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PABLO SARASATE: VIOLINISTA INMORTAL (III/III)
“Escojo a mis amigos por su apariencia, a mis conocidos por su carácter y a mis enemigos por su razón”. “¡Un genio! ¡He practicado catorce horas diarias durante treinta y siete años, y ahora me llaman genio!” A Manuel Espada Llargués, Amigo Incondicional.
La Orquesta Santa Cecilia de Pamplona El afán que demostró Pablo de Sarasate por que su ciudad natal contase con una orquesta propia culminó, como ya se ha apuntado en la entrega anterior de esta saga, con la creación de la Orquesta Santa Cecilia en 1879. Las gestiones fueron supervisadas por el propio violinista y por la “Asociación Musical de Socorros Mutuos Santa Cecilia”, grupo sinfónico afincado en Pamplona al que le cabe el honor de haber sido la más antigua de las agrupaciones orquestales que existieron en la España del siglo XIX.
Deseoso de una mayor proyección internacional, y en plena madurez artística y personal, nuestro protagonista realiza una nueva gira por Rusia en ese mismo año, a la que le seguirán dos más: su primera e infatigable gira por toda España (1880), y otra adicional que tuvo como destinos España, Portugal y Rusia (1881). El navarro cosechó importantes éxitos en Barcelona, Valencia, Málaga y, por supuesto, en su adorada Pamplona.
En 1882, nuestro violinista comparte actuación en San Fermín con el prestigioso y aclamado tenor roncalés Julián Gayarre1 (1844-1890). A ambos les uniría siempre un fuerte lazo de amistad.
Ya en 1884, cumpliendo con sus compromisos profesionales en el extranjero, Pablo de Sarasate recibe la trágica noticia del fallecimiento de su padre, Don Miguel de Sarasate, con quien no pudo estar en sus últimos momentos. Durante algún tiempo, el ilustre pamplonés interrumpirá algunas de sus giras de conciertos ya programadas. Segunda gira por América y éxitos londinenses Tras el luctuoso suceso, el navarro inmortal da un nuevo salto al Atlántico y emprende otra nueva y triunfal temporada de conciertos en Los Estados Unidos de América, recorriendo Nueva York, Boston, Philadelphia, Washington, Cincinatti, Baltimore, Cleveland, Pittsburg y Chicago, para trasladarse posteriormente a México. En 1889, Pamplona otorga el nombre de “Sarasate” a una de las avenidas del Ensanche, y la Orquesta Santa Cecilia le nombra Presidente de Honor de esta entidad. A partir de ese año, la citada agrupación le acompañará en los conciertos que el violinista ofrezca en Pamplona, y que tenían lugar en fechas tan señaladas como los Sanfermines o la Navidad.
Según se explica con gran precisión en la página Web del Gobierno de Navarra dedicada al Centenario del fallecimiento del genial músico2, Dos grandes conciertos Aunque resulte casi del todo imposible realizar una cronología exacta de todos y cada uno de los conciertos ofrecidos por el virtuoso pamplonés en su dilatada e intensa vida artística, debe reseñarse para conocimiento de nuestros lectores que, si hubo un acontecimiento que permaneció imborrable en la memoria colectiva y en la de los cronistas del lugar, ese fue sin lugar a dudas el concierto memorable de agosto de 1894 que Sarasate ofreció ante más de treinta mil personas bajo el árbol de Gernika, en defensa de las libertades y como tributo a su simbolismo y significación. Otro concierto destacable fue el celebrado en junio de 1896 en París, con motivo de las Bodas de Oro con la Música de su buen amigo Camille Saint-Saëns, quien escribiera música para Pablo de Sarasate de gran calidad, como su Introducción y Rondó caprichoso, Op.28.
