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TRAS LA HUELLA DE MARIANO VIÑAS DORDAL
(HISTORIA DE UNA INVESTIGACIÓN INGRATA)

Joaquim Zueras
Crítico musical


(Nº 21, OCTUBRE, 2011)


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La motivación

A principios de los años setenta, siempre que  pasaba por la Editorial Boileau compraba un cuaderno de la colección “Biblioteca Orgánica”. Así fue como descubrí los “Siete Emblemas Marianos”. Me gustaron, quise saber detalles de su autor y conocer otras obras, pero no hubo manera. En aquel tiempo muchos infravaloraban a los  compositores sacros que vivieron durante el movimiento cecilianista, que condujo a la proclamación del Motu Proprio de 1903. Por otro lado, yo era un joven estudiante de piano, predispuesto hacia la música religiosa, pero tímido y sin experiencia sobre cómo meterme en estos berenjenales. Una pena,  porque entonces vivían muchos que conocieron y trataron a Mariano Viñas. Nunca abandoné el proyecto y hará unos dos años consulté sobre su oportunidad a varios amigos músicos, que me alentaron.  No es que en la actualidad haya más datos de Viñas salvo dos cartas a Verdaguer y un error sobre la fecha de defunción. Pero por internet hoy podemos acceder a hemerotecas, consultas a bibliotecas, etc. A menudo me he encontrado con absurdas dificultades,  pero también he disfrutado de momentos emotivos. En cuanto a los “Emblemas marianos” para órgano o armonio (Boileau, 1942) en realidad fueron concebidos para el piano. No cabe duda, sobre todo por el salto de algunas voces que reclaman el uso del pedal derecho del piano y por la utilización de notas más bajas que  el do1, algo inexistente en la literatura organística. No obstante, muchos compositores españoles de la época heredaron la costumbre de no ajustar su escritura al destinarla al órgano. Hubiera bastado un sencillo arreglo para que se adaptaran bien al órgano o al armonio, pero es cosa que nadie hizo. Son obras densas, intimistas y con cuidados finales, y de ahí que me agradaran. Por cierto, aún quedan ejemplares a la venta.

¿Y cómo supe sobre su infancia?

Un día, leyendo acerca del célebre tenor Francesc Viñas, descubrí con sorpresa que era el hermano de Mariano Viñas. No hubo más que recurrir a una biografía del cantante. Pero trasladémonos antes a los acontecimientos  históricos que rodean su nacimiento: Mariano Viñas  Dordal nació en Moià (Barcelona) en 1868, año de la Revolución Septembrina y del destronamiento de Isabel II. En aquellos días asomaba la Catalunya industrial como alternativa a la empobrecida Catalunya rural. Se  habían establecido las bases del movimiento cultural de la Renaixença, con una voluntariosa mezcla de imaginación, idealismo, intuiciones y fe en las utopías. La manifestación más visible de tal empeño fueron los Jocs Florals, instaurados el primer domingo de mayo desde 1859 en Barcelona, en los que destacó Jacint Verdaguer (1845-1902) en literatura y Lluis Millet (1867-1941) en dirección coral.

        Los Viñas  se dedicaban  a las labores del campo, obteniendo escasos ingresos, por lo que Mariano tuvo que servir en una casa acomodada para poder pagar sus estudios. Por   unas declaraciones de Mariano Viñas para la causa de beatificación del siervo de Dios Francesc Coll de 1930 (hoy canonizado) supe que sus padres eran profundamente creyentes, participantes activos en asociaciones marianas que difundían el rezo del rosario. Su padre era muy aficionado a la música, como recordaba su hermano Francesc Viñas (1863-1933): “Él, que tenía un gran sentido artístico, una voz magnífica, abaritonada y expresiva, hacía de maestro; nuestra pobre madre también tenía su papel: ella y mi hermana Concepción cantaban de primeros, mi hermano Mariano y yo de segundos y nuestro padre de tercero. Así distribuíamos nuestras voces, que eran como las de los pájaros cuando empiezan a piar; con estos cantos ahogábamos nuestras penas,  que tanto abundaban en las casas de los pobres...” (Del libro “Francesc Viñas. El gran tenor català fundador de la ‘Lliga de Defensa del Arbre Fruiter’”, de Luigi de Gregori, Editorial Barcelona, 1935).


