ABSTRACT
En el año 2004 inicié en Buenos Aires una serie de conciertos que llamé “Conciertos Comentados”. Tenían un doble propósito: abrirme por un lado más espacios para desarrollar mi actividad pianística, y por otro poder compartir más allá de la música en sí, otros aspectos de esas obras y de sus compositores que no estaban tan al alcance de los oyentes...
Palabras clave: Schumann, poesía, Romanticismo
En el año 2004 inicié en Buenos Aires una serie de conciertos que llamé “Conciertos Comentados”. Tenían un doble propósito: abrirme por un lado más espacios para desarrollar mi actividad pianística, y por otro poder compartir más allá de la música en sí, otros aspectos de esas obras y de sus compositores que no estaban tan al alcance de los oyentes.
En este ciclo de Conciertos Comentados, que en este año va por su 3º edición, comienzo por dar un pantallazo sobre el autor, la época en que le tocó desarrollar su carrera creativa y cómo esto influyódesde el punto de vista de la creación. Vamos desarrollando la obra desde el piano para ir adentrándonos en sus diferentes partes, y poder después escucharla completa como en un recital de piano “tradicional”. La idea, comenzó a gestarse en mí a partir de mi actividad en la enseñanza (sobre todo con los más jóvenes) en donde la posibilidad de conocer diferentes facetas de los autores y de las obras “acercaba” a la escucha.
Llegado a este punto aparecieron los focos de debate más fuertes que quiero ir planteando: ¿Por qué la música llamada “clásica” o “académica” no acerca a las jóvenes generaciones con más energía?. ¿Porqué ocurre esto si esos mismos jóvenes al comenzar a conocer y sentirse guiados, disfrutan tanto de estas obras maestras?.
¿Por qué está tan arraigada la creencia de que para deleitarse con estas obras “hay que ser un entendido”?. ¿Es cierto?. ¿Qué hacemos los músicos académicos para cambiar esta opinión quasi generalizada?. ¿O hacemos todo lo posible (a veces sin quererlo) para que se continúe con la imagen de música elitista?.
Al mismo tiempo surge siempre la cuestión de si es absolutamente necesario una introducción a las obras y sus autores, o si las obras se “sostienen” en sí mismas y su disfrute estético no necesita ninguna intermediación.
En mi opinión realmente las grandes obras maestras no requieren “explicaciones” para ser admiradas.
Sin embargo ocurre algo con las creaciones de la música clásica que no ocurre con la música masiva de la actualidad (más allá de la evaluación de su calidad): las obras de Bach, de Mozart, de Chopin, de Debussy, fueron creadas en un tiempo que no es el nuestro, con influencias, con elementos coyunturales que a nosotros a 100 o 200 años se nos escapan totalmente.
El ejemplo más cercano que se me ocurre es el de Robert Schumann, de cuyo fallecimiento se cumplieron en 2006, 150 (150!) años.
Schumann fue un compositor alemán que nació en una pequeña ciudad del este, cercana a Leipzig, en 1810. Su padre era editor y ese hecho lo acercó desde muy pequeño al mundo de la literatura. A los 14 años escribió un ensayo sobre estética musical y conoció las obras de los grandes literatos del Romanticismo: Schiller, Goethe, Byron y el más influyente para la obra musical del propio Schumann: Johann Paul Richter.
En 1828, al concluir la escuela, viaja a Leipzig para estudiar leyes. Su interés por la música continúa cada vez acrecentándose y en esa ciudad toma contacto con grandes autores y sus obras. Comienza a tomar clases de piano con Friedrich Wieck. Pocos años después Schumann termina casándose con Clara, la hija de su maestro.
En los primeros años de su carrera como compositor, Schumann se dedica con fervor a escribir para el piano.
El componente literario estuvo bastante presente en sus obras. El autor compone “Papillons” (que será publicada como Opus-obra- 2) entre 1829 y 1831. Es un conjunto de 12 piezas muchas de las cuales son valses. En una carta a sus hermanos les pide: “ lean la última escena de ‘Años de Estudiantina' (Flegeljahre) de Jean Paul Richter tan pronto como sea posible porque las Papillons están pensadas como una representación musical de esa mascarada ”. Allí encontramos una escena de un baile de máscaras, con mariposas como tema central. Algunas frases de la obra literaria nos ilustran sobre la inspiración de Schumann: “Un baile de máscaras es tal vez el punto más alto en el que la vida imita al juego de la poesía” o “Desde un punto de vista superior la historia del género humano puede ser visto como un largo baile de máscaras”.