Uno de los documentos legales que mayor información aporta acerca de la gran generosidad que Pablo Martín Melitón tuvo siempre hacia la ciudad que le vio nacer –y en la que sólo residió durante los dos primeros años de su vida-, es el testamento parisino de finales del siglo XIX. Javier Marquínez, antiguo Técnico del Archivo Municipal de Pamplona, explicaba así ante los micrófonos de Radio Nacional de España (1994) la extraordinaria importancia del mismo, a la vez que aportaba numerosos detalles de gran interés relativos al Museo Sarasate: “Digamos que en el testamento que el propio Pablo [Sarasate] hace en París, en septiembre de 1893, y allí ya él expone una lista minuciosa y detallada de todo lo que lega a la ciudad de Pamplona, que abarca desde sillones, vitrinas, espejos, condecoraciones, recuerdos y un sinfín de cosas; y al final de este testamento añade que “todo esto deberá exponerse en una vitrina especial con la indicación del origen de cada objeto, así como cuidadosamente preservados del polvo y de la humedad”. Esa es (…) la condición que Pablo pone al legar al Ayuntamiento de Pamplona. Hasta 1951, que con motivo del derribo de la Casa Consistorial se embalará, permanecerá instalado en una habitación de dicha Casa (…), y ahí permanecerá embalado hasta 1965, concretamente el diez de marzo, en que se inaugurará en una sala del Conservatorio de Música dicho Museo. Nuevamente, en 1976, son embalados todos los elementos que componen dicho Museo, y serán trasladados al Museo de Navarra, donde permanecerán también hasta 1985, en que, con un carácter provisional - en principio -, vuelven al Archivo Municipal (…) en 1990, se asientan definitivamente en el Seminario de San Juan, lo que hoy ya es el Museo de Sarasate. Tenemos que tener en cuenta que Sarasate contó entre sus amigos con la flor y nata de la alta sociedad de su tiempo, de los que fue recibiendo numerosos regalos con un valor intrínseco y, a veces, afectivo – sortijas, relojes, pitilleras, bastones de todo tipo (…) -. También hay que tener en cuenta que los soberanos a quienes deleitó con sus interpretaciones, y de cuya amistad llegó a gozar en ocasiones – como la familia real de Rumanía -, le dieron un sinfín de cruces, de medallas, de placas, de encomiendas de las más distinguidas Órdenes. Podemos constatar como ostentó desde la portuguesa Orden de Cristo hasta la del Elefante Blanco de Dinamarca, y multitud de distinciones alemanas, austríacas, belgas, españolas, etcétera. También del ambiente musical quedan abundantes palmas y coronas honoríficas en plata y oro, así como medallas y trofeos que fue cosechando como regalo de Orfeones, de Filarmónicas, de Conservatorios, etcétera; y también nosotros tenemos dos de los cuatro grandes violines con los que tocó Pablo Sarasate, un Stradivarius de 1713 y el de 1724, del que sólo aquí tenemos una clavija de cada uno, y que los legó a los Conservatorios de Madrid y París, respectivamente; y en cambio, aquí sí nos dejó un violín “Gaud et Bernadel”, que se trata de una reproducción del que se le entregó a Sarasate en 1857, cuando ganó el Primer Premio de violín en el Conservatorio de París. Este original, en un incendio en la Ópera Cómica de París se quemó, y se le hizo una reproducción en el año 1874. Por eso en el violín, aparece en el interior la fecha de 1857, y en el exterior la fecha de 1874, que es cuando la casa le hizo la reproducción. También tenemos un violín “Villaume”, que fue construido expresamente para Sarasate por este acreditado luthier – y que es un gran violín -, y luego tenemos un violín de bolsillo, con su arco, que es con el que Sarasate practicaba en sus viajes. Este es (…) el gran legado que tenemos de sus violines”. Sería en 1897 cuando, realizando un inventario personal de los numerosísimos obsequios recibidos durante su carrera profesional, el pamplonés decidiera ponerse en contacto con el Ayuntamiento de Pamplona para comenzar a realizar la donación de gran parte de sus bienes. En la actualidad, el inmenso legado del navarro reposa bien conservado en el Museo Sarasate de su ciudad natal.
Como anécdota curiosa para nuestros lectores, nuestro protagonista tuvo que tomar una decisión poco convencional para un violinista de su condición en el año 1900. Ocurrió que, preparando un concierto con la Orquesta Santa Cecilia en Pamplona, la encontró Sarasate sin director por enfermedad del titular. Dicha situación requería una solución rápida. El violinista, observando atentamente a los maestros que componían la orquesta, y aún creyendo que ninguno de ellos estaría suficientemente capacitado como para subir al podio, preguntó: - Y… ¿No conocen Ustedes a algún maestro que se atreva a dirigir estos conciertos…?