Siguiendo con el método “del ovillo al hilo”

Así como Mariano Viñas no parece tener más seguidores que yo, hay obstinados estudiosos de la vida y obra del poeta Jacinto Verdaguer que de cualquier nuevo dato hacen una fiesta, y por ellos pude saber de la existencia de dos cartas. Viñas se ordenó sacerdote en 1891 siendo coadjutor de las parroquias vicenses de Osor y Roda de Ter.

        El 31 de octubre de 1892  Viñas escribe por primera vez a Verdaguer (las dos  cartas se encuentran en el Fons documental de Verdaguer del “Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona”). Está escrita en  Osor y el tono es de notable humildad y respeto: “Estimado Señor: no sé si soy merecedor de dirigirme por primera vez a usted, pero recordar la sencillez y modestia que, más que a sus obras, han hecho grande a Mossen Jacinto, ha impulsado mi iniciativa. No dudo que Aquel Señor que sabe dar ciento por uno, le tendrá preparada una hermosísima corona por sus frutos, que ha aportado a nuestra Santa Religión con sus cánticos místicos, especialmente en nuestra querida tierra catalana. ¡Quiera Dios conservarlo por muchos años para gloria de nuestra religión y de nuestra patria! Era yo un niño y después de la publicación primera de sus ‘Idilis’, que tuve la feliz ocasión de leer, y en ellos la hermosa oración a María ‘Dolce Mare del bon Deu’  tanto me cautivó que la aprendí de memoria. Entonces había empezado a estudiar solfeo y, pese a que entendía bien poco, elaboraba pensamientos en música, para ver si lograba a través de la oración encontrar una melodía que me gustase. Todo esto sucedía alrededor de Vic, yendo y viniendo de la casa de payés en donde servía en el inicio de mi carrera eclesiástica, hace poco finalizada, sentí despertar en mí una simpatía por la composición musical y, de hecho, es la primera que le ofrezco sobre la misma oración. No puedo menos que suponer que mi poca experiencia en el arte musical, habrá hecho inevitable un gran número de  faltas, indignas de la letra que hermosea la composición, y esto me ha detenido unos días sin acabar de atreverme a mostrársela, pero a instancias de mis amigos y creyendo que  usted se lo merece, me he determinado a enviársela, esperando que si la ofrenda no corresponde a la dignidad de su persona, me permitirá supla tal cosa con la ternura del afecto que le dedico. No quiero molestarle más. Le ruego me tenga presente delante de Dios en sus fervorosas oraciones y sepa que tiene un amigo que le aprecia de corazón. Su capellán afirmísimo en Cristo: Mariano Viñas”. Le adjunta la partitura manuscrita. Éste fue el inicio de una colaboración continuada. Amadeu Vives decía que Verdaguer solía responder a los elogios de los compositores con estas palabras: “Lo mío, la letra, no tiene ninguna importancia. La letra es el colgador de la música, nada más”.

