QUINTA PARTE
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Cuando monsieur Baillot concluyó el pasaje indicado por el músico bilbaíno, se hizo un silencio sepulcral en la sala, sólo interrumpido por el propio Juan Crisóstomo, que prefería adelantarse a las posibles reacciones de aquel tribunal antes que recibir alguna reprimenda verbal irreverente e inoportuna:
- Bien, damas y caballeros. Si han escuchado Ustedes con atención, habrán comprobado que introduzco dos compases adicionales, sin modificar por ello el desenlace armónico del fragmento mozartiano. En esta cadenza para violín, que tan amablemente ha interpretado para todos nosotros monsieur Baillot, Mozart emplea una modulación cromática muy efectiva.
Pero, si observan con atención los compases que he añadido personalmente, verán con claridad que he preferido suprimir la modulación original para desarrollar una modulación diatónica de Do Mayor a Fa Mayor basada en acordes tríada, que, en este caso particular que nos ocupa, permiten mantener la tensión acumulada durante más tiempo en el grado quinto –dominante- de esta tonalidad que en la manera que nos propone Wolfgang Amadé Mozart. El resultado armónico es claro: la tensión creciente que se genera mientras el fragmento se desarrolla en Fa Mayor, el paso por los grados sexto y séptimo que yo les propongo hasta alcanzar nuevamente la tónica de Fa Mayor, y la manera de resolver el pasaje, modulando diatónicamente de nuevo mediante otro compás puente para terminar en la tonalidad de Do Mayor, es mucho más convincente y más completa. Ello no quiere decir que Mozart no supiese modular, damas y caballeros. Significa que existen modulaciones diatónicas alternativas que son más viables, si me permiten esta observación.
François Antoine Dupont había escuchado con enorme interés la exposición del músico español al que tanto había denostado hasta aquel día, pero en el que veía al heredero legítimo de Wolfgang Amadé. Monsieur Dupont miró a madame Gallois. La pianista de Toulouse parecía no dar crédito a la solución moduladora propuesta por Juan Crisóstomo de Arriaga. Madame Bourmillon, otra de las mejores pianistas francesas del momento, asentía con gesto de aprobación tras escuchar a Juan Crisóstomo.
Marc Lissenet habló en nombre del tribunal, tras intercambiar algunas impresiones durante unos breves instantes con sus colegas de aquella velada:
- Monsieur Arriaga. Hemos quedado francamente impresionados por su proceder armónico en este ejercicio. De todas maneras, debo advertirle que la solución alternativa que Usted propone en este pasaje virtuosístico para violín es un tanto compleja, y plantea algunos interrogantes a uno de mis colegas, nuestro admirado director monsieur Pouperin-Schmidt. Adelante, Profesor – y cedió la palabra a Patrick Pouperin-Schmidt, reputado organista francobelga que había colaborado estrechamente con Joseph Fétis en París.
- Herr Arriaga… -comenzó a decir el organista con cierto acento alemán-. Su planteamiento es brillante… Sí… Francamente brillante. Pero Usted, en su afán por desacreditar a Mozart, ha cometido un error armónico a mi entender: si observa detenidamente el compás 24, verá que, involuntariamente, ha introducido Usted un inoportuno tritono en el segundo acorde…
Juan Crisóstomo procuró reaccionar con calma a la provocación de aquel francobelga arrogante, al que había escuchado ciertas fechorías musicales recientemente en un recital de órgano celebrado en Burdeos. A tan exquisito acontecimiento, habían asistido gran parte de los profesores del Conservatorio, entre los que se incluía el compositor bilbaíno.
- Monsieur Pouperin-Schmidt. ¿Está Usted completamente convencido de que en el acorde que cita existe un tritono involuntario…? – preguntó con delicadeza monsieur Arriaga -. Porque, en el compás que Usted apunta, las relaciones armónicas están perfectamente acotadas. Explíqueme dónde existe este desafortunado tritono que ninguno de sus colegas acierta a vislumbrar, por favor… - e hizo ademán de acercarle la tiza para que anotara sus conclusiones en el encerado -.
- ¡Herr Arriaga…! ¿Acaso tengo yo que demostrarle algo a Usted…? – respondió con rabia el organista -. Por lo que sé, es Usted quien se juega su reputación lanzando hipótesis a este tribunal… ¡Que son verdaderas majaderías…!
- ¡Señores, por favor, señores…! – interrumpió con voz potente y decidida Luigi Cherubini -. Mantengan la calma. Monsieur Arriaga… – dijo dirigiéndose hacia él con la mirada -… ¡Tanto le cuesta refutar las afirmaciones vertidas por monsieur Pouperin-Schmidt…? – y le guiñó un ojo de espaldas al tribunal, dándole a entender que la provocación absurda era evidente -.
- Monsieur Cherubini… - respondió secamente -, excelentísimo tribunal…, damas y caballeros…, oyentes todos en la tarde de hoy: pido disculpas formalmente a nuestro querido organista, pues entiendo que haya podido sentirse molesto. Si les parece oportuno, procederé a analizar el compás 24 con todo detalle, para que pueda verse claramente que no existe tritono alguno, ni voluntario ni involuntario…
En aquel preciso instante, Juan Crisóstomo sentía que el pie volvía a dolerle terriblemente, por lo que contuvo la respiración unos instantes, procuró apoyar momentáneamente todo su peso en su pie derecho y se acercó al pliego de papel pautado que estaba utilizando.
