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PABLO SARASATE: VIOLINISTA INMORTAL (II)
Pablo Ransanz

“No dejes crecer la hierba en el camino de la amistad”
                                                              Platón

A Manuel Espada Llargués, Amigo Incondicional.

 


París y Pablo Sarasate
.

Una vez que nuestro joven músico estuvo más familiarizado con París y sus bulliciosas calles, Delphin Alard llevó al violinista navarro al Conservatorio de Música de la capital francesa. Nuestros lectores podrán imaginar el escepticismo con el que fue acogido en aquella institución musical aquel niño prodigio español, de baja estatura y algo enclenque. Vencidas las reticencias iniciales, la primera percepción de Alard respecto de Sarasate era la de un pobre provinciano, huérfano de madre, que además era extranjero y aún no dominaba el idioma francés.

Si bien es cierto que “Pablito” desconocía los entresijos de la lengua de Voltaire y Balzac, se ganó paulatinamente la confianza que su mentor había depositado en él. De hecho, aquel año de 1856 resultó ser crucial en la vida del muchacho. El violinista francés no tardaría mucho en descubrir al genio que Martín Melitón de Sarasate y Navascués llevaba dentro.


Delphin Alard

Ignacio García y Echeverría – principal mecenas de nuestro protagonista en aquellos años – y el propio Delphin Alard realizaron las gestiones oportunas para que Sarasate pudiese alojarse con la familia del administrador del Conservatorio parisino en aquella primera etapa de su estancia en la ciudad. Se trataba de un matrimonio sin hijos, por lo que recibieron a aquel jovencito como si se tratase de un hijo propio.

Las primeras clases de Martín Melitón con su nuevo profesor resultaron de lo más provechosas. Un día, su maestro le preguntó:

  • “¿Qué edad tienes…?”
  • “Doce años”.
  • “La misma que tenía yo cuando vine de Bayona a París. Cuando el maestro que tomé se enteró que llevaba tres años de enseñanza, dijo que necesitaba otros tantos para quitar los defectos contraídos. En cuanto a ti, no veo resabio alguno. Estás en buen camino, y se conoce que has sido enseñado por una persona entendida”.

 

El comienzo de una meteórica carrera musical

A Delphin Alard le sucedió algo inesperado para él. Se declaraba impotente para corregir al joven o enseñarle nada. “Pablito” ya quería presentarse a finales de aquel mismo año de 1856 al Premio del Conservatorio, pero su maestro, conocedor de los entresijos de la institución parisina, le aconsejó que esperase prudentemente al año siguiente. Así fue cómo, en 1857, y ante un Tribunal presidido por el entonces Director del Conservatorio de París, Daniel François Auber, Sarasate consiguió el Primer Premio en la clase de violín. En el curso académico siguiente (1857-1858), el joven navarro obtendría el Primer Premio de Armonía. Tenía catorce años.


Precisamente sería Alard quien, haciendo uso de ciertas influencias en las esferas musicales parisinas, logró gestionar a ‘Pablo’ de Sarasate la compra de un violín Stradivarius de 1724. Para ello, el maestro de nuestro protagonista recurrió a un prestigioso luthier del que era yerno, y éste se prestó a realizar el encargo. A su muerte, Pablo – ya oficialmente - de Sarasate donaría esta verdadera reliquia musical al Conservatorio de París. Este “Sarasate” (Cremona, 1724) – como se le conoce cariñosamente – y otros cuatro mil quinientos instrumentos – desde el Renacimiento hasta el siglo XX - pertenecientes a los fondos del Conservatorio parisino, se encuentran en el actualidad en el Museo de la Música, que junto al nuevo Conservatorio Nacional Superior de Música de París conforman con otros centros asociados la llamada “ciudad de la música”.

