PABLO SARASATE: UN VIOLINISTA INMORTAL (I)
Pablo Ransanz
“En la lucha entre uno y el mundo, hay que estar siempre de parte del mundo”
José Luis Aranguren
A Manuel Espada Llargués, Amigo Incondicional.
Pablo de Sarasate
El nacimiento de un violinista genial
Tanto Francisca Javiera Navascués y Oacharena como Miguel de Sarasate y Juanenay nunca pudieron imaginar que su único hijo varón, Martín Melitón de Sarasate y Navascués, se convertiría para orgullo de ambos en un período de tiempo relativamente corto - aquellos maravillosos años de la segunda mitad del siglo XIX -, en uno de los mayores genios del violín de todos los tiempos.
El feliz alumbramiento del niño tuvo lugar en Pamplona, en el antiguo número 51 - cuarto piso, primera puerta – de la actual calle de San Nicolás. Martín Melitón vino al mundo a las tres de la madrugada del domingo día diez de marzo de mil ochocientos cuarenta y cuatro. Navarro por los cuatro costados – Don Miguel de Unamuno diría aquello de “por los dieciséis costados”, en su caso particular como castellano-leonés de ‘pura cepa’ -, nuestro protagonista era hijo de un violinista – además de director de Banda de un Regimiento militar -, y de una mujer natural de Orbaizeta.
Años más tarde, con motivo de la demolición de la casa en la que supuestamente había nacido ‘Pablo’ de Sarasate, y a raíz de la subsiguiente renumeración de la calle de San Nicolás, los vecinos de la cercana calle de San Gregorio elevaron sus protestas ante el Ayuntamiento de Pamplona, argumentando que había sido en su calle y no en otra en la que había nacido Martín Melitón. El Consistorio municipal desestimó la propuesta vecinal, que sería recurrida diez años más tarde con idénticas consecuencias. En la actualidad, y si se atiende a las actas municipales del diario de sesiones del Ayuntamiento pamplonés, puede afirmarse que Pablo Martín Melitón de Sarasate y Navascués nació en la calle de San Nicolás, números diecinueve al veintiuno. Una placa conmemorativa así lo indica al visitante que acuda a la ciudad que vio nacer a esta ‘estrella’ inextinguible del violín.
El bautizo del pequeño se celebró en la Iglesia de San Nicolás, donde recibió el primero de sus nombres (Martín) en honor a su padrino, y el segundo de ellos (Melitón) por tratarse del santoral del día en la Pamplona de aquellos años. Nuestro “Pablito” tuvo otras tres hermanas: Maicaela, Francisca y María, aunque ninguna de ellas destacasen como él lo hiciese en el universo musical, y muy en particular en el manejo del violín.
Don Miguel de Sarasate, un militar y director de Banda de un Regimiento – como ya se ha dicho -, que servía al Ministerio de Defensa y al Estado en diferentes puntos de la geografía nacional, era trasladado con relativa frecuencia de una ciudad a otra con por motivos profesionales. Así, cuando nuestro jovencísimo músico comenzó a tomar sus primeras lecciones de violín de manos de su propio padre en Pamplona, apenas contaba dos años de edad. Cuando tuvo tres, la familia Sarasate se traslada a Valladolid y a renglón seguido a Santiago de Compostela, donde Don Miguel y Francisca Javiera fijan su nueva residencia en un inmueble cuyo propietario era el propio Ministerio. Con su pequeño violín infantil, adquirido “ad hoc” por su padre en vista de las extraordinarias aptitudes para la Música que demostraba su retoño desde hacía años, Martín Melitón comenzaba su carrera como músico e instrumentista insigne.
Una ‘estrella’ despunta en el firmamento musical
Cuentan que, una buena mañana, Don Miguel se encontraba realizando unos ejercicios complicados de técnica violinística, consistentes en unas series de arpegios que habían de realizarse con gran habilidad y rapidez. Por lo que parece, aquel día no era el más afortunado para el padre de nuestro joven “Pablito” en el plano musical, dado que Don Miguel encontró serias dificultades en alguno de los pasajes que estaba practicando. El hijo le dijo que él sí que era capaz de realizar aquellos complicados arpegios, en apariencia insalvables, a lo que su padre le instó mientras permanecía expectante. Nuestro protagonista, con su pequeño violín en ristre, atacó el pasaje en el que su padre se había detenido y salvó sin ninguna dificultad aquellas complicaciones técnicas. Desde aquel mismo día, dicen que Don Miguel de Sarasate dejó de tocar el violín.