Mientras clavaba su mirada en el pentagrama, acertó a ver por el rabillo del ojo a un oyente sentado en la segunda fila, cuyo rostro le pareció familiar (…)
SEXTA PARTE
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Juan Crisóstomo se estremeció momentáneamente. Aquel oyente que se encontraba en la segunda fila era Franz Xaver Süssmayrr, discípulo directo de Wolfgang Amadé Mozart, y uno de los responsables de la publicación, a título póstumo, del “Réquiem” en Re menor del Maestro salzburgués. De hecho, Süssmayrr se había atribuido – dudosamente - gran parte de la composición de la misa de difuntos de su mentor, contando para tal fin con el beneplácito de la propia esposa de Wolfgang Amadé. Al parecer, Herr Süssmayrr consideraba indigno que el nombre de su adorado Maestro apareciera en una partitura incompleta, puesto que toda la comunidad musical sabía que Mozart había expirado tras terminar de redactar el octavo compás del “Lacrimosa”.
El compositor bilbaíno acababa de comenzar a desmenuzar el entretejido armónico del compás 24 de aquella cadenza para violín, cuando Herr Süssmayrr interrumpió aquel silencioso y complejo ejercicio armónico con voz clara y rotunda, dirigiéndose para ello a Luigi Cherubini:
- Monsieur Cherubini…, -espetó secamente-, Excelentísimos Señores miembros de este tribunal –e hizo una pausa breve para recibir la venia de los integrantes de la mesa-…, apreciado Ministro de Cultura…, monsieur Arriaga… –y le dirigió una mirada tranquilizadora-…, señoras y señores oyentes que se han reunido aquí en esta fría tarde.
Me llamo Franz Xaver Süssmayrr, soy austríaco y, como algunos de Ustedes ya sabrán, Wolfgang Amadé Mozart me encomendó la tarea de terminar su “Requiem”-tosió durante unos segundos, respiró profundamente y continuó hablando-. He venido a París exclusivamente a escuchar al brillante Maestro que tienen Ustedes delante y al que aún no conocía personalmente… Mi más profundo y sincero agradecimiento a los Profesores Cherubini y Fétis, que han preparado mi estancia en esta bella ciudad con generosa hospitalidad y exquisita discreción.
Luigi Cherubini y François Joseph Fétis le indicaron con sus respectivas miradas que podía continuar con su exposición sin ser interrumpido. Juan Crisóstomo, aún aturdido por la presencia del más aventajado de los discípulos del salzburgués, dejó la tiza y se giró hacia Herr Süssmayrr.
El compositor austríaco, tras asentir con una leve inclinación de su cabeza, continuó con su particular e improvisado discurso:
- Tras escuchar detenidamente lo dicho aquí esta tarde por monsieur Arriaga, he de declarar que coincido plenamente con los contenidos de la exposición oral que tan brillantemente ha desarrollado este joven y prometedor músico español, y cuya sinfonía en Re menor, publicada este año, tanto nos ha asombrado…
Con el debido respeto, damas y caballeros del Tribunal, considero innecesario que monsieur Arriaga tenga que realizar más demostraciones sobre una cuestión que ha quedado claramente manifiesta. Por mucho que nuestro respetable Profesor Patrick Pouperin-Schmidt se niegue a admitirlo, lo cierto es que mi Maestro siempre utilizó con reticencias la modulación diatónica, inclinándose más por la cromática. Así que, si me permiten que manifieste públicamente mi humilde opinión, les diré que comparto y respaldo las tesis de Juan Crisóstomo Arriaga, aunque ello pueda granjearme enemistades con los miembros del Tribunal aquí presentes y parte de la audiencia.
El tritono que intenta argumentar monsieur Pouperin-Schmidt es del todo inexistente. Monsieur Cherubini: le rogaría que permitiese que Juan Crisóstomo Arriaga terminase de exponer aquéllo que crea conveniente, y que el Tribunal se pronunciase respecto a esta emocionante jornada musical en un veredicto final y unánime, a ser posible. Mi admiración hacia este joven español es enorme, y vaya por adelantado mi reconocimiento a su quehacer musical.
Una vez pronunciadas estas palabras, Herr Süssmayrr tomó nuevamente asiento, se colocó los lentes y abrió un pequeño cuadernillo de notas que llevaba en el bolsillo de su chaqueta.
El enorme impacto que había causado en el Aula Magna la presencia de Franz Xaver Süssmayrr hizo que Luigi Cherubini se apresurara a interpelar, vehementemente, al organista francobelga que había intentado desprestigiar al músico bilbaíno:
Herr Pouperin-Schmidt. Como Director académico de esta institución, le invito muy cordialmente a retirar sus críticas, aún sin argumentar, vertidas hacia monsieur Arriaga. Si puede Usted demostrar a este Tribunal y a toda la sala que nuestro compositor español se equivoca, le insto a que lo haga a la mayor brevedad posible. De lo contrario, le exhorto a pedir disculpas a monsieur Arriaga y a retirarse del Tribunal.
El rictus del aludido se tornó desagradable en cuestión de segundos, y una mirada fulminante dirigida a monsieur Fétis fue seguida de un gruñido gutural y despectivo. A continuación, sin terciar palabra, Patrick Pouperin-Schmidt se levantó de la silla que ocupaba en el Tribunal, dio la vuelta a la mesa, dedicó una fea mirada cargada de ira y envidia a Juan Crisóstomo, y se dirigió hacia la puerta de salida, antes de que Luigi Cherubini se viese obligado a invitarle a abandonar del Aula Magna.
Tras unos segundos de incertidumbre, de voces groseras a uno y a otro lado de la sala, de cierta agitación entre los miembros del Tribunal y de varias llamadas al orden por parte de monsieur Cherubini, Juan Crisóstomo comenzó a sentir una extraña e incómoda sensación de mareo e ingravidez (…)
Escrito por Pablo Ransanz Martínez
Desde España
Fecha de publicación: Abril de 2007
Artículo que vió la luz en la revista nº 3 de Sinfonía Virtual.
ISSN 1886-9505
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