El “Sarasate” es un violín de la última época del prestigioso luthier italiano Antonio Stradivari, y muy probablemente fue terminado con la ayuda de Paolo Stradivari, último hijo del segundo matrimonio del célebre maestro constructor. Esta hipótesis está avalada por el hecho de que el fundador de la dinastía tenía por aquel entonces ochenta años de edad, con lo que le sería necesaria la ayuda de terceras personas para cumplir con los encargos que le realizaban. En la mortaja del clavijero pueden apreciarse las iniciales “P.S”, correspondientes al ya mencionado Paolo Stradivari. Morfológicamente, y a simple vista, este excepcional violín es ancho, con bordes gruesos y con las “eses” muy separadas, lo que procura una zona particularmente amplia para las vibraciones.

En esta nueva época de nuestro joven prodigio del violín, le encontramos ofreciendo conciertos de carácter privado en casas particulares de la alta sociedad francesa y en mansiones de personalidades relevantes en la vida cultural parisina. En una de aquellas selectas veladas, Sarasate conoció a Gioacchino Antonio Rossini, que quedó maravillado después de escucharle y le regaló un retrato con la siguiente dedicatoria: “Al joven Sarasate, gigante por su talento, cuya modestia ha doblado su encanto”.


Rossini


El “españolito” gozaba de gran popularidad entre los círculos musicales influyentes de la ciudad, y no tardó en llegarle una invitación para tocar en la Capilla Imperial de las Tullerías ante Napoleón III y su esposa, la emperatriz Eugenia. Napoleón III regaló a Sarasate un magnífico reloj con esmalte, brillantes y cadena de oro, que se conserva en el Museo de Pamplona.


Napoleón III

 

El viaje de regreso a España

En 1861, el administrador del Conservatorio de París, que había acogido a Sarasate como si se tratase de su propio hijo, tomó una decisión de común acuerdo con García Echeverría – cónsul en Bayona y todavía benefactor del joven -. Tanto la familia del administrador como el cónsul estimaron oportuno que el joven “Pablito” viajase a España para reencontrarse con su padre después de un largo paréntesis.

Se iniciaron los preparativos del viaje con cierta nostalgia por parte de Sarasate, que en aquel entonces tenía su corazón dividido entre España – su patria – y Francia – su patria adoptiva -. Corría el mes de abril de aquel 1861, cuando ya en España, Sarasate tocó ante la Corte en el Palacio de Aranjuez (Madrid), y fue tal la admiración causada por su brillantísima actuación que la Reina Isabel II le condecoró con la Cruz de Carlos III, haciendo una excepción, ya que los estatutos de la Orden prohibían el ingreso a la misma a los menores de veinte años, y Martín Melitón tenía entonces tan sólo diecisiete años de edad. De esta condecoración se sintió siempre orgullosísimo Pablo de Sarasate.

Ya en París, sucedió que, paseando con unos amigos por la ciudad, y luciendo en el ojal de su chaqueta el distintivo blanco y azul de la condecoración que le impuso Isabel II, se le acercó un gendarme que, en forma desabrida, le dijo:

  • “¡Chiquillo…! ¿Qué es ese cintajo que tienes colocado en la solapa? Quítatelo y tíralo, que eso no es para ti”.
  • “¿Esto…? Esto es una condecoración de mi patria, España, y me la ha concedido la Reina Isabel II, porque soy un gran concertista de violín.”

 

El gendarme le arrancó el distintivo, y Sarasate se abalanzó sobre el guardia, mientras que sus amigos hicieron lo propio. Hubo un arremolinamiento de gentes, llegó el prefecto, fueron todos al Conservatorio, y allí se aclaró todo. El gendarme y su jefe pidieron disculpas, y ‘Pablo’ de Sarasate perdonó a aquel entrometido agente.

 

¿París o Madrid?

