía el sentido de la obra, sino más bien a coordenadas espaciales y temporales, cuando no puramente poéticas, más difíciles de definir por escrito, de forma “cuantitativa” o “matemática”: nos referimos al juego de texturas, a la sugerencia de atmósferas diversas, a la aparición de pasajes más o menos densos, a la riqueza producida por la comparación entre las diversas obras, conjugadas siempre con la oscuridad del clarinete, con sus modernas posibilidades técnicas y materiales, como los sonidos polifónicos, los glissandi, la diversidad de ataques (realmente sorprendente en este disco), los ruidos de llaves e, incluso, el sonido del aire pasando a través de la madera del clarinete. Un ejemplo de riqueza y variedad de matices, abordados a la perfección por Santandreu, lo encontrarán en “dK <sin>” de Ángel Arranz Moreno, para clarinete solo, que es además la pista más larga del disco (11.26 minutos).
Una sorpresa del CD la encontrará el lector en el último tema, donde la voz de Chemi Osuna relata el archiconocido Poema de Amor de Pablo Neruda, en la que será sin duda una de las mejores lecturas grabadas del poema, pero que aquí ha pasado a ser algo nuevo y distinto; que esta pieza se sitúe justo a continuación de la composición de Ángel Arranz, demuestra la cautela con la que ha sido preparado el disco. Como ya ocurría a otra escala con la Novena Sinfonía de Beethoven y el Himno de Schiller, la aparición de la letra, después del sonido, pero en conjunción con él, nos introduce en el ilimitado terreno de las acepciones de la música. Si no fuera por los nombres que firman cada una de las obras, uno tendría la impresión de que el verdadero compositor de estos temas es, en realidad, José María Santandreu. ¿Y quién sino él infunde la vida –la inspiración, el soplo, la unidad– a cada segundo de este disco?
Escrito por Daniel Martín Sáez
Desde España
Fecha de publicación: Enero de 2015
Artículo que vió la luz en la edición nº 28 de Sinfonía Virtual
ISSN 1886-9505
www.sinfoniavirtual.com
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