Su primer profesor de violín fue Blas Álvarez, concertino de la Orquesta del Teatro Principal. Posteriormente, y dentro del marco histórico y cultural de los años gallegos de la familia que nos acompaña en este recorrido musical, José Courtier aceptaría durante un período de tiempo asumir la tutela musical del niño prodigio. Courtier ostentaba los cargos de primer violín de la Catedral de Santiago de Compostela y de profesor de la Escuela de Música de la misma ciudad. Entre 1846 y 1849, nuestro joven aprendiz toma lecciones de manera asidua con el citado maestro, quien vio rápidamente en aquel niño a un portentoso violinista potencial; hecho que comunica a la familia Sarasate desde un primer momento, dadas las limitaciones musicales existentes en esta ciudad por aquellas fechas.
Como hecho anecdótico que puede resultar entrañable y simpático para los lectores, debe destacarse un suceso en apariencia banal. Para acudir a sus clases, el pequeño violinista tenía que pasar todos los días por delante de una tienda de dulces, con las consabidas tentaciones infantiles. El tendero le prometió golosinas gratuitamente durante algún tiempo si tocaba dentro del establecimiento para atraer a más clientes, a lo que el niño Sarasate respondió afirmativamente. El éxito fue tal en la tienda, que el citado tendero repitió en numerosas ocasiones el reclamo comercial.
La etapa formativa en La Coruña y en Pontevedra
Dos sucesos ocurridos entre 1849 y 1850 hacen que la vida de “Pablito” de Sarasate cambie por completo: de una parte, José Courtier solicita formalmente el abandono de su plaza de profesor de violín de la Escuela de Música de Santiago de Compostela por enfermedad; y, de otra, Don Miguel de Sarasate es trasladado con su Regimiento a una urbe desconocida para nuestro incipiente violinista: La Coruña. Será en esta ciudad en la que Martín Melitón realice su debut como concertista a la edad de siete años, con un notable éxito por parte de crítica y público.
Ya en Pontevedra (1851-1852), por motivos de la profesión de su padre, su siguiente profesor de violín será Urbano Casasvellas (1852), un músico local que ayuda al precoz violinista a afianzar sus conocimientos técnicos del instrumento, así como a reforzar sus limitados conocimientos sobre armonía y composición, en aquellos momentos todavía insuficientes para un chico de tan corta edad y futuro promisor.
Debe decirse a favor de Martín Melitón que acudía con regularidad y siempre que le era posible a los ensayos de la Banda del Regimiento de Aragón, dirigida por su padre. Este hecho influiría notablemente con el transcurrir del tiempo en la formación musical de Sarasate, dado que en aquellos momentos de su vida le era posible escuchar de primera mano a una amplia familia de instrumentos de viento-metal, viento-madera y percusión, lo que a su vez – y ésto es importante reseñarlo -, le permitiría adquirir conocimientos más sólidos para su vida adulta en materia de orquestación y de fonética musical (reconocimiento explícito de timbres orquestales y de las dinámicas, así como de sus entresijos).
La Condesa de Espoz y Mina y la Reina Isabel II en la vida de Sarasate
La gran oportunidad en la corta vida de nuestro joven violinista llega en el año 1854, cuando “Pablito” – todavía Martín Melitón –, inicia de la mano de su madre – otra vez más – su apasionante viaje a Madrid, la metrópoli musical más importante de la España de aquella centuria junto a Barcelona, Bilbao, Valencia y Pamplona. La responsable de tan feliz circunstancia fue la Condesa de Espoz y Mina (Juana María de Vega), quien decidió dotar con una pensión anual al único hijo varón de Francisca Javiera de Navascués para estudiar en la capital de España tras escucharle en aquel gran concierto coruñés. Sería precisamente en Madrid donde, aún sin haber pisado el Conservatorio de la ciudad, fue invitado a ofrecer algunos conciertos en el Teatro Real y en algunas otras salas emblemáticas de la época. Tal fue la admiración que suscitó entre los compositores más influyentes de la vida musical madrileña, tales como su paisano Joaquín de Gaztambide, Hilarión Eslava, Francisco Asenjo Barbieri, Emilio Arrieta o Saldoni, que ninguno de ellos dudaron del extraordinario talento musical demostrado en varias veladas por aquel pequeño pamplonés, que había venido a la capital de España en busca de una mejor formación académica para cumplir sus altas aspiraciones. Además, todos coincidieron en señalar a Francia (concretamente París), como el lugar en el que el jovencito debería proseguir con su etapa formativa.
