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REFLEXIONES SOBRE EL ROL DE LA MÚSICA EN GENERAL Y EL VIOLÍN EN PARTICULAR, EN LA VIDA HUMANA.

Juan Krakenberger
Violinista

(Nº 5, OCTUBRE, 2007)


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REFLEXIÓN


La lectura cotidiana del diario – no importa cual – es cada día más tortuosa. Todas las noticias son malas, algunas desastrosas: se tiene más miedo que nunca, de casi todo. Que el clima, que la comida, que la seguridad en la calle, que quedarse sin electricidad, que la subida de precios, que las guerras y otros conflictos aún más fanáticos, y un largo etcétera.

        Creo que solamente la buena música es capaz de hacernos olvidar esto, y creo que esto siempre ha sido así. Si nos remontamos a 200 o 300 años atrás, y escuchamos música de aquella época tocada de manera historicista, tratando de imitar aquello que entonces se percibía, nos damos cuenta de la pujanza rítmica, por un lado, y de lo afectivo, por el otro, algo que fue capaz entonces de superar los escollos normales de la vida en esas épocas: los malos olores, el frío en las casas, el miedo de contraer una enfermedad infecciosa, todos problemas que mientras tanto han quedado resueltos en por lo que llamamos civilización. Pero han surgido nuevos obstáculos, no menos preocupantes. Lo malo es que se nos ha conducido a hacer frente a estos nuevos problemas con armas de tipo materialista, y no espiritual. Veamos: ¿porqué la música popular de hoy está entrañablemente vinculada a la amplificación electrónica? Cuando se crearon las músicas celtas, los “blues”, los “gospel”, y las danzas populares, no existían recursos técnicos para hacerlas sonar con más volumen – fue creada para una cierta intimidad, ya sea por razones religiosas o por motivos de espacio restringido.

        Justamente en los últimos 20-30 años ha surgido en la así llamada “música clásica” esa que se tilda de elitista) la búsqueda de raíces, para tratar de emular la sonoridad del pasado. Y justamente en esta misma época se ha hecho con la música popular – la que se dirige a la gran mayoría de los seres humanos – todo lo contrario. ¿Es justo esto? ¿A que se debe?

        Que naturalmente hay por medio una cuestión de dinero, a través de la captación de masas, es evidente. Pero si examinamos el problema más a fondo, se trata en realidad de una maquiavélica manipulación, porque está probado que el consumo de música con ritmo obstinado en un ámbito sonoro demasiado alto es nocivo para la salud del ser humano. Solamente hay que escuchar a los neurólogos contarnos que tienen una nueva clientela, que frecuenta las discotecas y que acusan disturbios mentales severos. Claro, el ritmo constante entra en conflicto con nuestro latido del corazón que, por subliminal que sea, tiene una poderosa influencia sobre el organismo. Dicho de otra manera: la música popular a altos decibelios es la nueva droga, que induce a histerismos similares que las drogas duras de consumo, pero que, por ahora, no es considerada ilegal. A lo mejor llegará el día que eso sea prohibido, ¡pero para entonces el asunto ya se habrá convertido en problema de salud pública!

        En el fondo todo gira en torno a lo siguiente: Se confunde excitación con emoción. Son dos cosas totalmente opuestas. La emoción íntima que uno siente cuando una buena música nos embarga los sentidos es algo maravillosa, algo rejuvenecedor, y por ende, muy saludable. Este tipo de emoción produce endorfinas, que son substancias como la adrenalina y similares, que el cuerpo humano produce cuando se siente bien o tiene estímulos adecuados: dentro de una sana mesura – toda exageración siempre es mala - esto es altamente positivo.

        La aparente euforia o histeria que produce música popular tocada a través de megafonía a máximo rendimiento es todo lo contrario: daña al oído, daña delicados tejidos encefálicos, y nos deja exhaustos. Sirve por un momento a hacernos olvidar las miserias de la vida, pero su efecto es finalmente a hundirnos aún más en esas miserias. No nos ha fortalecido – todo al contrario, nos ha debilitado aún más, y nos ha hecho más vulnerables.