        En un apunte biográfico que precede a tres obras de Mariano Viñas, en el “Repertorio Orgánico Español”, colección de los hermanos Iruarrízaga de 1930, leí que “en 1894 se trasladó a Roma, donde estudió armonía, contrapunto, fuga, composición e instrumentación bajo la dirección del maestro Capocci”, sin precisar si se trata de  Gaetano Capocci (1811-1898) o de su hijo  Filippo Capocci (1840-1911), ambos compositores y profesores de música. Es improbable que corriera con los gastos de su estancia y estudios. Me inclino a pensar que fue pensionado por alguna diputación. No descarto la  ayuda de su hermano Francesc o de la diócesis de Vic. Por lo demás, nadie se presenta a estos cursos si no tiene una sólida formación. ¿La de Viñas se limitaba a los conocimientos musicales adquiridos en el seminario? Seguramente no. Viñas, como Verdaguer, era tenaz, con una gran capacidad autodidacta. El 8 de junio de 1896 responde desde Roma a una carta de Verdaguer: “Acabo de recibir la muy apreciada carta de usted y no sé cómo agradecerle debidamente el favor que me hace dejándome trabajar sobre sus poesías, que inspiradas como son, espero suplirán la pobreza de mi música. A cambio me ofrezco enteramente a su disposición y, si me da ocasión de servirle, lo aceptaré como un favor que usted me hace. Le agradezco su felicitación por mis trabajos, que si en algo valen se debe a su poesía. Por más añoranza que siento por mi amada patria, me parece que no podré regresar antes de un año, pero cuando Dios tenga a bien que así sea, desearía visitarle y volver a expresarle mi agradecimiento. Tan pronto sea publicada la composición ‘Lo pecador á Jesús’  le enviaré un ejemplar. Deseo que el Dulcísimo Corazón de Jesús endulce las penas de su corazón y me encomiendo a sus palabras”.  Como en la carta anterior, le adjunta la composición manuscrita. Sorprende que Viñas no comente algún detalle de su estancia en Roma o del aprovechamiento de sus estudios. Por el final de la carta se entrevé que Viñas estaba al corriente de los infundios que corrían por Barcelona y de las reprimendas de la Curia que sufrió Verdaguer por su extraña conducta. Lejos de apartarse de él, le muestra su incondicionalidad. Aunque Verdaguer murió en 1902, Viñas siguió fiel a sus textos.


La pesadilla de la titularidad

De nuevo cito el apunte biográfico del “Repertorio Orgánico Español”: “En 1912, después de unas muy disputadas oposiciones, entró en posesión del beneficio de Maestro de Capilla de la Catedral de Barcelona”.  En la Vanguardia del 1 de diciembre de 1912, tras una petición del Obispo para que se celebren prerrogativas ad petendam pluviam, sigue esta noticia: “Ayer dio colación el vicario general de esta diócesis del beneficio de esta catedral de segundo maestro de capilla al Rdo. don Mariano Viñas”. ¿Por qué segundo Maestro de Capilla? Pues porque  Josep Marraco Ferrer (1835-1913), al jubilarse cuando se incorporó Viñas quedó con el título honorífico  a perpetuidad.  Con motivo de la restauración del órgano de la catedral, en la Vanguardia del 31 de mayo de 1944 se anuncian conciertos en los que aparece un nuevo dilema: “Hoy, día de la inauguración tocará el reverendo don José Mª Padró y Ferrer, presbítero; mañana, en la misa de Comunión, lo hará el reverendo Mariano Viñas, beneficiado; en los actos del  triduo, don José Sancho Marraco, maestro de capilla, y en el solemne pontifical del día de Corpus el reverendo don Francisco Baldelló, secretario de la Comisión de la música sagrada del Congreso”. ¿Fue rebajado Viñas de grado? No, porque en el obituario de la Vanguardia del 22 de diciembre de 1954 se vuelve a citar a Viñas como maestro de capilla. Pero en la Vanguardia del 17 de septiembre de 1960, en un artículo de homenaje a Josep Sancho Marraco, escrito un día después de su fallecimiento, puede leerse que a Sancho Marraco (1879-1960) “en la catedral le fue otorgado el nombramiento de maestro de capilla en propiedad en 1923”. Dado que tanto Viñas como Sancho Marraco coinciden en firmar sus obras  como maestros de capilla de la Catedral de Barcelona a partir de 1923 (cosa que me ha tenido desvelado una larga temporada), es evidente  que la Catedral de Barcelona contó con dos maestros de capilla a la vez, dato que por fin me ha confirmado el canónigo archivero Josep Baucells. ¿Y cómo se llevarían Viñas y Sancho Marraco? En el “Fondo Sancho Marraco”, depositado en la Biblioteca de Catalunya, hay cuatro cartas de 1915 que muestran una discursión entre ambos. Al fallecer Josep Marraco Ferrer, dejó un diario de ceremonias en el que especificaba detalles organizativos y de contabilidad. Este diario pasó a manos de Viñas, que lo consideró propiedad de la catedral, pero Sancho Marraco sostenía que el diario le pertenecía, por haber sido de su tío. Aunque su contenido le era útil a Viñas para organizar los oficios, tuvo que ceder ante las exigencias y amenazas veladas de Sancho Marraco. Por ello supongo que cuando el cabildo decidió reforzar la Capilla, añadiendo a Sancho Marraco, la relación entre ambos sería a lo sumo respetuosa pero no cordial.

