Título: El Niño. Andando por los campos marcheneros
Autora: Rocío Márquez
Editorial: Universal
Idioma: Español
Año: 2012
Los fenómenos de la naturaleza tienen una curiosa mezcla de simplicidad y complejidad que, en su aparente perfección y acabamiento, esconden complejas reglas que los matemáticos tratan de estudiar y catalogar. Lo lineal se torna radial y lo cerrado se abre en mil detalles. La semilla genera un árbol que a su vez genera flores, frutos y más semillas. El lenguaje y el canto, la música y la voz humana son buena muestra de cómo, con elementos simples, se crean construcciones complejas que transmiten orden o caos. Y del caos venimos todos con nuestro supuesto-impuesto orden.
La aproximación que ha realizado la artista y cantaora Rocío Márquez al universo semiolvidado de Pepe Marchena en el disco llamado El Niño, metáfora de esa creación seminal que crece y se transforma, no ha dejado indiferente a casi nadie, aunque algunos esperarán en silencio, de la misma forma que esperaron con Morente (hasta su muerte), la clave que les permita insertarlo en algún esquema manejable.
La presentación en la Bienal 2014 hecha sin concesiones, escenografías, ni paños calientes, pero también sin pretensiones, puso al público y crítica asistente en una difícil tesitura: tratar de comprender vs dejarse llevar. Y es que cuando la fuerza de la naturaleza comienza, en forma de gota de agua insistente o en forma de tormenta urgente, ya no hay nada que la detenga. La primera parte del recital en el Teatro Central de Sevilla fue la gota insistente que te va calando o agujereando el alma, como en la Seguiriya, y después dio paso a la segunda parte que fue un tsunami de emociones y capas de significados que casi no daba tiempo a captar. Un planteamiento polarizado, el del Central, que separó en dos bloques, clásico contra experimental, lo que en el disco aparece mezclado y entreverado de forma natural formando un universo perfectamente equilibrado. Analizar en profundidad este universo necesitaría más tiempo que crearlo pero ocurre que una mirada demasiado inquisitiva afecta a su realidad como un nuevo principio de incertidumbre: si no lo asumes completo se resistirá a dejarnos pasar. Las pistas del disco, producido con maestría por Faustino Nuñez y Raül Fernández Refree, se van sucediendo con sus pausas, pero la continuidad musical es tal que se podría haber escogido crear una sola pista que se escuchara en bucle sin fin pues la última enlaza con la primera.
Comienza con una pieza revolucionaria, una Granaína del revés, transgresión subliminal, plena de citas, que va de lo tonal a lo ambiguo, de lo medieval a lo actual, de la voz, como origen de todo, a la guitarra como arma-herramienta en las manos siempre sensibles de Manolo Herrera; Granaína que, como un átomo reconcentrado que estalla y lo ocupa todo, ya contiene al resto de las obras del disco. Y de Granada a Huelva pasando por Barcelona con los fandangos titulados "Orillo Barcelonés", suerte de acertijos sobre geometrías y aritméticas del querer que se enrevesa y se ensortija en los melismas finales en la voz de Rocío. Más adelante encontraremos otros fandangos, en este caso naturales, con "Cruz de piedra" donde Pedro G. Romero llega a hablar de cubismo pero, aún más, lo que vemos es expresionismo de raíz hispana como en una pintura de El Greco o de Gutierrez Solana.