De entre los músicos, se puso en pie un violinista de estatura reducida - que luego resultaría ser Ricardo Villa -, que con aplomo, dijo a Pablo Sarasate: - “Yo me atrevo a dirigir la orquesta, maestro”.
Sarasate contempló a Villa fijamente, y con la incredulidad marcada en su rostro, y midiéndole con la mirada de pies a cabeza, replicó: - “¿Usted…?” - “Sí, maestro. Yo me comprometo a dirigir la orquesta”. - “Bien. Pues va Usted a ensayar la obra que le enviaré dentro de una hora. Y, mañana, vendré a escuchar el ensayo”.
- “¿Qué…? ¿Cómo van esos ensayos…?”
- “Bien. ¿Quiere escuchar la ejecución?” - “A eso vengo” Ricardo Villa alzó los brazos, y dio comienzo el ensayo. Conforme avanzaba el desarrollo de la obra, fue cambiando el gesto en el rostro de Pablo Sarasate, y al terminar la interpretación, se dirigió a Villa, y abrazándolo con gran efusión, le dijo: - “Ya puede Usted andar solo por el mundo como director de orquesta”.
En años sucesivos, nuestro protagonista siempre expresó la admiración que profesaba al nuevo – y en un principio, accidental – director de la Orquesta Santa Cecilia. Con motivo de diversos eventos musicales en Pamplona, nuestro concertista de violín llegó a dejar escrito en más de una ocasión que “sería muy conveniente invitar a Ricardo Villa, el primer director de orquesta español”.
El siglo XX no podría haber empezado de mejor manera para nuestro violinista. En 1902, el Ayuntamiento de Pamplona le nombra Hijo Predilecto de la ciudad, decisión adoptada en sesión plenaria del día diez de febrero de 1900 – exactamente un mes antes de su quincuagésimo sexto cumpleaños -, y concedida “por sus méritos artísticos”. La corporación se traslada el seis de julio – víspera de los Sanfermines - al Hotel “La Perla” para entregarle el título acreditativo. Aquel día se estrenó públicamente el “Himno a Sarasate”, obra orquestal compuesta por Ricardo Villa e interpretada por la Orquesta Santa Cecilia y el Orfeón Pamplonés bajo la dirección del citado maestro. Aunque Sarasate siempre había gozado de buena salud, en el invierno de 1907 tuvo que interrumpir un concierto. Comenzaba el declive físico de nuestro protagonista. Repuesto del achaque, reanudó su actividad musical (gira por Suiza en enero de 1908) y acudió a su cita a Pamplona para las Fiestas de San Fermín.
De regreso a Biarritz, la salud del gran pamplonés comienza a empeorar. Los médicos que le atendieron en sus últimos días intentaron convencerle para que anulase todos sus compromisos profesionales, e incluso habían desaconsejado su viaje a Pamplona para asistir a los Sanfermines de aquel año. El navarro, con gran obstinación, dejó claro que, si tenía que morir, prefería hacerlo en su adorada Pamplona. Se ve obligado a guardar reposo absoluto durante cierto tiempo en “Villa Navarra”, a la vez que se le detectan las primeras hemorragias pulmonares serias. Los síntomas de la dolencia que acabó con su vida habían empezado a manifestarse en enero de ese mismo año de 1908 durante su gira por Suiza –como ya se ha apuntado con anterioridad-, y ya en septiembre, las consecuencias de la enfermedad adoptan un cariz trágico. El día veinte de ese mismo mes, Pablo Martín Melitón de Sarasate y Navascués fallece en su “Villa Navarra” de Biarritz a los sesenta y cuatro años de edad. En el certificado de defunción, se indicó como causa de la muerte un enfisema pulmonar3. Ese mismo día se procedió a embalsamar su cuerpo.
2) Cfnavarra
3) Enciclopedia y Biblioteca médica on-line MedlinePlus:
Páginas Web de interés para los lectores: El Diario de Navarra:
Discografía recomendada:
E-Mail: pablo.ransanz@gmail.com
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