TERCERA PARTE
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El célebre violinista Pierre Baillot se abrió paso entre la multitud allí congregada, y en pocos segundos se encontraba frente a Fétis y a Juan Crisóstomo, con su sonrisa habitual y su inseparable violín en el brazo izquierdo. Estrechó cálidamente la mano de ambos contertulios, y se interesó vivamente por el estado anímico del joven músico en aquellos instantes previos a su intervención en el Aula Magna del Conservatorio.
El joven puso al corriente a monsieur Baillot de los pormenores de aquellos momentos de tensión visiblemente tenso. Monsieur Baillot le miraba fijamente, asentía con leves movimientos del mentón y procuraba tranquilizar a su aventajado pupilo sobre las tácticas a seguir durante la inminente exposición oral. Joseph Fétis vigilaba con la mirada a toda la audiencia congregada allí en aquella tarde de viernes, intentando localizar a monsieur Cherubini, quien debía conducir al exigente tribunal hasta la entrada del Aula Magna, con capacidad para mil personas.
Juan Crisóstomo había solicitado autorización a monsieur Cherubini para disponer de una plantilla reducida de músicos dentro del Aula Magna. Pretendía mostrar al tribunal y a todos los asistentes, mediante audiciones detalladas, los fines pedagógicos de sus tesis sobre las modulaciones mozartianas. La tarea de reclutamiento había sido harto difícil, porque las secciones de viento del Conservatorio se encontraban inmersas en la preparación de una gira parisina prenavideña, y pocos habían sido los voluntarios que habían acudido a requerimiento del director académico del centro musical.
Aún así, el músico bilbaíno estaba francamente orgulloso del resultado final de aquel peculiar reclutamiento, en el que él había tomado parte personalmente para cerciorarse de que sus mejores compañeros y colegas profesores estuviesen allí presentes aquel día. En particular, la respuesta afirmativa del clarinetista Fignon había sido la más grata de todas las sorpresas de aquellos últimos días. Monsieur Fignon había sido alumno del joven músico español durante el año académico anterior, y le estaba enormemente agradecido por los conocimientos de orquestación que había adquirido.
El tribunal estaba integrado por siete hombres y tres mujeres, formados en los Conservatorios más prestigiosos de Europa y Rusia. Tres de ellos habían sido profesores de Juan Crisóstomo en París durante años anteriores, y seguramente le escucharían con gran atención y favorable predisposición. El joven músico temía por el carácter intempestivo e impredecible de monsieur Dupont, quien jamás había hablado bien de aquel músico español que ahora manifestaba delirios de grandeza.
Pierre Baillot se había ofrecido para apadrinar musicalmente a Juan Crisóstomo en aquella velada parisina, haciendo los honores de concertino en la reducida y selecta orquesta que voluntariamente se había prestado a semejante acontecimiento musical.
- Monsieur Arriaga. ¿Tendría Usted a bien prestarme una copia de las partituras de Mozart corregidas por su magnífica mano…? – preguntó con tono irónico el profesor Baillot, mientras se ajustaba los lentes a los ojos -.
- ¡Por supuesto, Profesor…! Aquí las tiene – respondió Juan Crisóstomo -. Apenas quedan cinco minutos para empezar, monsieur Baillot. Deséeme suerte.
- ¿Suerte…? ¡Vas a necesitar más dosis de inspiración y talento que suerte, mi querido Juan! – espetó secamente el violinista -. Sabes que monsieur Cherubini, al igual que monsieur Fétis y yo mismo, confiamos y avalamos plenamente tu extraordinario trabajo. ¿Verdad que sí, estimado musicólogo? – y giró la cabeza hacia Fétis, quien le devolvió una mirada reprobadora -.
- Por supuesto, monsieur Arriaga. Su intervención de hoy será excelente. Un punto de inflexión en la historia de esta institución parisina -. Respirando profundamente, dirigió una mirada tierna hacia su pupilo español y añadió:
- ¡Ah…! Y despreocúpese por las hostilidades entre monsieur Dupont y nuestro ilustrísimo director Cherubini. Ahora, Usted debe estar concentrado por completo en los contenidos de su demostración y en las miradas de los diez miembros del tribunal. ¡Tenga cuidado con las preguntas envenenadas de madame Gallois…! Procure ser conciso, rápido y contundente en sus respuestas.
- Muchísimas gracias a ambos, Profesores – respondió Juan Crisóstomo con voz trémula por la emoción -. Una fuerte punzada en el pie le recordó el incidente que había tenido lugar apenas dos horas antes.
Se escuchó la potente voz de Luigi Cherubini llamando al orden:
- ¡Damas y caballeros…! Muy buenas tardes. Bienvenidos a esta su casa del Conservatorio de París. Es un placer como director de este centro invitarles a disfrutar de una tarde inolvidable para la Música. Tomen asiento en el Aula Magna. Vamos a dar comienzo a esta reveladora velada musical en la que monsieur Arriaga expondrá sus tesis sobre las modulaciones mozartianas (…).
CUARTA PARTE
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El Aula Magna del Conservatorio se había llenado en apenas cuatro minutos. La expectación que había levantado la intervención pedagógica de monsieur Arriaga era excepcional. Algunas de las autoridades políticas parisinas se habían trasladado aquella tarde al Conservatorio, vivamente interesados por escuchar a aquel músico español que tanta admiración llevaba despertando en toda Francia desde 1822.