Una de las grandes piezas del disco es "El Venadito": comienza tímidamente en un modo naif, apoyándose en la tradición oral, y reconstruye, capa a capa, el proceso de creación que hizo Marchena con la Colombiana culminando en una capa nueva, que Rocío se gana a pulso poder añadir, creando un himno para el S. XXI, que pasa de lo local a lo universal, "Oye mi voz", y que se apoya, en su primera aparición, sobre rítmicos sonidos industriales y en la segunda en un charango evocador. Y es curioso como la misma esencia de los temas musicales evoca el concepto "ida y vuelta", la ida al pasado con el tema matriz de sonidos ascendentes, la recreación marchenera que se demora en lo alto y ese volver con el tema nuevo en sonidos descendentes que cierra el círculo. El tropicalismo y lo colonial vuelven a aparecer en la Guajira "Alumbra el firmamento" y en la Milonga "El año del cometa" llegando a su culmen con el Punto y Milonga "Una noche que la luna", donde el apoyo del Tres cubano de Raúl Rodríguez alcanza su más cristalina expresión además de encontrarnos con múltiples referencias astrológicas, y es que en el trópico los cielos son más brillantes y la noche es un espectáculo para los sentidos. Pero de vuelta a España se ha de llegar hasta levante y encontrar esas filosofías demoledoras que preñan las letras, "Los astros por qué se mueven", del improvisador trovero y los intrincados tonos de armonía inestable de los cantes mineros proclives a dejar volar la imaginación desde lo particular a lo cosmológico, de lo terrenal a lo sublime.
"Lo que tu querer me cuesta", es la Soleá, no una solea más, es la soleá arquetípica, la que querrías escuchar si te despiertas de madrugada con un vacío en el estomago y hambre de flamenco. Y es normal que sea así pues escoge, recoge y convoca, en la elección contrastante de los temas musicales y las letras, junto a la sonanta clásica de Manolo Franco, lo que la discusión musicológica trata de descifrar: el caracter cambiante y mestizo fruto de las aportaciones personales que sucede y sucedió en la siempre viva creación flamenca. Viva, aunque algunos la quieran momificar... olvidando, o queriendo olvidar, que en el flamenco, en sus músicas y sus palabras, opera un proceso de creación y re-creación continuo que va añadiendo capas mas grandes o más pequeñas, perfectas o imperfectas como en los pétalos de una rosa. "No le toques ya más, que así es la rosa" canta una inspirada Rocío por Juan Ramón y nos lleva hasta Shakespeare para hablarnos de las espinas, las sombras de la realidad, las que llevamos con nosotros en señal de que la luz existe y nos acordamos del momento anterior en boca del trovero con sus cavilaciones y vemos que en el fondo piensan igual.
Con los "Castillos invulnerables" encontramos dos versiones minimalistas de los Tangos que son complementarias, a través de un sustrato rítmico común, pero que son únicas en su letra-declaración donde nuestra cantaora se afirma en su camino: "han tratado de derribarme pero que nunca lo han conseguido". Y el tema que mejor demuestra su implicación en este disco es el gran fresco sonoro que se produce en "Los esclavos", con la colaboración de Niño de Elche. Aquí Rocío utiliza todos los recursos de su voz pero integrados en una gran construcción en forma de arco que comienza con una dulzura llena de ironía, casi resentimiento, y evoluciona de nuevo por capas de voces creciendo en tensión y disparando la letanía numeral del Gitano de Oro por boca de Niño de Elche, rosario pagano de afrentas que nos llena de inquietud, en un universo sonoro, de ruido y furia, más cercano al experimentalismo de John Cage que al Hard Rock, que se volverá a escuchar en la Saeta "Las cumbres se estremecieron" como remate del disco.
Uno de los engarces de lo actual con el pasado es el toque de Pepe Habichuela, tan clásico, tan moderno, siempre original, en la Seguiriya "Plañidera del testigo falso" y en la Malagueña "Al pie de tu celosía" donde Rocío muestra sus dotes dramáticas y expresivas pero también la contención. Transmitir emoción con voz de terciopelo y que simultáneamente se noten las espinas, es el mayor logro de este trabajo, pero no el único, también lo es ser fiel a la propia idea, al impulso valiente de quien no está pensando en notoriedad y aquiescencia, explorando terrenos desconocidos en la frontera fértil en cuyo límite, alimentándose de tierra vieja y nueva, florece la rosa.
Escrito por Bernardo Sáez
Desde España
Fecha de publicación: Enero de 2015
Artículo que vió la luz en la edición nº 28 de Sinfonía Virtual
www.sinfoniavirtual.com
ISSN 1886-9505
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