En este punto de nuestro recorrido a través de la vida del ilustre navarro, cabe destacar que tanto García Echeverría como Don Miguel de Sarasate intercambiaron interesante correspondencia sobre la situación en aquel momento de Martín Melitón y el porvenir del talentoso violinista. Ambos convinieron en que el futuro del muchacho se encontraba en el Conservatorio de Madrid. Mientras el músico militar se encontraba de guarnición en Valencia, se desplazó a París y celebró un encuentro con su hijo y con García Echeverría en casa del administrador del Conservatorio parisino. Allí tuvo lugar una interesante conversación:

  • “Señor Sarasate: Usted mismo reconoce que a su hijo se le profesa gran admiración en París, y que esta es la capital de la Música donde él puede triunfar.”
  • “Con gran satisfacción he comprobado el cariño que sienten por mi hijo, y que mientras esté con Ustedes nada le ha de faltar, pero yo creo que su sitio está en el Conservatorio de Madrid. ¿Usted qué opina, señor García Echeverría?”
  • “Comprendo los sentimientos de ambas partes, y el cariño que le tienen, pero entiendan que mi opinión también se decanta por su futuro en España”.
  • “Bueno… Aquí lo único que falta es conocer tu opinión y tus deseos.   ¿Tú qué dices, hijo…?
  • “Que quiero quedarme, papá”.

La decisión que tomó Martín Melitón de Sarasate y Navascués sellaría su destino y su carrera musical de por vida, ya que en el Conservatorio de París tuvo la oportunidad de conocer a jóvenes e incipientes compositores como Georges Bizet, Camille Saint-Saëns, Julius Massenet o Edouard Lalo; músicos con los que años después mantendría una estrecha amistad y de los que recibiría obras dedicadas.

 

Sarasate obtiene el reconocimiento internacional

Comenzó a planificarse una gran gira europea que llevó a nuestro violinista hasta Londres, Constantinopla, Viena, Budapest, Bucarest, e incluso de vuelta a la corte napoleónica. El joven músico, animado por el gran espaldarazo internacional, formó a su vuelta a París un cuarteto que llevaba su nombre, el Cuarteto Sarasate – con el pamplonés como primer violín de la agrupación -. Además de ofrecer conciertos en Francia, este magnífico cuarteto tuvo la oportunidad de tocar en la ‘Expo’ parisina de 1867.

Sarasate cada vez tenía más claro que su futuro se hallaba lejos de París. Pese a que los ancianos señores que le acogieron le quisieron nombrar heredero de todos sus bienes pare retenerle en aquella ciudad, lo cierto es que lo único que mantenía a “Pablito” en la capital francesa era el enorme cariño que profesaba a su familia adoptiva durante tantos años. Un día, mientras Sarasate andaba reflexionando sobre su futuro, se encontró con su buen Amigo y Director del Conservatorio, Daniel François Auber, a quien le confesó sus dudas y deseos. El viejo maestro, tras quedarse meditabundo, levantó los ojos al cielo – en ese momento surcado por bandadas de pájaros -, y señalando después a un sapo que se arrastraba por el césped, a la orilla del lago, dijo:

  • “¿Por qué crees tú, Pablo, que no vuela ese sapo como lo hacen los pajarillos?
  • “Porque no puede”.
  • “Exacto, porque no puede. Pues bien, tú que tienes alas, vuela; ése es tu derecho y además, tu deber”.
  • “Gracias, maestro. Me habéis convencido”.

 

El viaje a los Estados Unidos: el ‘sueño americano’ de Sarasate

Nuestro violinista y compositor había empezado a dar forma a un secreto plan para su porvenir, y éste pasaba por cruzar el ‘charco’ y desembarcar en los Estados Unidos de América. Sarasate comenzó a reunir dinero para su proyecto, y cuando tuvo ahorrado lo suficiente, dejó la casa familiar de aquéllos que tanto le habían querido. Con harto dolor de su corazón, y para no prolongar el sufrimiento, decidió marcharse de casa una noche sin despedirse. Dejó una nota a sus padres adoptivos, a los que nunca volvería a ver. Lo más positivo de esta decisión del músico navarro fue que la relación con aquella familia jamás se rompería, y mantuvo con ellos una intensa relación epistolar, hasta que tuvo lugar el fallecimiento del administrador del Conservatorio de París.