El tribunal había tomado asiento en una hilera de diez sillas dispuestas en forma de “L”, de tal manera que Juan Crisóstomo se encontraba de cara a todos los integrantes de aquel comité de expertos. Una vez que monsieur Cherubini hubiese llamado al orden en la sala, se hizo un silencio sepulcral, sólo interrumpido por la voz de Juan Crisóstomo de Arriaga.
• Buenas tardes, damas y caballeros. Excelentísimos miembros del tribunal… - e hizo inmediatamente un saludo con la cabeza dirigiéndose a todos ellos -, señor Ministro…, monsieur Cherubini… - saludó con cortesía al director académico -, Profesores y Profesoras del Conservatorio…, estimados alumnos y amantes de la Música. Les agradezco infinitamente que estén todos Ustedes hoy aquí, en esta sala, dedicándome su tiempo para una noble causa. – hizo un pausa, respiró profundamente y continuó hablando:
• Mi propósito está muy alejado de desprestigiar a Wolfgang Amadé Mozart, como quizá alguno de Ustedes pueda estar pensando erróneamente… - recorrió con su mirada a todos los miembros del tribunal -. Lo que pretendo en mostrarles que el genio salzburgués no era infalible como compositor… - e hizo otra breve pausa para asegurarse de que las miradas de tantos espectadores estuviesen puestas en él -.
Un leve gruñido, casi imperceptible, le puso sobre aviso. Madame Gallois parecía querer discrepar desde un primer momento. Juan Crisóstomo se adelantó a una posible interrupción y continuó con su discurso:
• Me refiero a la peculiar manera de escribir las modulaciones para ciertas obras sinfónicas y pianísticas de nuestro admirado y querido Mozart, señoras y señores del tribunal… Sí. Pretendo ejemplificarles mediante nuestra pequeña orquesta, creada “ad hoc”, que Mozart resolvía con dificultades, e incluso erróneamente, compases que servían como pasajes modulantes en sus obras… – comenzó a escucharse un ligerísimo bisbiseo por la zona izquierda de la sala, que rápidamente se extendió a la parte derecha -. Para demostrarlo, traigo copias para cada miembro de este tribunal de partituras mozartianas, en las que he señalado y separado los pasajes que considero que podrían mejorarse, si se parte de las bases de la armonía tradicional aplicadas a la composición – y, acto seguido, entregó a cada profesor del tribunal copias de todas las partituras necesarias -.
François Antoine Dupont le miraba despectivamente, con gesto altivo y arrogante, como confiando plenamente en que monsieur Arriaga hubiese cometido algún grave error en sus intentos de desacreditación hacia la figura del genio universal. Madame Bouillot, excelente pianista especializada en Mozart y nacida en Toulouse, examinaba pormenorizadamente los documentos facilitados por el músico español.
Juan Crisóstomo se aseguró de que todos los integrantes de aquel comité de expertos hubiesen leído las propuestas iniciales respecto a las modulaciones que había propuesto en un total de diez pequeños ejercicios prácticos.
• Prosiga con su exposición, monsieur Arriaga – dijo Luigi Cherubini con mirada cómplice -.
• Muchas gracias, Señor Director. Si son Ustedes tan amables, miren esta serie de acordes en segunda inversión que voy a anotar en la pizarra – anunció mientras se dirigía hacia el encerado -.
El joven compositor comenzó a escribir el la pizarra, especialmente adaptada con pliegos de papel pautado, y explicaba pormenorizadamente los porqués de sus anotaciones y conclusiones, de manera concisa y sin doble intencionalidad. Tras varios instantes de aparente calma, monsieur Lissenet le interrumpió con voz autoritaria:
• Monsieur Arriaga. Creo que hablo en nombre de todos los miembros de este tribunal si le pido que comience a decirnos dónde quiere ir a parar exactamente… Hasta ahora, tan sólo ha expuesto una serie de hechos que, armónicamente, son irrefutables. Hace falta algo más.
Juan Crisóstomo procuró ser educado y humilde en su contestación:
• Monsieur Lissenet – dijo con tono contundente -. Todo lo que he expuesto hasta este preciso instante es necesario para argumentar mis tesis sobre las modulaciones erróneas de Mozart. Con su permiso y el de todo el tribunal, ahora pasaré a la parte auditiva, donde todos Ustedes podrán comprobar el alcance de mis teorías.
Se dirigió hacia Pierre Baillot para indicarle que afinase al conjunto, a lo que monsieur Baillot respondió con una mirada afirmativa y concluyente, despejando cualquier duda del músico bilbaíno. Los dieciséis miembros de aquella orquesta, a una indicación de Juan Crisóstomo, comenzaron a interpretar uno de los diez pasajes seleccionados por el compositor español, tal y como había sido concebido por Wolfgang Amadé Mozart. Tras unos veinte segundos, monsieur Arriaga cortó el fragmento con una leve indicación de su mano derecha.
• Hasta aquí lo escrito por el ilustrísimo Mozart, damas y caballeros. Ahora presten atención, porque van a escuchar este mismo pasaje con las correcciones que yo les propongo. Se trata de la cadenza para violín, compases del 21 al 46.
Esperó a que todo el tribunal estuviese correctamente ubicado en aquellos compases, y a continuación se dirigió al concertino de la agrupación académica:
• Monsieur Baillot, si es Usted tan amable… - y le pidió que iniciara aquel pasaje.
(…) CONTINUARÁ...
Escrito por Pablo Ransanz Martínez
Desde España
Fecha de publicación: Enero de 2007
Artículo que vió la luz en la revista nº 2 de Sinfonía Virtual.
ISSN 1886-9505
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