¿Y cómo era Viñas?

Tras incontables esfuerzos, logré que la señora María Viñas Vilardell, sobrina del compositor y alumna brillante de su tío, me recibiera una tarde, pese a su delicado estado de salud. Me dijo que Viñas era un hombre activo, saludable, de recio carácter, bondadoso, serio aunque con sentido del humor, exigente pero comprensivo. También me contó que durante la Guerra Civil Viñas logró escapar de la persecución religiosa en un segundo intento, disfrazado de marinero francés, estableciéndose en Roma al amparo de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

¿En dónde están sus composiciones?

Se supone que las obras de un Maestro de Capilla de una catedral se guardan en la catedral. Pero, acabada la Guerra Civil, el archivo musical de la Catedral de Barcelona se trasladó a la Biblioteca de Catalunya por seguridad. Del Archivo me dirigí a la Biblioteca de Catalunya y, para mi asombro, las composiciones de Viñas han desaparecido. Entonces inicié un largo rastreo por algunas bibliotecas españolas, pues Viñas tuvo la suerte de que gran parte de sus obras se editara en vida. Unos bibliotecarios fueron amables, pero otros ni me contestaron. Mientras tanto, un sobrino de la señora María Viñas Vilardell comentó en una fiesta familiar mi proyecto, que yo ya daba por imposible, a lo que alguien sugirió: “que mire en Montserrat, porque  Mariano tenía un especial interés en que su obra se guardara en este Monasterio”. Tras largas gestiones, un benedictino me mostró tres cajas de tamaño considerable, que apiladas llegaban a la altura de mis ojos, sin clasificar, y que se encuentran en el archivo musical de la Abadía, no en la biblioteca montserratina. Pensé si este material procedía del desaparecido archivo de la Catedral de Barcelona, pero en un álbum manuscrito, compuesto por varias piezas, Viñas aclara: “Éste no es el orden en que las piezas están en la copia de la Catedral de Barcelona, por lo que en tinta azul detallo el orden en que allí aparecen”. Las catalogué para mi estudio y fotocopié bastantes.

¿Cómo son las composiciones de Viñas?

Son de estilo tardorromántico. La mayor parte son piezas sacras, aunque también se encuentra algún lied y unas pocas obras para piano y de cámara. Diría que Viñas se sentía muy cómodo e inspirado con obras de pequeño formato, en particular cuando ponía música a las poesías de Verdaguer, mientras que otras obras de mayor envergadura, como por ejemplo las misas orquestales, probablemente merezcan un juicio menos caluroso. En 1933 falleció su hermano Francesc Viñas. Sea porque el desenlace le afectó profundamente, porque no se sentía cómodo compartiendo sus tareas con Sancho Marraco, porque los tiempos de la Renaixença quedaban lejos o simplemente porque la inspiración no le visitaba con tanta asiduidad,  disminuyó notablemente su actividad creativa. Murió en 1954 con 86 años. Como sucede con muchos compositores, entre sus obras unas resultan más logradas que otras.  En este aspecto, en un futuro sería conveniente una valoración más minuciosa, con la intención de divulgar al menos lo más relevante.





Escrito por Joaquim Zueras Navarro
Desde España
Fecha de publicación: Octubre de 2011
Artículo que vió la luz en la revista nº 21 de Sinfonía Virtual.
ISSN 1886-9505



 

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