Una vez en Nueva York, se dirigió al despacho de un célebre empresario norteamericano al que había conocido en la capital francesa. Sorprendido por la inesperada visita, éste le preparó una gira de conciertos que le llevaron a las capitales de los principales Estados de la Unión, entre los que hay que resaltar los ofrecidos en Boston y en la propia Nueva York. Además, Sarasate emprendió su aventura particular a América del Sur, donde ofreció conciertos en las capitales de Chile, Perú, Brasil y Argentina. Fue precisamente en Buenos Aires donde un sacerdote navarro medió en una presentación con la hija de un rico hacendado (llamada Eva), con la cual estuvo a punto de casarse nuestro protagonista, aunque al final prevaleció su criterio de dedicarse por entero a su vida artística - quizá influido por los consejos de su amigo y maestro Daniel François Auber -.

 

El regreso a Europa

Corría el año de 1871 cuando, por iniciativa propia, Martín Melitón de Sarasate regresa al viejo continente ofreciendo sus primeros conciertos en Inglaterra. Fueron numerosas actuaciones que duraron varios meses. Al término de su compromiso artístico, decidió encaminarse de nuevo a París para reencontrarse con sus padres adoptivos. En plena guerra franco-prusiana, logró entrar en la capital, encontrándose con la desoladora noticia de que aquel matrimonio había fallecido.
Tras otra gira de conciertos por Inglaterra, y después de un intento fallido de volver a España – envuelta también en luchas fratricidas – para visitar a su familia, Sarasate decidió regresar a París, donde amplió su repertorio como concertista con fantasías sobre óperas y obras de Niccoló Paganini, Wolfgang Amadé Mozart, Ludwig van Beethoven y Felix Mendelssohn-Bartholdy. Precisamente fue en aquella época en la que solicitó a Bruch, Lalo y Saint-Saëns que escribieran obras para él. Este último le compuso un concierto para violín en La Mayor, bautizado por Sarasate como Concierto-Stück. Más adelante le escribiría también el Rondó Caprichoso en estilo español y el Concierto en Si menor. Lalo le dedicó su Sinfonía Española, ampliamente difundida desde el día de su estreno y que en la actualidad sigue programándose en las principales salas de conciertos del mundo. Max Bruch le obsequiaría al gran violinista con su segundo Concierto, con tintes de poema sinfónico, inspirado en los relatos que sobre las Guerras Carlistas le refirió el propio Sarasate.

Con este nuevo repertorio musical, basado en las composiciones de sus colegas y en las que él iba incorporando paulatinamente, nuestro protagonista emprendió otra vez un largo viaje que le llevaría a las principales metrópolis musicales de su época: Viena, San Petersburgo, Múnich o Varsovia, que lo proclamaron como primer violinista mundial.

 

Una nueva etapa: Goldschmidt y Marx

En febrero de 1877, después de un concierto en Frankfurt, conoció a la persona que le iba a resolver todos sus problemas económicos y de programación, ya que la despreocupación que hasta aquel entonces había mostrado Martín Melitón por los asuntos económicos y comerciales hicieron que muchos empresarios  que le contrataban obtuviesen a su costa pingües beneficios. En un viaje en ferrocarril, trabó amistad de manera fortuita con el pianista alemán Otto Goldschmidt (1829-1907), quien le haría ganar mucho dinero. Posteriormente, Goldschmidt contraería matrimonio canónico con la también pianista Berta Marx, que asímismo había sido alumna de Auber en el Conservatorio de París. Desde aquel instante, Pablo de Sarasate y Berta Marx formaron un binomio artístico inseparable.