Por un instante traté de imaginar el momento de la salida a la luz de “Papillons”. Richter era un autor muy conocido en la época, “Años de Estudiantina” circula, se lee; el vals es el baile de moda, marca una revolución, acerca como nunca antes a la pareja y la pone en un lugar relevante socialmente. La gente de esa época que comienza a conocer “Papillons” la siente cercana, sabe y entiende los guiños, los códigos no escritos.
Todos estos datos ya nos son del todo ajenos. ¿Cómo no ayudaría a disfrutar la obra, conocer elementos y hechos que hasta explican el título mismo de una partitura?.
Schumann es también conocido por otro hecho: se dice que “murió loco”. Se sabe que el compositor sufrió a lo largo de su vida una serie de trastornos emocionales que incluso lo llevaron al borde del suicidio. Estudios de la psiquiatría moderna trataron de establecer un diagnóstico más preciso de su perfil emocional y han llegado a la conclusión que padecía un “severo desorden afectivo de carácter bipolar”, es decir que alternaba etapas de excitación y euforia con períodos de profunda depresión. De hecho esta es una patología no infrecuente en nuestra época que no se diagnosticaría como “demencia” pero que en vida de Schumann no tenía otro tratamiento que el encierro en una institución mental.
Sugestivamente, Schumann era conciente de esta polaridad en su personalidad y en su expresión y de tal manera ideó dos personajes artísticos imaginarios a los cuales llamó sus “mejores amigos” que no eran otra cosa que sus “otros yo”. Así nacieron Florestán (el pasional, el improvisador) y Eusebius (el pensativo, la faceta pasiva) bajo cuyos nombres el joven Robert firmaba sus artículos y críticas musicales, e inclusive los hizo participar en sus composiciones como personajes (Carnaval Op. 9). Casi una nota de color: Schumann nació bajo el signo de Géminis.
Antes de dejarlos con la palabra del propio Schumann lo invito a sumarse a las discusiones que se vayan planteando y a acercarme comentarios o inquietudes que nos vayan enriqueciendo mutuamente.
Lo siguiente es un extracto del comentario que Robert Schumann publicó al conocer a Chopin a través de las “Variaciones sobre ‘Là ci darem la mano' de Mozart”, obra de 1830.
El otro día entró suavemente Eusebio en la habitación. Ya conoces la irónica sonrisa de su pálido rostro con la que quiere intrigarte.
Yo tocaba el piano con Florestán. Ya sabes que éste es uno de los pocos músicos que presienten con raro acierto todo lo nuevo y extraordinario en el campo de la música.
Sin embargo, hoy se mostró sorprendido.
-Descúbranse, señores, un genio- dijo Eusebio poniendo ante nosotros una partitura sin permitirnos ver el título.
Hojeé el cuaderno. El placer que se experimenta gustando la música sin sonidos tiene algo de mágico. Además creo que cada compositor ofrece a la vista del lector una fisonomía que le es característica. Una partitura de Beethoven tiene un aspecto distinto que una de Mozart, como la prosa de Juan Pablo (Richter) no se parece a la de Goethe.
En el caso presente, creía ver abrirse ante mí, unos ojos desconocidos, ojos de flor, ojos de basilisco, ojos de pavo real, ojos de muchacha joven.
En varias partes me pareció reconocer “La ci darem la mano” de Mozart a través de cien acordes entrelazados; parecía que Leporello me guiñaba los ojos y que Don Juan volaba ante mí con su capa blanca.
-Tócalo- dijo Florestán.
Eusebio aceptó la idea y Florestán y yo, acurrucados en un rincón de la ventana, nos apercibimos a escuchar.
Eusebio tocó con gran inspiración e hizo desfilar ante nosotros infinitos personajes llenos de vida. Parece que el entusiasmo del momento eleva sus dedos más allá de la medida ordinaria de sus facultades.
-Las variaciones pudieran ser de un Beethoven o de un Schubert si éstos hubiesen sido “virtuosos” del piano- fue todo lo que dijo Florestán, sonriendo felizmente.
Pero cuando volvió la página del título, leyó:
“La ci darem la mano, en si bemol mayor, variada para piano con acompañamiento de orquesta, por FEDERICO CHOPIN, Op. 2”
Nos quedamos estupefactos.
-¡Una obra 2!- exclamamos, y nuestros rostros se inflamaron con un asombro extraordinario y en nuestros discursos confusos, aparte de algunas exclamaciones no se pudieron distinguir más que estas palabras:
-Hemos oído algo perfecto... ¿Chopin?...¿Quién será?... De todas maneras es... ¡un genio!... ¿no oís cómo se ríe Zerlina con Leporello?
En una palabra, fue una escena imposible de describir. (...)
Escrito por María Laura del Pozzo
Desde España
Fecha de publicación: Enero de 2007
Artículo que vió la luz en la revista nº 2 de Sinfonía Virtual.
ISSN 1886-9505
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