        Los motivos por el cual he escogido justamente el violín, para ilustrar la influencia de la música sobre el ser humano, son múltiples. En primer lugar, porque tocar el violín es uno de los máximos retos que el ser humano se ha planteado. Exige que se empiece a temprana edad – grandes violinistas que hayan empezado a tocar tarde en su vida no existen ni existirán jamás – porque el instrumento debe convertirse en una extensión del cuerpo, de la manera más natural posible, y esto solamente es factible si el cerebro no esté aún programado con costumbres y movimientos que todos adquirimos con la edad. La sensibilidad necesaria para afinar se halla íntimamente vinculada con una soltura total del cuerpo, para que los brazos, las manos y los dedos puedan percibir los impulsos de retorno (feed-back) y las vibraciones indispensables para salir airosos afinando bien sobre el instrumento.

        En segundo lugar, veamos el formidable premio que recibimos al superar esta difícil tarea. La ciencia ya lo ha podido corroborar. La moderna psico-neurología, que busca respuestas sobre como funciona nuestro cerebro, ha constatado que la elasticidad encefálica de un violinista es muy superior a una persona que no toca el instrumento. Más aún, se ha comprobado que un excelente violinista que contrae Alzheimer, puede seguir tocando cuando en otras órdenes su cerebro le abandona. ¿Qué significa esto? Evidentemente demuestra que se produce una osmosis total de mente/cuerpo, que ni ese temido mal puede corromper. Generalizando, puede afirmarse que tocar el violín es altamente sano, siempre y cuando la pedagogía para aprender a dominarlo haya sido la adecuada. De que en ese terreno se han hecho enormes avances lo demuestra la circunstancia de que, contra una docena de grandes violinistas que el mundo tenía hace 60-70 años, hoy en día hay unas cuantas centenas de gente que tocan tan bien o hasta mejor que aquel puñado de celebridades. Se trata de un fenómeno similar a lo que acontece en atletismo, donde siguen batiéndose records de velocidad o de salto. O sea: todo gira en torno al cuerpo, al entrenamiento adecuado de los músculos, y a la soltura necesaria para que ello sea lo más efectivo posible, lo que nos conduce a factores de orden psicológico y neurológico. Para ello, nuevos conceptos como simetría del cuerpo y lateralidad han hecho su aparición, y forman parte del bagaje pedagógico. Que ello no se haya verificado en España es una pena – aquí se enseña aún con los métodos que produjeron aquella docena de famosos y no las centenas de hoy. Las consecuencias están a la vista – solamente hace falta mirar las estadísticas de violinistas activos en la profesión para darse cuenta de que la gran mayoría ha sido entrenada en el extranjero.

        Pero lo que se olvida, y esto es lo verdaderamente grave, es que tocar bien el violín es altamente sano. Solamente hay que mirar la salud de los buenos violinistas – llegan a maduras edades en condiciones magníficas. O sea, que una defectuosa pedagogía no es solamente una pérdida de oportunidades para gentes que han emprendido la andadura sobre el instrumento, sino un atentado contra la salud pública.

        Creo que ha llegado el momento de que las cosas se enmiendan, de una vez para todas. El ejemplo del Conservatorio Superior de Zaragoza demuestra que esto es posible en España. Allí las cosas funcionan normalmente, como en cualquier otro establecimiento europeo de categoría. ¿Porque no se imita ese ejemplo en los demás conservatorios superiores? Puedo asegurar al lector que la respuesta a esta pregunta ha de iluminar el camino para que las cosas puedan mejorar, y de forma rápida. Los jóvenes, que se han hecho ilusiones de convertirse en violinistas profesionales – ilusiones truncadas por pedagogía obsoleta y deficiente – lo han de agradecer. Con el talento que hay en España, dentro de un futuro no tan lejano el país podría exportar y no importar violinistas.


Escrito por Juan Krakenberger
Desde España
Fecha de publicación: Octubre de 2007
Artículo que vió la luz en la revista nº 5 de Sinfonía Virtual.
ISSN 1886-9505



 

 

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