Sarasate decidió comenzar ofreciendo una gira de conciertos que le llevarían a Alemania, donde tocó ante el Emperador Guillermo I, que ya le había escuchado varias veces. Una vez en Palacio, éste otorgó al navarro diversas condecoraciones. También le escucharon en esta ocasión la Emperatriz Augusta, el Duque de Sajonia y el Príncipe heredero, que también le hicieron obsequios.

 


Guillermo I de Prusia

Durante su estancia en los Sanfermines de 1878 – a los que procuraba no faltar -, ‘Pablo’ de Sarasate reunió a los músicos locales y les sugirió la creación de una agrupación orquestal, a raíz de la cual nacería la Asociación Musical de Socorros Mutuos Santa Cecilia y su orquesta, que bajo la dirección de Joaquín Maya se presentó oficialmente ante el público en ese mismo año.

 

El nombre de ‘Pablo’ se hace oficial

Aquel año de 1878 supuso la oficialización del nombre de ‘Pablo’ para Martín Melitón de Sarasate, formalizando así su nombre artístico con una anotación marginal en su partida de bautismo, que de fecha 11 de julio, dice lo siguiente:

“En virtud del mandato del Señor Subdelegado Castrense, en su despacho de anteayer, puse ‘Pablo’ Martín Melitón”.
Al encontrarse Pablo de Sarasate en Pamplona por aquellas fechas, cabe suponer que él mismo pudo realizar las gestiones para tal fin.

Ampliación: Pablo de Sarasate y las instituciones navarras
El ex Presidente del Gobierno Foral de Navarra, Juan Cruz, en unas declaraciones ofrecidas a Radio Nacional de España en el año 1994, con motivo de un programa homenaje a la figura del ilustre navarro en el sesquicentenario de su nacimiento, dijo lo siguiente del hijo predilecto de Pamplona y navarro universal:
“(…) de los hechos, en este momento no tenemos más referencias que lo que aparece en las actas de sesiones de la Diputación, que recoge efectivamente un acuerdo de la Diputación disponiendo de una beca de mil francos, que al poco tiempo se elevó a mil quinientos, y quizá por el reconocimiento que ya suponía de expertos de la importancia que este hombre iba a tener en la Música.
Pablo Sarasate es un pamplonés muy querido en su ciudad, en su época y en toda Navarra, y que supuso llevar la música navarra – Navarra ha dado muchos e importantes músicos - a las cotas más altas como instrumentista, como concertista y como compositor. Y además, fue un hombre que se identificó mucho con la música popular de su tierra, que logró convertirla en sus composiciones en música culta. Fue un hombre tan amante de su ciudad y de su Pamplona, que interrumpía todos los años sus períodos de conciertos para poder estar en Sanfermines y dar un importante concierto.
Cuentan las crónicas de la ciudad – y además, es una tradición oral que yo la he escuchado de mis mayores – que los pamploneses bajaban hasta la estación a recibirle, y entre aclamaciones iban empujando el carro de caballos en el que él subía hasta la ciudad, y a continuación le hacían un gran homenaje popular en la plaza de Castillo, porque en uno de los hoteles que existían entonces – en el espacio más importante de la ciudad – se hospedaba Pablo Sarasate. Al día siguiente, había concierto en el Teatro Gayarre, al que asistían los cultos y los no cultos; es decir, toda Pamplona para aclamar al hijo predilecto de la ciudad, y su vida ha quedado como un testimonio permanente de gran músico y de gran persona, porque ayudó decididamente a multitud de obras sociales en la ciudad.
Yo creo que, generación tras generación, todos tenemos una imagen de un Sarasate como un gran músico, amante de su tierra y que se dedicó profundamente a enriquecerla. (…)”

(Continuará en breve…)

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E-Mail: pablo.ransanz@gmail.com


Escrito por Pablo Ransanz
Desde Madrid (España)
Fecha de publicación: Octubre de 2008.
Artículo que vió la luz en la revista nº 0009 de Sinfonía Virtual

 

 

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