Firma de Pablo de Sarasate
Debe destacarse un hecho que influyó de manera providencial en la futura vida del muchacho y en su porvenir: la familia real española, que había oído hablar maravillas de aquel joven prodigio del violín, deseaba escuchar a nuestro protagonista en una velada musical en el Palacio Real de Madrid de ese año 1856. Este acontecimiento supuso un espaldarazo a la trayectoria profesional de Sarasate, dado que aquella egregia audición musical le emocionó profundamente, y suscitó además una extraordinaria y honda admiración en la figura de la Reina Isabel II de España, quien desde entonces sería una de sus principales valedoras y mecenas.
La Reina Isabel II de España
Así le relataba por carta el pequeño violinista a su padre, Don Miguel de Sarasate, algunas de aquellas impresiones que quedaron imborrables para siempre en su memoria:
“Querido papá,
No puedes figurarte lo amables que estuvieron conmigo los Reyes. Me querían hacer sentar junto a ellos. Estaba también la Princesa y una porción de gentilhombres. En fin. Estuvieron tan amables como si fueran mis papás.”
El viaje a la ‘tierra musical prometida’ y el ‘adiós’ a una madre
Poco duró la etapa madrileña del navarro, ya que en el mismo mes de julio de 1856 - con asistencia obligada a los Sanfermines -, y tras su paso por el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, la Reina de España decide otorgarle una beca para estudiar en París, la ‘meca musical’ por excelencia en Europa, y ciudad en la que todo concertista que quisiese triunfar debía estudiar, labrarse un nombre y trabajar duro.
Otra vez encontramos a madre e hijo viajando juntos desde Madrid hasta la capital francesa, con dos breves escalas en Pamplona y en San Sebastián para ofrecer algunos conciertos que ya estaban programados. Una vez cumplidos los compromisos que “Pablito” tenía adquiridos, siguieron su periplo musical rumbo a París, ciudad a la que nuestro jovencísimo violinista llegaría en circunstancias muy distintas a las que él se pensaba…
Al atravesar la frontera francoespañola y llegar a Bayona, Francisca Javiera de Navascués enfermó de cólera, debido a una epidemia que en aquel momento asolaba Europa. En pocos días, tan lejos del hogar y sin su esposo al corriente de lo acaecido, nada pudo hacerse por su vida. Alojados en una modesta pensión de la ciudad, y con las dificultades añadidas por el desconocimiento del idioma francés, Martín Melitón asistía impotente al fallecimiento de su madre. La desolación y la terrible tristeza que supuso para el músico español tan dramática pérdida, le hicieron permanecer – según se afirmó - un día velando el cuerpo exánime de su progenitora, sin saber cómo actuar. Con tan sólo doce años y cuatro meses de edad, nuestro músico se quedaba huérfano de madre, con un padre a más de trescientos kilómetros de distancia y en la más absoluta soledad afectiva.
Lo que queda patente a raíz de la experiencia personal del gran navarro en Bayona es que su destino era triunfar en la vida como violinista y compositor. Existen momentos en la existencia de cada ser humano en los que parece que la Divina Providencia – o tal vez sea la causalidad espaciotemporal - salen al encuentro del necesitado, y así ocurrió en el caso particular de “Pablito”, como se verá a renglón seguido.
Los dueños de la pensión en la que madre e hijo se habían hospedado, se pusieron en contacto lo antes posible con el Cónsul de España en Bayona, a la sazón navarro: Don Ignacio García y Echeverría. Acaudalado banquero y hombre de alta influencia en sus años de bonanza, no dudó en hacerse cargo de la delicada situación personal por la que estaba atravesando el joven músico.
Así las cosas, y después de realizar gestiones con la Diputación de Navarra, el Cónsul español ya citado logró que el Ayuntamiento de Pamplona dotase al joven Sarasate con una ayuda económica ciertamente importante para comenzar con sus estudios musicales en el Conservatorio de París – según las actas de las que se tiene constancia, mil francos en un principio -. Esta cantidad ascendería muy pronto a mil quinientos francos anuales, merced a la intercesión crucial de Don Ignacio y a la extraordinaria reputación que el joven genio alcanzó en tan poco tiempo en España.
Una vez que nuestro protagonista se hubo reunido en Bayona con el profesor del Conservatorio parisino y violinista Delfin Alard (1815-1888), ambos reanudan el camino inicialmente truncado a París, donde llegarán en pleno verano de aquel año de 1856.
Escrito por Pablo Ransanz
Desde Madrid (España)
Fecha de publicación: Julio del 2008.
Artículo que vió la luz en la revista nº 0008 de Sinfonía Virtual