LA ARGENTINIDAD DE ALBERGO GINASTERA
Juanjo Cura
Al encargarme Daniel este artículo me pregunté, con ese deseo de originalidad que a veces aflora a los artistas, qué podía decir de nuevo o de distinto sobre la vida, la obra o la genialidad de Alberto Ginastera, si hasta me considero indigno de juzgar o tan siquiera ponderar como sapiente ninguna de las tres cosas. Pero hay algo que nos une: la argentinidad. De esa cualidad y de cómo esa cualidad se cumple en Don Alberto intentaré apenas dar una idea somera, de manera tal que nos ayude a comprender su vida y su obra desde un rincón profundo de su corazón.
El argentino es y será un ser mixto, una amalgama de culturas, de choques, de afrentas interiores, de apertura, de altura y de depresión. El ser argentino responde quizás mejor que ningún otro ser nacional a la idea existencialista del ser haciéndose, nunca acabado, al que siempre “todavía le falta un poco”. Un ser ciudadano que, como los vientos de su geografía, hoy van para allá y mañana para el lado contrario, como si de una pulsación bingbangneana de creación-destrucción-creación eterna se tratara, imposibilitado de una línea continua de desarrollo, siempre interrumpido. Abierto a las inmensas soledades de la pampa sin saber qué hacer en y con ellas, o refugiado en las suciedades de la urbe en una pelea por la supervivencia más encarnizada aún que la que se fragua en sus selvas. Pero caben también en esta argentinidad la angustia vitalizadora, la ira que transforma, la mirada lejana, como creando futuro, el ser un todo que es un poco de cada cosa, y un solo que se interpreta en contra de la voluntad perversa de los compañeros de la patria, eternos rivales de nuestro crecimiento.
Veamos cómo esta argentinidad se da plenamente en Ginastera.
Como el mismo describe, sus primeros años corresponden a una etapa de “nacionalismo objetivo”. Con ímpetu de juventud, se desborda a sí mismo con creaciones magníficas. Con apenas 25 años crea su Ballet Estancia y prácticamente toda su producción inicial tiene contenidos rítmicos y líricos del folklore argentino, reafirmando su identidad nacional musical, tomando de la calle lo que la Academia no le daba y dándole a la música sinfónica argentina una verdadera esencia nacional, algo que sus maestros y contemporáneos no habían logrado con el mismo acierto y que tenía similitudes en las carreras de Chávez o Villa Lobos. La música de Ginastera no era nacional sólo por ser de autor argentino: la argentinidad trasuntaba en ella. No era casualidad, claro. Nacido en el año del centenario de la declaración de la independencia, todo el nacionalismo en la literatura de las últimas tres décadas del XIX y hasta bien entrado el XX, sumado a una masiva inmigración europea, hacían necesaria una reafirmación del ethos nacional, basado esencialmente en la relación del hombre con el campo como sistema de producción. Allí se acuñó la expresión “granero del mundo” referida a nuestro país, por su altísima productividad granaría. No podía ser Don Alberto ajeno a esta ola y, con toda la fuerza de su juventud, producir, casi con la autoridad del autodidacta, la fusión de esa argentinidad con las tradiciones musicales sinfónicas europeas: las danzas y los ritmos plasmados en música sinfónica, entonces y aún hoy, se acompañan en el campo con no más orquestación que un bombo legüero* y una guitarra. Todo lo demás surge de su rica imaginación y su genialidad.
Pero a todo buen argentino que se precie de tal, al ímpetu de juventud le sigue el desencanto y el refugio en la soledad del ensimismamiento. Comienza en sus años en Estados Unidos, donde no sólo encuentra a los compositores de ese país sino también a los europeos huidos de la guerra. Es el período descripto por él mismo como “nacionalismo subjetivo”, en el que revela el país que quisiera y no es. El advenimiento del flagelo peronista que destruye la cultura y la economía (y del cual aún no nos hemos librado), produce un desencantamiento del ser nacional forjado en su juventud, reforzado por la hostilidad instaurada en el país hacia todo lo que fuera culto o erudito. La ignorancia y la brutalidad se alzaron como banderas y todo intento de acallar esta revolución podía ser un suicidio. Un dolor de nación abatida lleva a Ginastera a componer obras en las cuales lo foklórico apenas constituye una cita. Se introduce en los secretos del dodecafonismo y la microtonalidad y nuevas obras surgen de su incesante pluma, basadas en nuevas técnicas compositivas. Pero, a pesar de no abandonar sus tradiciones originales, las referencias a la argentinidad, tan presentes en su primer estadio, lo folklórico, debemos reconocer que no se encuentra aquí tan expuesto.
Sin embargo la sangre tira y Ginastera vuelve con fuerza a las fuentes que fueran su inspiración. Surgen así obras de gran madurez, como si sentado en una mecedora en la galería de su casa de campo, viera pasar por delante de sus ojos las escenas de su vida y las plasmara en música con cada danza, cada movimiento y cada nota. Es el período “neoexpresionista”, de una rítmica persistente y de gran vigor, como queriendo reafirmar que la Argentina que ama es esa que lo dejó ser, en sus años de juventud:
Se acabaron las celdas melódicas, rítmicas o simbólicas para lo folklórico. Sin embargo hay elementos argentinos constantes, como ritmos fuertes y obsesivos, adagios meditativos que sugieren la quietud de las pampas; sonidos mágicos y misteriosos que recuerdan la naturaleza críptica del país
Su Argentina no es la misma y eso le duele. La trae en el recuerdo con su música, compuesta en la lejana Ginebra.
Hay quienes le adjudican un último estadio, el de sus últimos años, en los cuales Ginastera recapitula los elementos musicales que tiene en sus manos para dar vida a obras plenas de significado y profunda espiritualidad, como Popol Vuh o sus últimas sonatas para diversos instrumentos solistas o dúos.
Alberto Ginastera es ese argentino que todos quisiéramos ser, el que, siendo plena y conscientemente tal, pudo ser universal. Un hombre mixto, nunca acabado, siempre nuevo y en formación, incansable, pasional, perseverante, amante de su tierra y de sus tradiciones, perseguido por culto, aclamado por culto, valorado, como corresponde a buen argentino, más por los extranjeros que por sus propios compatriotas. Generoso, trabajador, inquieto, escudriñador. Sufriente y sufrido, duro consigo mismo hasta el punto de quemar sus primeras obras, que consideraba indignas de reconocimiento. En Ginastera la argentinidad se expresa como si de su propia transpiración se tratara. Escuchando sus obras, quienes vivimos y sentimos como él, podemos conocernos más a nosotros mismos.
Blas Matamoros: “Alberto Ginastera: de la pampa al universo”
Christoph Schlüren: “Alberto Ginastera. Popol Vuh”
http://es.wikipedia.org/wiki/Alberto_Ginastera
Laura Elena Fernández Domínguez: Tesis para la Licenciatura en Piano.
Elena Dabul: “Alberto Ginastera”.
Escrito por Juajo Cura
Desde Argentina
Fecha de publicación: Julio de 2010.
Artículo que vió la luz en la revista nº 0016 de Sinfonía Virtual